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Colombia: paz, protestas y movimientos sociales
Una reflexión sobre la actual ola de protestas y de movimientos sociales que sacude a Colombia y su relación con los diálogos de paz de La Habana. Su naturaleza, sus expresiones y su potencia transformadora en la perspectiva del paro nacional agrario que se inicia el 19 de agosto.
Horacio Duque Giraldo / Jueves 8 de agosto de 2013
 

Este trabajo constituye una reflexión sobre el auge de las protestas y movimientos sociales que se presentan en la actual coyuntura colombiana.

Dichas manifestaciones ocurren en el marco de un nuevo ciclo político iniciado con los diálogos de paz que adelanta el Gobierno con las FARC.

La sociedad colombiana no deja de desplazarse en el tiempo. Para administrar ese movimiento se hace política dentro de la sociedad y con otras sociedades, esta vez teniendo como eje la solución del conflicto social y armado.

Bien es sabido que los movimientos sociales más duros se dan cuando se está decantando la composición sociopolítica global o en los momentos constituyentes, en los momentos de crecimiento rápido y en los procesos de reacción, de reforma de las fallas estructurales en la composición de la sociedad, es decir, en los periodos revolucionarios o fundacionales, en las olas expansivas y en las crisis (Tapias, 2010).

Esos movimientos visibilizan una serie de fracturas estructurales del Estado y el sistema político, que buscaron su solución precisamente en la construcción no exitosa de un nuevo montaje institucional con la Constitución de 1991 y sus desarrollos.

Con los diálogos de paz de La Habana, estamos asistiendo a un proceso factual de (re)significación de la democracia a partir de la incorporación de nuevos formatos de ejercicio del poder que provienen de estructuras sociopolíticas distintas a las tradicionales (partidos y movimientos) como las comunidades campesinas, indígenas, mineras o, en su caso, de las organizaciones de la sociedad civil. Esta nueva cohabitación no está exenta de tensiones y contradicciones, que abren la posibilidad a una ampliación de la democracia y la profundización de la participación social.

Síntoma de que las transformaciones en el “campo político” (Bourdieu, 2000) no se limitan a la ampliación de la democracia y a los nuevos formatos institucionales aprobados en la Constitución del 91 y las leyes complementarias, sino que involucran otro conjunto de procesos como la emergencia constante de nuevos sujetos en el ámbito político, portadores de repertorios de movilización y acción colectiva, nuevas formas organizativas, discursos y referentes simbólicos que adquieren centralidad en el espacio público y, por último, nuevas interfaces entre el Estado y la sociedad civil (Zegada, 2011).

La política y el poder están girando hoy, en gran medida, básicamente en torno a actores provenientes de la sociedad civil como los movimientos campesinos, indígenas, mineros, urbanos y sindicales.

Durante las dos últimas décadas, las protestas populares y la acción de los movimientos sociales se han convertido en América Latina en detonante de nuevas fases del desarrollo histórico de varias naciones.

Ocurrió con el “Caracazo de 1989” en Venezuela, que visibilizo una profunda crisis política del Estado; con las guerras del agua (2000) y del gas (2003), en Bolivia; con las protestas argentinas conocidas como “que se vayan todos” (2001); con la rebelión de los forajidos en Ecuador (2005); con las masivas protestas universitarias de los estudiantes chilenos de los últimos 48 meses; con las movilizaciones populares e indígenas de México; y con las recientes acciones juveniles y urbanas en Brasil, que han significado un grave desgaste político de la presidente de dicha nación.

Todas estas acciones colectivas están vinculadas con la vigencia del modelo neoliberal y las consecuencias sociales, económicas y políticas del mismo. De igual manera, con la búsqueda de modelos alternativos para la solución de los problemas que afectan millones de personas.

Colombia no es ajena a esa ola de acciones colectivas. A lo largo de los 24 meses recientes, la sociedad ha sido sacudida por potentes movilizaciones sociales como el levantamiento de los indígenas del Cauca (julio 2012); el paro de los cafeteros, arroceros, paperos, cacaoteros y lecheros (primer semestre del 2013); la histórica huelga de los campesinos del Catatumbo (junio, 2013); y los actuales paros de la minería artesanal.

Todas estas explosiones de inconformidad están vinculadas con el funcionamiento y ampliación del modelo neoliberal que ha sido organizado y promovido por todos los gobiernos recientes desde que se estableció por el señor César Gaviria, durante su administración a principios de los años 90.

Las organizaciones sociales, que en el pasado se encontraban violentadas, debilitadas y recluidas a prácticas corporativas, han logrado rearticularse en torno a demandas sociopolíticas, generando un ciclo de protestas (Tarrow, 1999 citado por Zegada, 2011) y grandes movilizaciones como el reciente paro de los campesinos del Catatumbo, los paros mineros y los cafeteros. Movimientos que con sus pliegos impugnan el modelo de desarrollo.

