Asociación Campesina del Catatumbo
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Palmarito y Cúcuta: Un ejemplo de la relación entre el narcoparamilitarismo urbano y rural
Agencia Prensa Rural / Miércoles 2 de octubre de 2013
 

El pasado día 30 de Septiembre, después de 7 invitaciones oficiales por parte de la comunidad, el señor alcalde Donamaris Ramírez-Paris Lobo, hizo presencia en el corregimiento de Palmarito a escasa hora y media al nororiente de la ciudad de Cúcuta.

En Palmarito los paramilitares campan a sus anchas desde hace 20 años y la gente ya no sabe distinguir cuando se desmovilizaron los paramilitares y comenzaron a operar las mal llamadas bandas criminales, especialmente Rastrojos y Urabeños. A nadie le interesó hasta que llegaron, primero, un centenar de desplazados a la ciudad de Cúcuta y, en los días siguientes, casi 600. La prensa oficial puso el grito en el cielo y la imagen del alcalde, fuertemente deteriorada en los últimos meses, cayó en picado.

La organizaciones sociales como MOVICE y la Mesa de desplazados del Norte de Santander venían anunciando el operar de los victimarios neoparamilitares en el área rural de Cúcuta y su injerencia en temas como el contrabando de alimentos a gran escala y gasolina, proveniente de la hermana República Bolivariana de Venezuela y el narcotráfico que circula en sentido contrario. Un lucrativo negocio que trae consigo la aparición de corredores bien identificados que, a pesar de esa claridad, no han sido afectados ni en lo más mínimo ni por el ejército ni la policía y mucho menos por el poder civil.

Al contrario de lo que los ciudadanos y ciudadanas honradas podrían pensar, los campesinos denuncian una connivencia de la policía de Aguasclaras y otros corregimientos que sí tienen estación de policía, al contrario que Palmarito. Un vecino que no quiere dar a conocer su identidad por miedo, indicó a Prensa Rural que en una ocasión ellos (los paramilitares) entraron a su casa y se acantonaron allá, él huyó y llamó inmediatamente a la policía, la cual le comunicó que actuarían, de regreso a la casa el campesino intentó echarlos advirtiéndoles de la presencia de la policía en pocos minutos. Los criminales le contestaron que antes de que lleguen ellos (la policía) nos avisan para que nos vayamos.

Ante la Policía Metropolitana -MECUC y del batallón de Caballería Mecanizada “General Maza” y del alcalde de Cúcuta, uno de los campesinos se quejaba amargamente de la poca efectividad de ejército y policía, que reciben un sobre sueldo cobrado a los campesinos que se ven obligados a participar en negocios ilícitos para contrarrestar el abandono estatal. Ese es el trato: una pequeña parte para el campesino que contrabandea, de la que viven los corruptos de la Fuerza Pública y todo el pastel para los narcoparamilitares, verdaderos carteles de la extorsión.

Incluso plantaciones de coca y laboratorios aparecieron en las inmediaciones de esos corregimientos, para sorpresa de la institucionalidad. La solución, sigue siendo, por orden del comando Sur de los Estados Unidos, erradicar... y nada más.

Son 21 los muertos por parte de esos grupos paramilitares en lo que va de año. Mucho antes de la operación suicida que llevó a cabo la policía, en la que murieron en combate 6 paramilitares, según cifras oficiales, y 6 policías, ya habían sido asesinados 18 campesinos transportadores y pimpineros (contrabandistas de gasolina).

Se rompió el pacto porque llegaron los grupos de élite de Bogotá a realizar la operación. Las consecuencias, al romperse el pacto tácito que existe entre policiales y criminales en diferentes puntos del país tuvo 2 consecuencias en Cúcuta: La primera fue un plan pistola inmediato contra la fuerza pública, que se llevó la vida de 4 patrulleros en plena ciudad, donde esos grupos (ambos, y alguno más) tienen una presencia abrumadora. La segunda fue un desplazamiento masivo ante la evidencia clara de que no habían garantías en la zona. A pesar del desproporcionado y poco efectivo pie de fuerza que hay en la zona, y a pesar de la ampliación de ese pie de fuerza que está por llegar.

En la ciudad de Cúcuta uno ya no puede ir a rumbear o tomar unas polas tranquilo, desde hace años. En cualquier momento esas bandas, ajustan cuentas las unas contra las otras a base de granadas, que durante los meses de julio y agosto dejaron 4 masacres en la ciudad. La zona más caliente es el Malecón, sobre la avenida Libertadores, que corre durante 3 kilómetros junto al río Pamplonita. En ese lugar abundan los negocios pantalla, que sirven para el blanqueo de capitales provenientes de diferentes negocios ilícitos como el narcotráfico, el contrabando masivo de alimentos y gasolina, el cambio ilegal de bolívares y pesos en plena frontera o venta de celulares robados a banda y banda de la frontera. Abundan también las camionetas de alta gama, las mujeres siliconadas y los hombres armados. Mezclado con bastante aguardiente y la nueva ola del vallenato a gran volumen, dan como resultado una mezcla explosiva.

