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Criminalizar la protesta y el inconformismo para “securitizar” la universidad pública
Frank Molano Camargo / Martes 9 de septiembre de 2008
 

Una nueva campaña de ruido y miedo se ha puesto en marcha contra la uiversidad pública. El miércoles 9 de septiembre la senadora del Partido de la “U”, Gina Parody, dio a conocer, a través de los grandes medios de comunicación, una serie de videos (alrededor de 31 y colgados en You Tube, según el periódico El Tiempo), que se convierten en la más clara prueba, en el archivo y pieza clave que demuestra que la universidad pública no debe existir. Que la libertad y la democracia no son compatibles con la seguridad. Tanto la senadora como los noticieros se encargaron de señalar que la guerrilla se está tomando la Universidad Distrital “sin que nadie tome medidas para evitar que esto se lleve a cabo" (El Tiempo, 9 de septiembre, versión electrónica), insinuando que las directivas encabezadas por el rector de la Universidad Distrital, doctor Carlos Ossa Escobar, son complacientes con tan “amenazante situación”.

Es evidente que la derecha colombiana, empotrada en la dirección del estado, está interesada en soslayar las causas que originan la conflictividad, los movimientos sociales y la protesta social. Esto está ocurriendo con el tratamiento que el estado y los grandes medios de comunicación hacen de las protestas realizadas por el movimiento indígena, el movimiento sindical, el movimiento campesino, las comunidades desplazadas y por supuesto el movimiento universitario.

La lógica que acompaña esta tendencia es la criminalización, como patologización de los comportamientos disidentes existentes en un sociedad, la apelación al tratamiento de indeseables y la justificación de las medidas de terrorismo estatales y paraestatales para frenar la inconformidad. La criminalización se genera en medio de campañas de opinión pública con las que se estigmatiza a los sujetos que se quiere reprimir. Este discurso de la criminalización se evidencia en eventos como los falsos positivos en los que aparecen campesinos asesinados por la “fuerza pública” uniformados, después de muertos como guerrilleros; los mensajes de la propaganda gubernamental para señalar a los indígenas y campesinos como “criminales y terroristas” por cultivar la “mata que mata”, la coca, desconociendo que estas comunidades, ante la negativa de reforma agraria, se han visto obligados a cultivas la coca, o lo hacen con fines medicinales y rituales milenarios; en los señalamientos del vicepresidente Santos que insinúa, ante el fallo que encontró responsable al ejército colombiano por el asesinato de tres dirigentes sindicales en Arauca, que es legítimo matar colombianos, si se tiene indicios de sus relaciones con la insurgencia; la persecución racista-derechista contra todo acto y palabra de Piedad Córdoba, por ejemplo el uso de los conceptos de subversión y rebeldía del fallecido sociólogo Orlando Fals Borda; aún más, del aberrante espectáculo del Esmad agrediendo desplazados, por el hecho de ocupar y protestar pacíficamente uno de los iconos de la élite capitalina: el parque de la 93. Patéticamente, mientras los medios mostraban la brutalidad policial, decían que estaban protegiendo a los niños de los abusos de sus desalmados padres.

En Bogotá y en la universidad pública, todo indica que el régimen quiere controlar y disciplinar espacios que no considera suficientemente seguros, desconfiando de las alcaldías no totalmente uribizadas y de las administraciones universitarias independientes. Estamos pasando de la criminalización a la política de “securitización”. La securitización es la “inscripción de temas en la agenda de seguridad como consecuencia de la incapacidad o (falta de) voluntad política de abordarlos dentro de los marcos políticos y jurídicos normales [1]. Se trata de la ampliación del concepto y la agenda de seguridad a aspectos que deben ser abordados en el ámbito de lo político, económico, social y ambiental. Está demostrado que el auge de las políticas de “securitización” no resuelve los conflictos sociales, sino que los aumenta al promover como contrapartida la proscripción de posibilidad de disentir, impider el acceso de las personas al goce de sus derechos civiles y políticos, así como a los derechos sociales económicos y culturales.