Todo lo cual ocurre en medio de una prolongada “crisis institucional de la democracia liberal y sus partidos”, que ha generado un vacío en el espacio público democrático, y es asumido de manera directa por la acción colectiva de los movimientos sociales. Así, el (re)surgimiento de la acción colectiva en forma de (nuevos) movimientos sociales construye sujetos político-ideológicos antagónicos con capacidad de generar propuestas alternativas al modelo hegemónico económico y político marcado por el neoliberalismo y la democracia representativa.

Para el 19 de agosto se anuncia y organiza un paro nacional agrario con mayores implicaciones territoriales, poblacionales y sociopolíticas, que el gobierno de Santos intenta desactivar con maniobras tácticas de aparente concesión, pero alistando su dispositivo coactivo y violento.

En este documento recogemos los elementos teóricos sobre esta manifestación social y sus implicaciones en el campo de la política y el Estado, con la intención de profundizar un debate prioritario en los propios movimientos sociales y populares. De igual manera su incidencia en el cambio social a partir de identificar sus potenciales. Aspectos enmarcadores de la reflexión contemporánea que permiten comprender el concepto de movimientos sociales en el contexto de transformaciones sociopolíticas, y en el que juegan un rol protagónico en el campo político.

Las preguntas que nos formulamos son las siguientes: ¿Cómo se definen los movimientos sociales? ¿Cómo se originan? ¿Cómo se manifiestan? ¿Quiénes los integran? ¿Qué relación tienen con la política (partidos) y la democracia (parlamento)? ¿Cuál es su potencial en los procesos de cambio y de superación de la crisis del Estado y sus fracturas? ¿Cuál su composición sociológica y politológica? ¿Cuál es su relación con el proceso de paz que se adelanta en La Habana?

Para identificar la esencia de los movimientos sociales es pertinente localizarlos en lo que el análisis ha identificado como “campo de conflicto” (Melucci, 1999), pues es necesario un análisis de la dinámica política a partir de los campos de conflicto que dieron lugar a la emergencia de nuevos sujetos, discursos y representaciones simbólicas en la disputa por el poder. De manera complementaria, se requiere hoy una relectura de la democracia en el marco de su profundización y ampliación a otros formatos de ejercicio del poder y de la política, situados en las interfaces entre el Estado y la sociedad (Zegada, 2011).

La crisis de mediación de los partidos en sus funciones de representatividad y de canalización de las demandas sociales forma parte de la denominada “crisis institucional de la democracia”, que ha generado un vacío en el espacio público democrático, y es asumida recientemente de manera directa por la acción colectiva de los movimientos sociales.

Así, el (re)surgimiento de la acción colectiva en forma de (nuevos) movimientos sociales construye sujetos político-ideológicos antagónicos con capacidad de generar propuestas alternativas al modelo hegemónico económico y político marcado por el neoliberalismo y la democracia representativa. En este sentido, García afirma que “los movimientos sociales pueden ser entendidos como un desborde democrático de la sociedad sobre las instituciones de exclusión y dominio prevalecientes” (García et.al., 2004: 19; y García, 2001).

Ahora bien, partimos de la idea central de que una acción colectiva se convierte en movimiento social cuando incursiona en el campo político, interpela a otros actores, se extiende a otros ámbitos de la vida social, trasciende las meras reivindicaciones particularistas y toca las aristas del Estado y del orden político. De esta manera, los movimientos sociales se inscriben en un campo de conflicto estructural y generan una opción contrahegemónica.

“Un movimiento social es un tipo de acción colectiva que intencionalmente busca modificar los sistemas sociales establecidos o defender algún interés material, para lo cual se organiza y coopera para desplegar acciones públicas en función de esas metas o reivindicaciones” (García, 2004:4-5, citado por Zegada, 2011).

La característica de un movimiento social es que no tiene un lugar específico para hacer política sino que, a partir de un núcleo de constitución de sujetos, organización y acción colectiva, empieza a transitar y politizar los espacios sociales con sus críticas, demandas, discursos, prácticas, proyectos. En este sentido, un movimiento social es como una ola de agitación y desorden a través de las formas tradicionales e institucionalizadas de la política. Una acción colectiva que no circula e irrumpe en otros lugares de la política no es un movimiento social (Tapia, en Zegada, 2011).

Los procesos sociopolíticos, por tanto, se convierten en el marco de referencia inicial para el abordaje de los movimientos sociales (Tilly, Melucci, 1999, en Zegada, 2011). Los movimientos sociales, por otra parte, devienen de campos de conflictividades diversas y de calidades distintas, fundados en la construcción simbólica de identidades.

