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Más dosis de coca para acabar el narcotráfico
David Curtidor / Jueves 26 de septiembre de 2013
 
El presidente de Bolivia, Evo Morales, observa algunos de los productos hechos con la hoja de coca.

Para los pueblos indígenas, igual que para las comunidades negras, afro y campesinas, el narcotráfico acarrea serios problemas para sus estructuras sociales, pero ellos no son distintos de los que traería cualquiera otra economía de enclave, con el producto que fuera. El negocio del narcotráfico es tal solamente para quienes participan de la cadena de distribución, dado que lo que lo hace rentable es su prohibición.

Las fabulosas ganancias del narcotráfico no alcanzan a llegar a los productores agrícolas que aportan plantas como la coca a ese proceso. Es suficientemente conocido que el dinero se queda en bancos, industrias y, en general, en la economía legal. Una prueba de ello es que pese a los incrementos en los precios del clorhidrato de cocaína, el precio de la hoja de coca disminuye en pesos constantes.

Coca y mercado

A las leyes del mercado no escapan esas mercancías, se cumplen de tal manera que los eslabones de la cadena más débiles, como son los trabajadores jornaleros, recolectores de la hoja, reciben los mismos cuatro o cinco mil pesos por cada arroba cosechada, en los últimos seis u ocho años.

El levantamiento campesino en Colombia de agosto de 2013 destapa y denuncia una realidad que arruina al sector rural. Pero tal postración no es solamente económica, sino que se proyecta en el conjunto del tejido social. Se les ha impuesto a las comunidades rurales condiciones asimétricas por la vía de los tratados de libre comercio y, más que un modelo económico, se está imponiendo por la fuerza un modelo cultural, en el que lo deseable, el camino de la felicidad, pasa por convertir a los seres y la Madre Naturaleza en general en una gran cantera de materias primas supuestamente inagotables.

Por una parte se exige a los habitantes del campo pervivir materialmente, ser competitivos y eficientes, pero lo dicen quienes imponen su ideal de sociedad por la vía del pillaje, el despojo y el ventajismo. Baste ver cómo establecen condiciones de protección para abrir mercados a sus industrias de investigación y a los desarrollos producidos por estas, se protegen las variedades vegetales objeto de manipulación y se persiguen semillas tradicionales. Pasa en Colombia o Chile con las semillas nativas, a las que se les condiciona a cumplir unos requisitos para ser certificadas y usadas o intercambiadas a cualquier título.

Se precisa resignificar el mercado, pero especialmente las formas y relaciones que se construyen a su alrededor. La acumulación de dinero no es ni puede ser la única meta de esas relaciones sociales, de lo contrario seguiremos viendo el dantesco espectáculo que significa, a manera de ejemplo, el sistema de salud colombiano, en el que empresas parásitas controladas por el capital financiero reciben como premio a los homicidios cometidos el valor de los tratamientos que niegan a las personas y que provocan su muerte.

Coca e identidad

Lograr posicionar una industria de la hoja de coca, considerando que esta planta hace parte fundamental de la identidad de los pueblos indígenas y, como consecuencia de ello, son estos pueblos sus legítimos dueños, es una alternativa viable, que ya funciona. El pueblo nasa, del departamento del Cauca, produce hace cerca de 15 años alimentos de hoja de coca, con los que ha logrado que se quite el estigma cuidadosamente construido por agencias antidrogas, que equiparan al clorhidrato de cocaína con la hoja de la planta sagrada.

Esa última tarea ha debido enfrentar un aparato cultural y económico muy poderoso que permeó incluso sectores que deberían ser los más avanzados políticamente. No se trata simplemente de legalizar las drogas, se trata de cambiar la epistemología construida alrededor de la hoja de coca, entendiendo que ella es víctima, que se reconoce, legalmente inclusive, como una planta prodigiosa, con promisorio futuro industrial.

La Madre Tierra

Habría que retomar prácticas exitosas de acabar con los monocultivos de coca o cualquiera otra variedad vegetal, establecer cultivos alternados y rotativos, y recuperar otras ancestrales formas de producción que respetan los ciclos y derechos de la Madre Tierra, en el mismo sentido que lo han hecho países con sociedades altamente respetuosas y en consecuencia civilizadas [1], contrario sensu de la bárbara y arcaica depredación ambiental de otras sociedades.

Insistir en cualquier medida de erradicación o eliminación de los cultivos es aplicar a rajatabla la política de agencias y gobiernos injerencistas, que con la llamada “guerra contra las drogas” intervienen política y militarmente donde les parezca [2]. No se trata de cuál represor es mejor, se trata de cambiar el modelo represivo. La descripción nutricional de la hoja de coca y los potenciales usos industriales que tiene la convierten en una suerte de oro verde. ¿Podría alguien pensar que el oro ‘amarillo’ debe destruirse por haber demasiadas minas que lo producen?

Una sencilla medida de mercado, que solucionaría varios problemas a la vez, sería crear una norma ‘espejo’ que impidiera que a Colombia ingresaran productos que contengan cereales y otros vegetales que hayan sido objeto de manipulación genética, en aplicación del principio de precaución, de la misma forma que en otros países se imponen sibilinas barreras fitosanitarias a los productos del agro colombiano.

Remplazar solamente el gran mercado del maíz de un solo país allende el río Bravo significaría tener que volver a sembrar las cerca de 70 mil hectáreas que Colombia ha perdido o reemplazarlas parcialmente con quinua, coca y otros.

Conclusión: se requieren más dosis de hoja de coca industrializadas y construir un amplio mercado de la hoja de coca para combatir el narco, en el mismo sentido que ella cura y previene las adicciones al clorhidrato y sulfatos de cocaína.

[1Ley sobre derechos de la Madre Naturaleza en Bolivia y Capítulo en la Constitución de Ecuador.

[2Por ejemplo, el Gobierno Bolivariano de Venezuela ha sido descertificado en sus esfuerzos antidrogas, pese a no tener cultivos de uso ilícito e incautar drogas y detener narcos colombianos continuamente.