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La “imparcialidad” de los medios de información: arista de la lucha ideológica
Alfredo Valdivieso / Domingo 7 de julio de 2013
 

El eurodiputado y escritor Maurice Duverger definió, en uno de sus ensayos en los años 70, a la opinión pública como una “emperatriz nómada”. Significación muy utilizada en la práctica, no en la teoría, para afinar el papel de formador –que no de informador‒ de los medios masivos de comunicación. Por comienzos de los años 70, también, el magnate colombiano Carlos Ardila Lülle, cuando compró para su emporio la cadena radial RCN, convocó a los demás cacaos a hacer lo propio, adquiriendo medios masivos de comunicación para “evitar que se repitiera el «fenómeno chileno» en Colombia”.

No es por tanto gratuito que la teoría, y la práctica de absorber a grandes medios, se haya convertido en una de las estrategias del gran capital buscando moldear el pensamiento de los ciudadanos. Sin entrar en análisis del papel de las telebobelas (como la reciente exaltación panegirista de los criminales hermanos Castaño y su piara de matones), los noticieros y programas de opinión están diseñados a la medida de claros intereses ideológicos de clase.

Si no, veamos un simple ejemplo al canto: En estos días la cantinela es la “infiltración de las FARC en las protestas del Catatumbo y Ocaña”; días pasados la misma “infiltración” en las luchas indígenas, mineras, ambientales, y un largo etcétera. Se han vuelto vedettes, de programas como Hora 20 de Caracol, personajes tan poco creíbles, parciales y mendaces como el señor Alfredo Rangel y otros opinadores de la derecha y hasta la extrema derecha, sin que del otro lado del espectro haya posiciones definidas de izquierda; cuando mucho de demócratas-nacionalistas (como algunos asiduos) y muchos pseudo liberales y personas de un indefinido y voluble ‘centro’. Unos acusadores y ningún defensor; cuando más algún morigerador de las posturas más retardatarias.

Los ‘expertos analistas’ –así presentan verbigracia a Rangel‒ no tienen empacho para mentir de la manera más descarada. La noche del 3 de julio uno de los argumentos centrales fue que la exigencia de la zona de reserva campesina del Catatumbo, es para que “ahí la guerrilla (armada, o reincorporada a la vida civil) pueda desarrollar a sus anchas los cultivos de coca y su procesamiento”. No dijeron nada los opinadores cubiertos de “experticia” (palabreja que se ha vuelto comodín) que dentro de los temas centrales a debatir en La Habana por la guerrilla y el Gobierno está el punto 4: “solución al problema de las drogas ilícitas” que consagra ‒con la participación de las comunidades‒ unos planes integrales para diseñar, ejecutar y evaluar la sustitución de los cultivos de uso ilícito y la recuperación ambiental de las áreas afectadas. No es solo para erradicar la coca, que al parecer es el único cultivo que preocupa a grandes opinadores, quienes de forma ecolálica (perdonen la palabreja) repiten la cantaleta de los señores gringos, para quienes la guerra contra las drogas es contra la cocaína; no contra la marihuana, ni el LSD, ni las drogas sintéticas como el éxtasis, etc., que son producidas en sus laboratorios para consumo interno y exportación. Si los gringos hubiesen podido cultivar y producir la planta de coca en sus territorios, la lucha contra la cocaína no existiría, como no la hay contra la maracachafa hoy, cuando esta se ha convertido en principal producto agrícola por encima del maíz en varios de sus estados.

¡O no han leído el “Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, o se hacen los pendejos!

Con seguridad no es lo primero, pero sí lo segundo: se hacen; no son pendejos. Y no son pingos, como decimos en Santander, porque a renglón seguido los mismos opinadores señalan, con su experticia, que en cambio las luchas de los cafeteros, cacaoteros y oros campesinos más, son ahí sí producto del desespero por la política del Gobierno. (Exoneran de ello a los TLC, que muchos comentaristas y formadores ayudaron a cristalizar, al vender la idea a una opinión pública, por ellos formada, de los “grandes beneficios” que traían para el país). Y como algunos han coincidido en las justas luchas de los agricultores de varias ramas, con sectores democrático-nacionalistas, mal podrían inculpar a la infiltración de las FARC de las protestas.

No falta sino que acusen a las mismas guerrillas de las protestas masivas del Brasil y otras latitudes; para ello bien Uribe Vélez creó la ‘Legión Extranjera de las FARC’.

Exculpar la desidia del Estado y sus sucesivos gobiernos ‒pasando obvio por el del ídolo de los excelsos opinadores, el de AUV‒ de la explosión social de los campesinos mamados de aguantar por decenios completos malos tratos, represión, promesas incumplidas, tratamiento como criminales, es lo más sencillo; y el más fácil expediente es señalar a la infiltración guerrillera de esa protesta. (Antes fue la ‘infiltración comunista’). Todos conocemos el viejo y manido cuento del marido cornúpeta, que acomete, lleno de ira, contra el objeto obscuro del deseo: vendiendo el proxeneta sofá. Podríamos decir hoy: el sofá infiltrado.

El periodismo debería caracterizase por una verdadera imparcialidad al presentar las noticias, y no sesgarlas con el manto de los opinadores que en realidad solo son formadores de opinión.

Desde luego que esto es algo bastante complejo. Máxime cuando los medios de comunicación esenciales (RCN y Caracol; El Tiempo y el Espectador; y el largo etcétera de los periódicos regionales, los canales de TV privados o públicos con óptica de clase) se han instituido para defender ideológicamente los intereses, o mejor, los privilegios de la clase tricéfala en el poder (financistas, capitalistas, latifundistas) y no como medios incluyentes en que los sectores sociales que no son esas clases, o instrumentos de esas mismas, puedan intervenir. Esos medios son solo la expresión de la forma, o modo, de la lucha ideológica.

La divisa del Correo del Orinoco, que fuera el primer periódico actuante en nuestro entorno, el de Colombia la Grande, y creado por Bolívar: “Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público” es algo de la prehistoria en el periodismo, hoy mass media. Pero para honrar la verdad, esa que es “la mejor forma de persuadir”, deberían esos medios decir con claridad que están exponiendo y defendiendo los intereses de sus dueños y sus socios.

Como eso no se va a presentar, es hora de que se salga al paso y que hasta las paredes vuelan a gritar, para que las voces de los que carecemos de acceso a los medios expongamos la realidad. Aunque el apóstrofe de Bolívar a Santander, en carta del 15 de abril de 1823 "Es una manía miserable el querer mandar a todo trance", podría serle aplicada a toda la clase en el poder, bien podría ser direccionada más particularmente al expresidente caballista, y a toda su recua de seguidores, incluyendo a muchos beneméritos opinadores.