Su efecto se produce a dos niveles: en primer lugar, a nivel institucional en el que producen cambios visibles mediante la incorporación de innovaciones organizativas, la conformación de nuevas elites más receptivas a las formas de acción y de construcción de demandas.

En segundo lugar, y lo más importante desde la perspectiva de Melucci: operan como signos, es decir, traducen su acción en desafíos simbólicos que rechazan los códigos culturales dominantes en esa medida son proféticos, anuncian las limitaciones del poder estatal, son paradójicos cuando revelan la irracionalidad de los códigos culturales dominantes llevando a la práctica dichos códigos culturales, y generando nuevas representaciones simbólicas a través del lenguaje (Melucci, 1999).

El segundo elemento importante de discusión alrededor de la noción de movimientos sociales es el hecho de que la política involucra también la disputa sobre un conjunto de significaciones culturales. Esta disputa lleva a una ampliación del campo de lo político hacia la (re)significación de las prácticas sociales; de esta manera, los movimientos sociales están insertos en movilizaciones por la ampliación de lo político, por la transformación de las prácticas dominantes, por el aumento de la ciudadanía y por la inclusión social.

En otras palabras están ligados a la construcción de una gramática social capaz de cambiar las relaciones de género, raza, etnia y apropiación de los recursos públicos; todo ello involucra una nueva forma de relación entre el Estado y la sociedad (De Souza Santos, 2004:59-74, en Zegada, 2011).

La teoría de los movimientos sociales

Desde la literatura contemporánea de las ciencias sociales sobre el tema (Mc Adam, Mc Carthy, Tilly, Tarrow y otros) se establecen al menos tres factores necesarios para el estudio de los movimientos sociales: 1) las oportunidades políticas, 2) las estructuras de movilización (formales e informales), y 3) los procesos enmarcadores o de interpretación, atribución y construcción social que median entre la oportunidad y la acción (Mc Adam et al., 1999, en Zegada, 2011).

Las oportunidades políticas dan cuenta de los procesos políticos que se materializan en la relación de los movimientos sociales con las estructuras institucionales. La hipótesis es que “los movimientos sociales y la revoluciones adoptan una u otra forma, dependiendo de la amplia gama de oportunidades y constricciones políticas propias del contexto nacional en que se inscriben” (Mc Adam et al., 1999).

Sin duda la estructura de oportunidades políticas, es decir, el entorno político o el sistema político, influyen o catalizan la acción colectiva, interactúan con ella y abarcan al menos las siguientes dimensiones: el grado de apertura del sistema político institucionalizado, los cambios que se producen en el sistema electoral, la estabilidad en las alienaciones de las elites que defienden determinadas líneas políticas, la posibilidad o no de contar con el apoyo de las elites, la capacidad estatal para reprimir o la tendencia a hacerlo (Mc Adam recogiendo los aportes de Krieski y Tarrow, 1999).

En cambio, las estructuras de movilización se refieren a “los canales colectivos tanto formales como informales a través de los cuales la gente puede movilizarse e implicarse en la acción colectiva” (Mc Adam et al., 1999). En este marco, se inscriben dos tendencias, en primer lugar la teoría de movilización de recursos (Mc Carthy y Zald) que se centra en los procesos de movilización equiparando movimientos sociales con organizaciones formales; y, en segundo lugar, la estrictamente centrada en los procesos políticos históricos (Tilly y otros).

Ambas corrientes dieron lugar al estudio de las dinámicas organizacionales de los movimientos sociales y su aplicación a estudios comparados. En relación con las estructuras de movilización, interesa conocer el perfil organizacional y las tácticas disruptivas e innovadoras que estos emplean, y que están en estrecha relación con los recursos que disponen -económicos, simbólicos y otros- por lo que el desarrollo de un movimiento social depende no solo de la estructura de oportunidades sino de sus propias acciones (Mc Adam et al., 1999).

Pero el cemento que une las oportunidades políticas y las estructuras de movilización son los denominados procesos enmarcadores que son los significados compartidos, los conceptos que movilizan y generan acción colectiva (las ideas o la cultura), la construcción de identidades socialmente compartidas, definidas como “los esfuerzos estratégicos conscientes realizados por grupos de personas en orden a forjar formas compartidas de considerar el mundo y a sí mismas que legitimen y muevan a la acción colectiva” (en Mc Adam, 1999).

Se refieren al bagaje cultural, las estrategias, las luchas que se generan entre grupos y el proceso que estos sufren en el desarrollo del movimiento, desde los que aparecen como menos conscientes, hasta aquellos en que se monopolizan el debate y el posicionamiento del mensaje en la gente que a veces implica verdaderas batallas discursivas y simbólicas entre los actores que participan en el movimiento, por ejemplo, a través de los medios de comunicación.

