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Marcha, como la corriente de un río
Andrés Gil Gutiérrez / Lunes 22 de abril de 2013
 

La celebración del primer aniversario de Marcha Patriótica me obliga a evocar brevemente el origen de este formidable movimiento político y social, cuyos orígenes se remontan a finales de los 90. Por aquel entonces florecían en todo el país movilizaciones campesinas y urbanas; labriegos de la periferia geográfica y económica se lanzaron a bloquear vías y a levantar su voz contra las políticas de la denominada apertura económica, que ya entonces dejaban ver sus devastadores efectos en las regiones agrarias. Fue así, entre paros y marchas, al calor de la protesta popular, como surgieron decenas de organizaciones, del más variado tipo y en los más sorprendentes rincones, que se unieron al vasto movimiento social pre existente para poner a germinar la Marcha Patriótica.

Marcha es un movimiento único, sin precedentes en la historia de nuestro país. Su fuerza, como la corriente de los ríos, viene de abajo y es impetuosa. Nada la puede detener. Está compuesta por más de 2 mil organizaciones; representa a 14 sectores sociales. En Marcha hay asociaciones campesinas nacionales, regionales y locales; sindicatos, movimientos estudiantiles, grupos ambientalistas; organizaciones indígenas, afros, de artistas, de graffitteros, de género. Tiene una estructura profundamente democrática, arraigada en las gentes del común; cuenta con 26 Comités Patrióticos Departamentales y su Dirección Nacional tiene 160 miembros que se han reunido cuatro veces desde nuestra fundación. Su máxima instancia de dirección es la Junta Patriótica Nacional, de 32 miembros que se reúnen dos veces al mes.

Aunque Marcha ya es una fuerza visible, e imprescindible, en el actual mapa político del país, todavía nos sentimos en el inicio del camino. Aspiramos a hacer parte de la más poderosa corriente de nuestra historia reciente, capaz de instaurar una auténtica democracia desde la cual se impulse el progreso y el bienestar para las mayorías; las bases de una paz verdadera y duradera. Por ello, hemos alentado a las partes que dialogan en La Habana a poner su mayor empeño en la firma de un acuerdo que de inicio a la etapa final de casi seis décadas de guerra.

Nuestra irrupción es un reto para el establecimiento. El país ya no acepta las prácticas políticas excluyentes de siempre, así que deben garantizarse plenas garantías para nuestro desempeño, haciendo caso omiso al discurso estigmatizante y satanizador con el que nos han recibido ciertos sectores.

* Tomado de El Espectador