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A propósito del paro agrario
El Gobierno miente y engaña
Manuel Humberto Restrepo Domínguez / Domingo 6 de octubre de 2013
 

El gobierno es especialista en mentir, en engañar, en dilatar, en encubrir, en hacer aparecer como bueno lo que es malo y en presentar lo bueno como malo. El gobierno y la élite política, que durante los últimos doscientos años se ha mantenido en el poder, han convertido los recintos de la democracia en satélites de las grandes compañías transnacionales. La clase política, salvo honrosas excepciones, hace silencio, firma sin leer, vota, hace el papel secundario de dóciles servidores del repartidor de mermelada como le llaman ahora eufemísticamente a los presupuestos oficiales. En las calles, la clase por fuera del poder se pregunta ¿a quién representan los que deberían representar a las mayorías que los eligen? y ¿qué negocian en su nombre?

El gobierno no está interesado en resolver los problemas del agro, ni del campesinado colombiano, como tampoco está interesado en encontrarle salidas a las crisis de la educación, de la salud, de la vivienda. Al gobierno sólo le interesa sostener el rentable poder que le da la legalidad de ser el poder. Le interesa crear condiciones favorables para gobernar según su particular forma de entender a la gobernabilidad como tranquilidad, como vías despejadas, calles sin gentes que obstaculicen, mercados sin estorbos. Al gobierno le interesa salir de la gente, quitársela de encima, intimidarla, repartir terror, deshacerse de las movilizaciones desmontando los mecanismos de la movilización misma, violentándola, fragmentándola, buscando negociar con cada uno y en secreto. El gobierno no tiene interés de encontrar soluciones a ninguna reivindicación social, la gente le incomoda.

En el paro agrario le interesaba desbloquear las carreteras, mostrar imágenes limpias de problemas, tergiversar la realidad, asegurarse de que las inversiones extranjeras no se desmotivaran y de que los TLC no desmayaran en su impulso de llevar a los pobres a la exclusión total, a la negación de su existencia política y social. Por eso al gobierno le resultó más fácil enviar 50.000 soldados dispuestos a matar a los de su misma clase que solucionar los asuntos de la vida ligados a la tierra a los alimentos. Ha preferido incentivar la dependencia de los agroquímicos mortales y genocidas de Monsanto ya probados en los crímenes contra el pueblo de Vietnam y otras transnacionales genocidas que convertir ese dinero de la guerra en nuevas semillas, en nueva vida, en nuevos alimentos de la propia tierra, la misma tierra que ya cubierta con la sangre de los campesinos que reclaman dignidad. Al gobierno le interesa el campo pero sin campesinos, a estos los prefiere en los cordones de miseria y de exclusión de las ciudades, en el destierro del que son parte 6 millones de desplazados. Del campo le interesan las riquezas codiciadas por las transnacionales y campesinos que voten para elegirlos o reelegirlos a cambio de esperanzas, que después se convierten en políticas de muerte y de despojo.

Después de las movilizaciones en la mesa de negociación, el gobierno no ha permitido avanzar en nada. El presidente y sus ministros tratan de usarla para dilatar, engañar, cansar a su adversario, desgastarlo y tratar de deslegitimarlo, de obligarlo a claudicar. Los campesinos tienen aun en sus cuerpos la ira y el dolor de aguantar y aguantar la humillación, el olvido, la negación. Los campesinos están ahí, miran y traducen en su lengua lo que ocurre y pronto estarán otra vez convertidos en el rostro de la resistencia.

Los campesinos llenaron de júbilo a la universidad (UPTC Tunja) para convocar a hacer de la investigación un asunto de conciencia, de lucha, de compromiso para posicionar un pensamiento propio, ligado a la tierra. Acudieron a la cita con la academia, con los estudiantes, con los investigadores/as para llamar la atención otra vez respecto a la necesidad de investigar para cambiar, para transformar y mejorar las condiciones de vida y bienestar de la gente, para tomar partido contra la desigualdad y las injusticias. Para modificar las leyes injustas hechas con las estrategias y propósitos de los poderosos, para motivar esa necesidad irrenunciable de articular los propósitos de las luchas y reivindicaciones sociales, económicas y políticas para producir cambios estructurales en las relaciones del poder. Llegaron hasta la universidad los negociadores de la mesa sectorial campesina que sostuvo desde el 19 de agosto y durante 21 días la más destacada de las luchas agrarias en Colombia en las últimas décadas, para contarle a la academia que las leyes creadas para el campo son injustas y que cumplirlas va en contra de toda dignidad.