Estas acciones colectivas suelen visibilizar las carencias, las necesidades irresueltas, las demandas de participación o el cuestionamiento al Estado, y cuya consecución se busca y conquista precisamente a través de la movilización social.

En realidades abigarradas, estas prácticas políticas son resultado de la combinación de varios referentes que devienen de su configuración sociohistórica y le otorgan una densidad distinta al movimiento social, porque a las demandas vinculadas a la pobreza y la desigualdad que provienen de los códigos de una modernidad inacabada se añade el cuestionamiento a los modos de reproducción de la desigualdad entre pueblos y culturas, a la exclusión sociocultural y a la defensa de sus territorios. Dichas demandas incursionan en la política para exigir al Gobierno un reconocimiento y espacios en el escenario decisional.

Otro elemento importante y complementario para pensar los movimientos sociales revelado por Melucci, es la constatación de redes subterráneas, en las que se experimentan nuevos códigos culturales, nuevas formas de relación, percepción y significación de la realidad y se revelan como señal de posibilidades alternativas al orden establecido, a la racionalidad instrumental de la sociedad dominante e inducen a pensar en órdenes sociales alternativos (Melucci, 1989, citado por él mismo, 1999).

Estos movimientos subterráneos en determinadas condiciones irrumpen a la realidad constituyendo el nuevo topo (Sader, 2009), con nuevas fuerzas hegemónicas, portadoras de nuevas propuestas y discursos alternativos.

García y otros (2004:18) añaden que, como resultado de las movilizaciones, los movimientos sociales transforman varios aspectos del campo político, modificando el espacio legítimo de producción de la política, rediseñando la condición socioeconómica y étnica de los actores políticos, innovando nuevas técnicas sociales para hacer política, además de mutar los fines y sentido de la misma. De acuerdo a esta lectura, la irrupción de la plebe indígena trabajadora en el campo político incorpora a la sociedad excluida en un hecho eminentemente democrático y de igualación sustantiva, pues los movimientos sociales permiten el acceso a prerrogativas políticas y el acceso a recursos.

Ahora bien, en determinadas condiciones, y como consecuencia de los clivajes no resueltos se generan campos de conflictividad, que dependiendo de sus alcances pueden transformar o al menos vulnerar el orden dominante. El campo de conflicto constituye sujetos, estos se agregan, articulan, construyen discursos, y pueden cambiar la cualidad y el alcance de la acción colectiva, mientras que cuando no existe conflictividad o ésta se reduce a cuestiones puntuales, los sujetos colectivos tienden a inhibirse e incluso a desaparecer.

Esta perspectiva nos parece fundamental porque permite abordar a los movimientos en su multiplicidad y variabilidad, y en sus desplazamientos entre los diversos ámbitos del sistema y del campo político; así su identidad no es una esencia sino el resultado de “intercambios, negociaciones, decisiones y conflictos entre diversos actores” (Melucci, 1999). Resulta útil en ese sentido, distinguir los campos de conflicto estructurales o hegemónicos que implican situaciones de crisis, de aquellos corporativos o meramente coyunturales cuyo impacto y alcances son limitados.

En consecuencia, los movimientos sociales no son formas colectivas de carácter y presencia permanente en el campo político, surgen en determinados campos de conflictividad, se articulan, movilizan, agregan demandas e irrumpen en la política; pero, luego, retornan a sus formatos organizacionales y a campos de conflicto de carácter corporativo ligados a sus demandas inmediatas o en su caso, se mantienen presentes en el campo político ligados a una articulación hegemónico específica,

A partir de estas (re)lecturas conceptuales se pueden comprender mejor las características que asumen la acción colectiva en Colombia y el protagonismo de los movimientos sociales en desmedro de las formas políticas tradicionales.

Tipos de movimientos sociales

Se pueden distinguir movimientos sociales reivindicativos, movimientos políticos, movimientos antagónicos.

Movimientos reivindicativos:

Un movimiento reivindicativo se sitúa en el ámbito de la organización social y lucha contra el poder que garantiza las normas y los papeles; un movimiento de este tipo tiende a una redistribución de los recursos y a una reestructuración de dichos papeles. La lucha ataca, sin embargo, las reglas mismas de la organización saliendo de los procedimientos institucionalizados.

Movimientos políticos:

La acción colectiva tiende frecuentemente a remontarse hacia el sistema político del cual depende la fijación de las reglas y de los procedimientos. Un movimiento político actúa para transformar los canales de la participación política o para desplazar las relaciones de fuerza en los procesos decisionales. Su acción tiende a romper las reglas del juego y los límites institucionalizados del sistema, impulsando la participación más allá de los límites previstos. También en este caso, la acción tiende a desplazarse hacia el nivel superior y ataca las relaciones sociales dominantes.