En el caso de la universidad pública, es claro el proyecto hegemónico: criminalizar, securitizar y mercantilizar. La alarma generada por la senadora uribista Gina Parody y por los grandes medios masivos de intoxicación, hace parte de una campaña orquestada para dar al traste con la idea de autonomía universitaria, pieza clave de un estado de derecho. El mensaje es claro: a la problemática de la universidad pública, en este caso a la Universidad Distrital, se le debe dar un tratamiento exclusivamente policial.

Ya en otro documento analicé cómo el modelo que busca reemplazar la universidad pública está siendo impulsado por dos fuerzas complementarias: el mercado y la “seguridad democrática”. Y como este modelo se articula desde tres dispositivos de desmonte de la universidad pública que operan como instrumentos y lógicas de ordenamiento y producción de una manera distinta de ser y hacer en la universidad. Tales dispositivos son:

- Criminalización: tratamiento del universitario disidente como enemigo interno, como “otro” peligroso

La disidencia se entiende como infiltración externa “que provoca en el organismo social un tumor, un cáncer, que debe ser extirpado, es decir, eliminado, suprimido, aniquilado”. Se asume como campo enemigo el espacio universitario y como enemigos internos a los universitarios.

- Despolitización: espacios y tiempos universitarios gestionados “eficiente” y tecnocráticamente

Con la transferencia de las lógicas de la universidad privada a la dinámica de lo público, con el argumento de que la tarea básica y única del sistema universitario es aportar a la formación de recursos profesionales que incidan en el desarrollo económico nacional.

La despolitización del espacio universitario, y su reemplazo por la eficiencia, reduce la relación social del estudiar al esencialismo instrumental de recibir clase. Por eso se perciben como contrarias a la universidad las posturas críticas, los murales, las asambleas, las marchas.

- Mercantilización: el sistema universitario se convierte en un servicio comercializable

Un primer elemento de la mercantilización es la reorientación de la financiación del sistema público universitario, la “Visión 2019” de Uribe Vélez afirma que la universidad pública es “financiada atendiendo a criterios históricos, que son insensibles al desempeño de las instituciones, a su grado de eficiencia, a la pertinencia de sus programas, a los resultados de la acreditación o a cualquier otro factor que pudiera inducir a las universidades a mejorar su desempeño. Este financiamiento inercial (con un aumento automático del gasto de año a año, de acuerdo con lo dispuesto en la ley 30 de 1992) hace que el estado entregue recursos pero no tenga control sobre ellos”. Esto es justificado con el argumento de que el sistema de financiación favorece la inequidad: los estratos altos van a las instituciones oficiales y los bajos a las instituciones privadas.

Un segundo elemento de la mercantilización es la creación de un mercado educativo que atienda a las necesidades del empresariado (los grupos monopólicos criollos y multinacionales). La educación superior debe ofrecer programas “como respuesta directa a las necesidades del sector productivo”, estructurando los currículos por competencias en los programas técnicos y tecnológicos.

A estos tres dispositivos, se le debe sumar la política de “securitización”, en el sentido planteado con anterioridad.

Ante esta arremetida, volvemos a insistir junto al movimiento social por la defensa de la universidad pública, que el reto es la defensa de la existencia de la universidad como espacio social construido como público, democrático, laico, pluralista, abierto al pensamiento universal y a los otros saberes; una universidad que propugne por nuevos modelos en la gestión, la academia, la investigación, la relación con la sociedad y el mundo; como postura capaz de confrontar la mercantilización y con la exigencia al estado y a las directivas universitarias del respeto a la vida, a la libertad de pensamiento y a la libertad de organización y movilización.

[1C Diego Cardona, Ivonne Duarte P. y Nathaly Jiménez: La Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos en la administración Bush: una lectura desde América Latina, CEPI-Universidad del Rosario, Agosto de 2004, p.15.