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De Boyacá en los campos
Aurelio Suárez Montoya / Viernes 30 de agosto de 2013
 

La frase más sonada en estos días de marchas, bloqueos, heridos, detenidos, forcejeos, físicos y verbales, fue: “Importar alimentos, es traición a la patria”, pronunciada por el obispo de Tunja, Luis Augusto Castro. Los neoliberales -que se escandalizan con ella- seguramente desconocen otra similar de George Bush (padre), quien dijera: “¿Pueden ustedes imaginar un país que no fuera capaz de cultivar alimentos suficientes para alimentar su población? Sería una nación expuesta a presiones internaciones. Sería una nación vulnerable…”.

Lo que el libre comercio y la apertura produjeron en Colombia en 20 años en la seguridad alimentaria nacional ha sido un aumento descomunal de dicha vulnerabilidad. En 1989, el agro colombiano suministraba el 90% de los bienes agropecuarios demandados por industrias y hogares, en 2006 ya se importaban cerca de cinco millones de toneladas. Con relación al consumo nacional, equivalían al 95% del trigo, al 100% de la cebada; al 75% del maíz; al 90% de la soya; al 90% del sorgo; al 33% del fríjol y al 100% de la lenteja, del garbanzo y de la arveja seca. El área algodonera sembrada se redujo de más de 200 mil hectáreas a menos de 30 mil. Para los últimos años, el número de toneladas importadas de productos del ámbito agropecuario se ha duplicado, rodeando los diez millones, y para 2013, con el TLC con Estados Unidos, puede superarlo, al crecer en el 81% las provenientes de ese país, tan sólo para el primer semestre.

Ante tal avalancha, estimulados por promesas oficiales, muchos agricultores, pequeños, medianos y grandes, se refugiaron en géneros presentados como “promisorios” en la globalización agrícola. Las principales guaridas fueron el café, la panela y el cacao, fomentados en los programas de sustitución de cultivos de uso ilícito, la leche, la palma de aceite, las hortalizas, las frutas y la papa. Unos bienes tropicales y otros de más difícil transacción.

¿Cuál es la novedad? Que las importaciones de tales productos también comenzaron a dispararse. En café, en los últimos años, sin contar contrabando, han oscilado ente 500 mil y un millón de sacos; en cacao, alcanzan cerca del 10% de la producción nacional y un porcentaje algo mayor en aceites de palma, lo que contribuye a que las compras externas totales de aceites y grasas de origen vegetal y animal ya sumen más de 600 millones de dólares; las de lácteos y huevos, entre 2011 y 2012, crecieron 144% (!!), de casi 50 millones de dólares a cerca de 120. Las de azúcar, sin contar, el ingreso de sustitutos como el jarabe de maíz, pasan de 300 mil toneladas, aproximadamente el 15% de la producción nacional, impactando toda la cadena del dulce, incluida la panela. Con relación a la papa, hay una avalancha de producto procesado; entre 2010 y 2012, se ha duplicado hasta 20 mil toneladas, equivalentes a más de 200 mil de papa fresca, perdiéndose el mercado industrial con la competencia foránea.

Es un proceso que a campesinos, productores y empresarios rurales los ha acorralado a punta de importaciones y ya no queda renglón posible ni acceso fácil a recursos financieros para sostenerse. Esta es, además del alza exponencial de los costos de producción principalmente por insumos, fertilizantes y semillas, combustibles y energía, la explicación del estallido generalizado que en varias regiones causó movilizaciones ciudadanas multitudinarias.

Qué iba a imaginarse Núñez que la quinta estrofa del himno de Colombia iba a plasmarse -130 años después- en contemporáneos “soldados sin coraza”, quienes, independientemente de los resultados de las negociaciones, “ganaron la victoria”. Sólo que – por ahora- “el genio de la gloria” tendrá que coronar a los “héroes invictos” con espigas extranjeras, las autóctonas desaparecieron de los campos de Boyacá.