Movimientos antagónicos:

Un movimiento antagónico es una acción colectiva dirigida contra un adversario social, para la apropiación, el control y la orientación de los medios de la producción social. Un movimiento antagónico no se presenta jamás en estado puro, porque la acción colectiva se sitúa siempre en el espacio y en el tiempo de una sociedad concreta, es decir, de un cierto sistema político y de una forma determinada de organización social. Por consiguiente, los objetos históricos con los cuales el análisis tiene que enfrentarse son siempre movimientos reivindicativos o movimientos políticos con la posibilidad de un mayor o menor componente antagónico.

El ataque a las relaciones sociales dominantes y a la estructura de dominación pasa, en el primer caso, mediante el ataque contra el poder que detenta una organización. El poder no es sólo la expresión funcional de la lógica organizativa sino que traduce igualmente los intereses de las clases o grupos dominantes. Un movimiento reivindicativo tiene contenido antagónico cuando pone en cuestionamiento el nexo existente entre la neutra funcionalidad de la organización y los intereses de los grupos sociales dominantes.

De esta forma, un movimiento político de contenido antagónico ataca el control hegemónico ejercido sobre el sistema político por parte de las fuerzas que traducen los intereses dominantes. La ruptura de las reglas del juego político no mira a la simple extensión de la participación o a la admisión en el sistema de intereses no representados, sino que representa un ataque directo a la estructura de relaciones sociales dominantes y al modo en que éstas se transcriben en los límites institucionalizados del sistema político (Melucci, 2010).

Para determinar la naturaleza antagónica de un movimiento social parecen esenciales los siguientes elementos:

a) La colocación de los actores respecto del modo de producción. ¿Tienen los actores una relación directa con el modo de producción y de apropiación de los recursos? O bien, ¿éstas están definidas exclusivamente por su pertenencia a un sistema político y organizativo?

b) Los contenidos y las formas de acción. ¿Existe una imposibilidad de negociación de los objetivos y una incompatibilidad de las formas de acción respecto a los límites del sistema considerado?

c) La respuesta del adversario. Las clases y grupos dominantes están muy atentos a salvaguardar el orden existente. Si un movimiento ataca las bases de la dominación, la respuesta del adversario se traslada normalmente a un rango superior de aquel en el cual se sitúa la acción. Se tendrá así una respuesta política para un movimiento con contenido antagónico que surge como reivindicativo (por ejemplo, mediante la represión estatal) y una respuesta directa de las clases dominantes para un movimiento que ha surgido como político (por ejemplo, mediante la crisis económica, el bloqueo de las inversiones, o la vía autoritaria).

d) La definición que los actores hacen de sí mismos. La referencia a las representaciones y a la ideología no puede ser significativa en sí misma ya que va comparada con los otros indicadores. En particular es necesario analizar el modo en el cual el movimiento define su propia identidad al adversario y el lugar del conflicto. Un movimiento antagónico tiende siempre, en el lenguaje del sistema sociocultural en el cual se sitúa, a definir su propia acción como lucha entre quien produce y quien se apropia de los recursos sociales centrales, por el control y el destino de estos recursos.

Se puede formular la hipótesis de que en el pasaje de un movimiento reivindicativo a un movimiento político, a uno antagónico, las dimensiones del conflicto cambian en la siguiente dirección: a) contenido simbólico creciente; b) divisibilidad y negociabilidad decreciente del puesto en juego; c) reversibilidad decreciente; d) calculabilidad decreciente de los resultados de la acción, y e) tendencia creciente hacia conflictos de suma cero (en la cual las ventajas para uno de los adversarios representa pérdidas netas para el otro). Estas dimensiones pueden ser otros tantos indicadores empíricos de la presencia de conflictos de naturaleza antagónica en la acción de un movimiento.

Los intersticios del movimiento social

Queremos profundizar con el pensamiento de Luis Tapias(*), apropiado para el análisis que estamos sugiriendo en la coyuntura, la naturaleza intrínseca de los movimientos sociales para enriquecer este debate en curso en la sociedad colombiana, a propósito de las nuevas movilizaciones y protestas que se anuncian para el 19 de agosto del año en curso.

Tapias afirma que cuando los sujetos y prácticas que han configurado los momentos políticos de la sociedad civil y las esferas de lo público que resultan de su acción o despliegue en relación al Estado y la política nacional, o los que no han constituido todavía sociedad civil, desbordan esos lugares de la política, entonces puede estar constituyéndose un movimiento social.

Y continúa: “Un movimiento social empieza a configurarse cuando la acción colectiva empieza a desbordar los lugares estables de la política, tanto en el seno de la sociedad civil como en el del Estado, y se mueve a través de la sociedad buscando solidaridades y aliados en torno a un cuestionamiento sobre los criterios y formas de distribución de la riqueza social o de los propios principios de organización de la sociedad, del Estado y del Gobierno...

