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Vida vertical
Bibiana Ramírez / Viernes 6 de junio de 2014
 

El barrio La Cruz hace parte de la zona periférica de Manrique, comuna 3 de Medellín. La Cruz ha sido uno de los lugares donde más desplazados han arribado. Para llegar hay que subir calles muy empinadas, curvas estrechas donde no caben dos carros al tiempo. Hay casas de adobe al borde de la calle, pero a los lados las hay de madera, plástico y en zonas que amenazan con deslizarse. Gran parte de este territorio es rural y mucha gente se dedica a cultivar en sus huertas.

Los habitantes de La Cruz son familias que vienen huyendo del conflicto que han vivido en Antioquia y diferentes lugares del país, sobre todo el Chocó. En el 2012 la alcaldía de Medellín realizó varios desalojos en la zona, porque la comunidad se resistía a salir del único espacio que había sido posible habitar dadas las condiciones en que llegaron. El 26 de abril desalojaron a 70 familias, donde resultaron varios heridos cuando llegó la policía, en la noche, a tumbar las casas de madera y plástico que la misma gente levantó.

Todo esto era con el fin de llevar a muchos a edificios que se construyeron en el barrio con el programa de vivienda prioritaria. Otros se quedaron, literalmente, en la calle. Viviendas gratis donde les entregan apartamentos en obra negra. También para sacar la gente de sus casas porque se vino el megaproyecto de Cinturón Verde para la ciudad que de verde no tiene nada porque van a cementar y privatizar cada milímetro de espacio.

Del campo a cubículos

En febrero de 2013 fueron entregadas 155 viviendas en los edificios Altos de La Cruz. Conversando con uno de los líderes, Edwar, que representa a la comunidad, dice que no está de acuerdo con la forma en que fueron entregadas ni con el abandono e inseguridad que están viviendo.

Porque el caso no es entregar unos apartamentos sin sensibilización y acompañamiento a una comunidad que ha estado por siglos pisando tierra, conviviendo con los animales, cultivando, y de repente una vida vertical.

No tienen una zona para poner las basuras mientras pasa el carro recolector y éste ha sido uno de los principales problemas, porque todos la tiran en una acera donde llegan los perros y los gallinazos a revolverlo todo. Se levantan moscas y olores insoportables. Edwar se ha encargado de cerrar un pequeño espacio donde está el alimentador de agua para las emergencias y allí depositar las basuras, pero sabe que no está bien hecho.

“Muy rico que a uno le entreguen vivienda gratis, es el sueño de muchos, pero también esperamos que haya vida digna en ellas. Aquí se han formado muchos conflictos, son apartamentos de tres piezas y dentro de ellos 8 o 10 personas, varias familias juntas. Mucha gente no se conoce, no sabemos quién entra a los edificios”, dice Edwar mientras se piensa la situación con su comunidad, que la ve compleja.

Muchos coinciden en que no hay seguridad en estas viviendas. Hay gente que se pasa a otros apartamentos por los balcones. En los primeros pisos quedaron algunos pasillos oscuros y muy encerrados y como dice Edwar, “se prestan para prostitución, violaciones, consumo de droga”. Hay vigilancia privada pero sólo cuida los apartamentos vacíos. Cuando llaman la policía llega cuatro horas después aunque hay un CAI en toda la esquina de los edificios.

Los corredores de los edificios son oscuros. Cuando el sol se oculta, también lo deben hacer los habitantes de Altos de La Cruz. Los bombillos que ponen se desaparecen. Las paredes de los apartamentos son muy delgadas, tanto que en cada uno se escucha lo que sucede donde el vecino. Fueron construidos con los materiales más baratos, sabiendo que están en zona de alto riesgo, donde el terreno es inestable, además porque la montaña donde se encuentra Manrique está llena de agua, brotan nacimientos por todos lados.

Los niños no tienen una zona de recreo, sólo pasillos y corredores para jugar. Hay unos parqueaderos que no se utilizan porque nadie tiene carro y unos pocos, moto. Los edificios son de nueve pisos y no tienen ascensor.

Después de un año de habitar las torres, no les han entregado el salón comunal. El Isvimed (Instituto social de vivienda y hábitat de Medellín) es el encargado de este proyecto. “Es el programa que nos acompaña pero hay muchas contradicciones. De cada bloque elegimos a una persona líder para que se haga cargo de su gente”, comenta Edwar, y asegura que esta entidad no escucha a estos líderes.

Servicios públicos

Los servicios públicos son costosos. Vienen alrededor de 180 mil de luz y 70 mil de agua. Es muy alto para este estrato. Antes era 1 y ahora con los edificios es 2 y si la comunidad decide poner mallas a la urbanización, les sube a 3 ó 4. Los apartamentos vacíos reciben cuenta de servicios y cuando la gente los habita, les toca pagar esa cuenta que nadie ha gastado.

Muchos tienen acceso limitado al servicio de agua y luz, desconexión masiva por falta de pago, agua no potable en algunos sectores y alcantarillado no convencional y a cielo abierto en otros. Falta de espacios recreativos y sedes comunitarias para los procesos sociales artísticos, comunitarios y formativos vigentes en el territorio.

El transporte público es difícil. Sólo hay una ruta. Ya quitaron los microbuses que paraban en cualquier lado. Ahora llega el Metroplús con sus alimentadores que los obliga a montar en metro cuando la mayoría no lo necesita porque trabajan en el centro o en el mismo barrio. Esos buses del metro son grandes y estorbosos, causan inconvenientes y trancones en las vías. El metro no está cobrando el pasaje de subida, “pero eso no es por mucho tiempo, es mientras nos acostumbramos a esta vida impuesta” complementa Edwar. Tampoco suben taxis a la zona o son muy pocos los que se arriesgan, porque siempre les cobran vacunas.

Líderes en constante amenaza

“Yo estaba apoyando jóvenes para que no estuvieran en los combos. Como ya tenía un equipo grande y estábamos realizando actividades culturales y deportivas, a principio de año me amenazaron y tuve que irme del barrio. Apenas estoy volviendo y muy decidido a apoyar mi comunidad, para que hagamos valer nuestros derechos y no nos sigan engañando”, comenta Edwar con un poco de tristeza, porque de la misma manera le tocó salir de su tierra.

Edwar viene desplazado de Chocó, en el Darién, frontera con Panamá. “La vida en la zona era muy sabrosa pero la vida me cambió. Vine con mi familia a buscar oportunidad en el 2002. Uno viene con la ilusión de un descanso y tranquilidad, pero resulta que se está replicando lo mismo de donde venimos”. Hay personas que no salen de sus casas por miedo. Otros que no asimilan bien ese cambio tan brusco de llegar a la ciudad y dentro de la misma vivir más desplazamientos.

Muchas familias han decidido dejar los apartamentos, porque no resisten la situación. A algunos les entregaron vivienda en otro barrio y con su trabajo en La Cruz, que también tienen que dejar. A muchos los han extorsionado con dinero o su propia vida. “Esto es una sola casa, somos una misma familia, pero las dinámicas del entorno y de garantías no nos dejan”, finaliza Edwar con un toque de esperanza en que puedan vivir dignamente, así sea en los edificios.