Algunos de esos locales han sido clausurados por la alcaldía en los últimos meses, bajo la excusa del exceso de ruido. “Sellado” se puede ver en muchas de las persianas metálicas, ahogando aún más la economía de los trabajadores y trabajadoras que, aunque poco, algo recibían porque mucho trabajan.

Los narcotraficantes tienen como suplir esa presunta embestida contra los populares “tomaderos” y ya se han refugiado en la construcción de grandes complejos residenciales y centros comerciales, como ya sucediera y sucede en Bucaramanga.

La corrupción de la guardia venezolana de frontera, hace que la frontera entre Cúcuta, Ureña y San Antonio (“la oficial”) ya no sea tan rentable como lo fue antaño, y las bandas criminales buscan huecos más grandes en esta porosa frontera, para seguir maximizando beneficios. Lo encuentran en las cercanías de Palmarito, suficientemente cerca de la capital del Norte de Santander y suficientemente lejos de los medios de comunicación, suficientemente cerca para la clara relación directa entre la delincuencia urbana y rural.

El pasado 25 de Agosto, estos grupos criminales venían disputándose el corredor, ante el golpe que recibieron los Urabeños, por parte de los grupos especiales de la policía, y que los Rastrojos, presuntamente, habrían detectado como una debilidad del aliado-enemigo.

Exactamente no se sabe qué grupo fue, pero lo que si se sabe es que entraron al caserío y empezaron a ametrallar indiscriminadamente sobre unos billares donde había un considerable número de personas. Los campesinos y las campesinas relatan el horror sin poder describir a sus victimarios, ya que en su mayoría se encontraban en el interior de sus casas y no quisieron salir por miedo. Una campesina, que no revela su identidad, afirma que lanzaron al menos 4 granadas al interior de algún edificio, aunque podrían ser más ya que algunas no explotaron.

La casa de tabla de la señora propietaria del billar, quedo reducida a escombros y solo quedó una columna en pie, según afirma un vecino. No le sirvió de mucho las tablas que la cobijaban ya que una bala le llego a alcanzar en la espalda, saliendo por le pecho. Estuvo de buenas porque le rondó el pulmón pero no se lo perforó. Las vecinas escuchaban los gritos de auxilio, pidiendo que no la dejaran morir.

De buenas también estuvo una bebé de 2 añitos que recibió una bala rebotada en la espalda, que afortunadamente no la dejó herida de gravedad, pero sí ensangrentada.

Tres impactos de bala recibió un campesino en el brazo de parte de uno de los fusiles de los criminales.

Otros dos campesinos fueron asesinados en ese momento.

Como si de los tiempos de Mancuso se tratara, los narcoparamilitares colocaron un retén a la salida del caserío en una de las trochas más importantes de la zona y fusilaron allá mismo a dos inocentes, que tuvieron la mala fortuna de pasar por allá en ese momento. Esos dos campesinos son los que suman 21, de los otros 18 no se sabe gran cosa, aunque algunos alcanzaron a salir en las páginas del amarillista periódico Q’hubo.

Los campesinos aseguran que hay 40 hombres fuertemente armados en la zona desde hace meses. Portan armas largas, ametralladoras miniuzis y pistolas, algunas de ellas con silenciador. Se cree que son aproximadamente 100 los paramilitares que componen ese grupo, que ha provocado un desplazamiento masivo similar a los de principios de 2000.

Ante esta grave situación, Donamaris llevó solución de una cancha sintética, más pie de fuerza para los próximos 15 días, que después regresarán al Cesar a dónde pertenecen, dos tanquetas que no avanzan hasta donde los campesinos aseguran que se encuentran acantonados los victimarios, y varias máquinas trabajando mientras están los periodistas y que luego se devuelven a Cúcuta, un carrusel de promesas que se aprueban con la misma ligereza que se incumplirán y un torneo interveredal de micro. Todo esto aliñado con un poco de cinismo politiquero diciendo que las armas les fueron entregadas a la fuerza pública por Dios, para dar plomo a esos bandidos. Las condiciones están dadas para regresar, según el alcalde que cada vez que se mueve lleva un ejército de policía y ejército en unos operativos absurdos y desproporcionados, fruto de su manifiesta cobardía. Que pongan el pecho los demás.

Mucho reconocimiento para los que valientemente se quedaron en las veredas fantasma y muchas ganas de quitarse un chicharrón de encima, devolviendo a la gente desplazada en el centro de migraciones de Cúcuta a sus veredas, sin ninguna garantía, para que sean represaliadas por los mismos victimarios que los mataron y desplazaron.