Lo característico de un movimiento social es que no tiene un lugar específico para hacer política sino que, a partir de algún núcleo de constitución de sujetos, organización y acción colectiva, empieza a transitar y politizar los espacios sociales con sus críticas, demandas, discursos, prácticas, proyectos…

Un movimiento social no suele permanecer en un lugar ni constituir un espacio político especial al cual circunscribirse. Los movimientos sociales son un tipo de configuración nómada de la política.

Una condición de su desarrollo es circular por los diversos lugares políticos existentes promoviendo sus objetivos, publicitando sus demandas, fines y proyectos.

Los movimientos sociales suelen hablar de algo que no tiene lugar en la sociedad, sobre la ausencia de algo deseable, cuya consecución se busca y conquista en el movimiento y en la reforma de los espacios políticos existentes…

La constitución de los movimientos sociales es un desplazamiento de la política, de los lugares institucionalizados de la misma, al campo de tránsito entre ellos y el de la fluidez. También es un modo de politización de lugares sociales o conjunto de estructuras y relaciones sociales que habían sido neutralizadas o despolitizadas y, por tanto, legitimadas en su forma de organización de algunas desigualdades.

Romper los límites significa la acción que sobrepasa el rango de variación que un sistema puede tolerar, sin cambiar su estructura (entendida como la suma de elementos y relaciones que la conforman). Los sistemas de relaciones sociales pueden ser muchos y muy variados, pero lo importante aquí es la existencia de un comportamiento que traspasa las fronteras de compatibilidad, forzando al sistema a ir más allá del rango de variaciones que su estructura puede tolerar.

Los movimientos sociales son una forma de política que problematiza la reproducción del orden social, de manera parcial o general.

Las ampliaciones y reducciones de la forma política responden a diferentes márgenes de participación en la distribución de la riqueza social en sus diferentes fases. Cuando la forma de la política se ha encogido o vaciado, de tal modo que ya no contiene, procesa ni integra las demandas de amplios sectores, la política tiende a aparecer bajo otras formas, como desborde.

Cuando las formas estatales y sus mediaciones, así como las de la sociedad civil, no enfrentan ni resuelven el conflicto distributivo y el de la producción del consenso en torno al orden político y social, aparece la política sin forma estable de los movimientos sociales. Los movimientos sociales son la forma de la política excedente en un país, casi siempre generada a partir de la experiencia y politización de algún tipo de escasez o pauperización causadas por los principios de distribución existentes.

Los movimientos sociales suelen constituirse en torno a cuestionamientos y demandas sobre el orden distributivo vigente o, menos frecuentemente, como proyectos políticos de cuestionamiento y reforma del orden político en su conjunto….

Cuando los partidos no pueden contener la política del conflicto redistributivo o el de la reforma de la política y el Estado, tiende a aparecer la política de los movimientos sociales. Sin embargo, esta emergencia no es automática; la cuestión clave es la constitución de los sujetos en la conflictividad.

La cualidad en la constitución es decisiva, o sea, si los sujetos se constituyen como gobernantes o gobernados, y el cómo se reconstituyen de lo uno en lo otro o transitan de una condición a la otra, o si más bien son cogobernantes.

Los sujetos gobernantes se constituyen como productores y reproductores de orden social y político, así como actores de la dirección y la dominación…

Los sujetos gobernados son constituidos y se constituyen como reproductores pasivos del orden social, en tanto ocupan sin cuestionamiento los lugares subalternos que se les ha asignado…

Un movimiento social es una política de algunos gobernados que cuestionan ese ordenamiento y la distribución de los recursos, así como los reconocimientos sociales y políticos que lo complementan…

En este sentido, pretenden cambiar su lugar político y social, a la vez que para hacerlo de facto ya cambia el lugar de la política. Para plantear este cuestionamiento hay una reconstitución de algunos sujetos gobernados, en tanto se desarrolla cierta capacidad de autoorganización y producción de sentido más allá de las formas vigentes. Sin una determinada capacidad de autogobierno y reconstitución que trascienda las prácticas e instituciones existentes no se constituye un movimiento social.

La constitución de un movimiento social implica que han proliferado los núcleos de constitución de sujetos, los principios de organización de la política y los fines de la misma….

La constitución de los movimientos sociales implica un conflicto de fines en la política, porque se han diversificado los sujetos de la misma. Un movimiento social es una alteridad de fines en el interior de un mismo sistema o conjunto de relaciones sociales, que ocurre cuando las desigualdades y diferencias existentes se politizan y se convierten en acción conflictiva y querellante. Un movimiento social es el planteamiento de una querella sobre la forma de sociedad y el Estado, cuando su horizonte tiende a globalizarse, o sobre algunas de sus estructuras y formas de distribución y utilización de los recursos y del trabajo social.

Un movimiento social es un sujeto político que se constituye como encarnación de una querella sobre la organización y dirección de la sociedad. En este sentido, es una reconstitución de los sujetos gobernados que generan un tipo de acción autónoma para reformar el gobierno, ya sea en su forma o en su contenido. La organización de la sociedad civil también constituye sujetos, pero generalmente lo hace en su condición de gobernados más o menos activos, que controlan y critican o apoyan los procesos y resultados de gobierno, profesional y electoralmente separados….

Los movimientos sociales son el momento de fluidez y desborde de la sociedad civil, un mecanismo de reforma y renovación. Son la expresión de que la vida política institucionalizada ya no basta. Un movimiento social es una forma de globalización de un conflicto a través de la sociedad civil, como parte de la estrategia de reforma de las políticas y estructuras del Estado. En suma, implica pasar de las relaciones de intermediación biunívocas entre organización corporativa o sectorial y Estado a una estrategia de generalización del conflicto a través de la sociedad civil, removiendo alianzas, apoyos y rechazos, y diversificando a la vez la trama de sujetos políticos involucrados…

Un movimiento social es una complejización de la política y del sistema de relaciones entre sujetos políticos; es una política de tensión que conduce a alineamientos y realineamientos. Los movimientos sociales promueven una política de explicitación de tendencias, sentimientos, prejuicios, valores y fuerzas de aquellos sujetos sociales y políticos que no estaban directamente involucrados en el conflicto. La generalización del mismo o la movilización a través de la sociedad y todos sus lugares de la política hace que la gente tienda a tomar posiciones o las revele…

Al moverse conflictivamente, los sujetos sociales acaban conociendo el resto de su sociedad o país. La capacidad de reflexión sobre esa experiencia de la acción e interacción define la madurez y el desarrollo del movimiento. La primera ola de movilización y constitución es, a la vez, la del planteamiento de la querella más allá de las instituciones existentes, así como del conocimiento de la condición política de la sociedad en la que empiezan a moverse políticamente….

Los movimientos sociales son formas de recreación organizativa o de vida social a través de una intensa y conflictiva relación con el resto de la sociedad civil y el Estado, en la condición de la movilización, es decir, de desorganización parcial y temporal de los lugares, tiempos y fines de la política. Un movimiento social exige un reordenamiento pequeño o grande de la sociedad y del Estado, y empieza haciéndolo a través del desbaratamiento de las relaciones políticas de poder establecidas para la reproducción de las desigualdades existentes….

Uno de los rasgos del desarrollo de un movimiento social es que su accionar tiende a incluir ya no sólo la protesta o la demanda, sino también la factualización de las formas alternativas de apropiación, gestión, organización y dirección de recursos y procesos sociales y políticos…

La factualización de alternativas es un arma de lucha dirigida a convencer al Estado y a la sociedad civil de la posibilidad de hacer, organizar, dirigir y vivir las cosas de otro modo; la capacidad ya desarrollada por el movimiento para pasar de la crítica a la reorganización de las cosas…

Un movimiento social ha madurado cuando ha desarrollado la capacidad de proyectar formas alternativas de organización y dirección, sobre todo cuando ha desarrollado la capacidad de movilizar sus fuerzas para cristalizar el proyecto. La factualización crea las condiciones para la consolidación, el arraigo y la cristalización de un movimiento. Un movimiento que no pasa a la factualización de sus ideas se convierte en o es simplemente opinión crítica en la esfera de lo público…..

Los movimientos sociales suelen ser la forma de acción para la reconstitución y la reforma de las sociedades y Estados, una vez que sus instituciones se han vuelto demasiado conservadoras, rígidas y excluyentes o productoras de desigualdades desintegradoras…

Los movimientos sociales han sido una de las principales formas de plantear la democratización de las sociedades y Estados…

La noción de movimiento social emerge para pensar la constitución de sujetos críticos dentro de un tipo de sociedad; en este sentido es resultado de las contradicciones propias de un tipo de sociedad y el sistema de sus relaciones sociales, y se dirige a reformarla desde adentro, aunque contenga un proyecto de revolución o sustitución amplia de estructuras…

En la actualidad hay dos grandes espacios o lugares de la política. Uno de ellos es el que articula elecciones y sistema de partidos, con su prolongación en el parlamento y el poder ejecutivo. Otro es el campo del conflicto social, que más bien es un no lugar político, ya que no es un espacio delimitado ni tiene instituciones regulares para su tratamiento…

Aparece en diferentes lugares en tanto fuente de generación pero empieza a moverse a través de la sociedad y otros espacios políticos cuando la acción colectiva se convierte en un movimiento social…

En la medida en que el sistema de partidos no es el lugar de representación, de deliberación y solución de los principales problemas y demandas del país, hay de manera casi permanente un espacio político paralelo cambiante, discontinuo y polimorfo que se constituye y reconstituye según los conflictos y luchas sociales que se plantean y en función de los sujetos sociales y políticos que se constituyen como querellantes y reformadores…

Este espacio que configuran los movimientos sociales es un campo de fuerzas más que un lugar de la política. En tanto hay movilización de fuerzas, demandas y proyectos, se ocupan lugares, hay un recorrido de las acciones, pero éstas tienden a no estabilizarse e identificarse con un lugar delimitado e institucionalizado de la política; cuando ocurre esto se vuelven simple sociedad civil. En este sentido, el campo de fuerzas configurado por los movimientos sociales es un no lugar político; es una zona de tránsito del conflicto social, es también como el viento que pasa y puede arrancar algunas cosas de raíz y mover otras de su lugar.

Los movimientos sociales instauran la fluidez de la sociedad civil y la problematización del orden político. Es la parte de la sociedad que hace las preguntas y hace la crítica de la irracionalidad de algunas formas y principios de organización social y de distribución. Los movimientos sociales son la forma y sujeto de reflexión conflictiva de las sociedades sobre sí mismas….

Las protestas y acciones populares configuran un campo de fuerzas desde el cual se están planteando las preguntas y críticas con ímpetu social sobre el modelo económico y político, así como sobre la historia del país y su sentido. Estas movilizaciones constituyen el no lugar de la política en el país, que es, sin embargo, el momento de mayor intensidad de la política nacional en los últimos tiempos. El centro de la política, que es un decir, no está hoy en los lugares institucionalizados de la representación, de la mediación y la administración estatal y los partidos, sino en el no lugar de los movimientos sociales y societales…

En ese no lugar se están articulando las fuerzas que tensionan las estructuras del actual modelo, las que pueden quebrarlo e imaginar alternativas. En los lugares de la política oficial se percibe el ruido cansino de los discursos liberales de la modernización y el simulacro de la política como representación cuando en realidad es una simple negociación entre élites económicas y políticas…

El despliegue de estas movilizaciones y las estructuras de acción que van produciendo, representan un conflicto sobre los fines de la política nacional. Son la encarnación de un conflicto político-moral o ético político. Los fines de la política oficial son la liberalización de la economía y el Estado, lo cual significó la apropiación monopólica local y transnacional de las principales empresas y actividades económicas del país.

Los fines de los partidos son la participación en el monopolio de la política y, a través de ello, el usufructo privado de los bienes públicos. Los fines de los movimientos sociales son la satisfacción de las necesidades básicas y la recuperación del control sobre las condiciones naturales de la producción y reproducción de la vida social, como el agua, la tierra y el trabajo…

La expropiación de las condiciones y del producto del trabajo generalmente ha tenido que ver o se ha acompañado con la segregación de la política a lugares y sujetos exclusivos. Su reapropiación se ejerce a través de la producción de acción política desde los lugares de la producción y reproducción social que habían sido despolitizados como condición y resultado de la expropiación, pero como una acción colectiva que se moviliza para modificar lo que problematizan como áreas de injusticia.

Los movimientos sociales que estamos viviendo son formas de revinculación entre vida productiva y tiempo político o generación de capacidades de autoorganización y autogobierno local. Cuando la política se vuelve un no lugar es cuando una sociedad (o parte de una sociedad) se está moviendo in toto, es decir, se está autogobernando, esto es, se está cogobernando entre los que participan de ella…

Un rasgo de los movimientos sociales en tanto política sin mucha institución es precisamente su temporalidad. El no lugar que producen es temporal; ya que cuando institucionalizan reformas o su modo de organización y acción, sus prácticas se convierten en un nuevo conjunto de lugares de la política y de la vida social y económica” (Tapias, 2011).

Conclusión

La mesa de diálogos de La Habana sobre el conflicto social y armado y la formulación de alternativas de paz es un hecho de trascendencia que ha propiciado una nueva fase política de la sociedad y el Estado colombiano. Su impacto es evidente y una de las manifestaciones es la reactivación de la protesta y la movilización social. Nada extraño si se considera que la resistencia campesina revolucionaria que encarnan las FARC es un tipo de movimiento sociopolítico que surgió y desplegó en los márgenes de las estructuras oligárquicas de dominación y exclusión.

No hay incompatibilidades entre estos movimientos sociales por más que la propaganda oficial los quiera forzar con sofismas y tesis inconsistentes.

La confluencia de los movimientos sociales existentes es la única posibilidad de transformar las estructuras de poder dominantes en Colombia, que son el foco de la crisis global de la Nación.

(*) Las tesis de Luis Tapias que incluyo en este texto han sido recogidas de distintas conferencias y exposiciones que le he escuchado en Santiago de Chile y las cuales comparto plenamente.

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