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Del Ubérrimo a la Casa de Narquiño
César Jerez / Jueves 25 de septiembre de 2008
 

Fundador y redactor de la Agencia Prensa Rural. Geólogo de la Academia Estatal Azerbaijana de Petróleos (exURSS). En Bakú obtuvo una maestría en geología industrial de petróleo y gas. Es profesor y traductor de idioma ruso. Realizó estudios de gestión y planificacion del desarrollo urbano y regional en la Escuela Superior de Administración Pública -ESAP de Bogotá. Desde 1998 es miembro de la ACVC. Actualmente coordina el equipo nacional dinamizador de Anzorc. Investiga y escribe para diversos medios de comunicación alternativa.

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Últimamente vemos un desfile de asombrados columnistas y políticos colombianos manifestando, con cierto cinismo, su indignación, en notas de prensa y artículos de opinión, sobre las visitas de jefes de escuadrones de la muerte y narcotraficantes a la Casa de Nariño, la sede presidencial, o a Palacio como la llaman cariñosamente sus usufructuarios. Como si de repente se hubieran dado cuenta de que estaban en un país diferente del que sale por la tele y en el lugar equivocado.

Esos mismos indignados no habían dicho nada, incluso, durante la visita de los jefes paramilitares y narcotraficantes al Congreso de la República para exponer las claves de su supuesta desmovilización antes sus colegas, los legisladores comprometidos con el descuartizamiento de seres humanos, o como alguien los denominó en el Magdalena Medio, los senadores de la "motosierra".

Los neo-indignados señalan a Uribe de estar relacionado con las mafias de matones y narcotraficantes, de tratar de usarlos para desprestigiar a la Corte y a ellos mismos, de presionarlos para que no delaten a los asesinos camuflados detrás de funcionarías públicas y cargos militares. Como lo demuestran las recientes órdenes de captura contra los mandos militares y policiales que se asociaron con el cartel mafioso del Norte del Valle y políticos del Valle del Cauca para asesinar de manera macabra a decenas de pobladores de Trujillo.

Paradójicamente, mientras algunos políticos de derecha se sacuden del caballista del Ubérrimo, como se llama el latifundio del presidente, ante su inminente crisis y ocaso; otros desde la "izquierda", a los que denominaremos los conversos y los calcetos, se aprovechan de su sombra con tal de hacer política de opinión en los medios de comunicación de sus posibles sepultureros, todo con tal de saciar su ambición de llegar a la Casa de Narquiño, a como dé lugar y sin cambiar las cosas.

Algunos en Colombia tienden a hablar del "fenómeno Uribe", por aquello de su incombustible alto nivel de popularidad. Su asesor de cabecera, José Obdulio Gaviria, primo hermano del narcotraficante Pablo Escobar, llegó a decir que su capo gozaba de una cierta "inteligencia superior" que lo hace diferente del resto de los mortales. Aquí hay que decir que si se hiciera una encuesta sobre Uribe en las barriadas populares de Barrancabermeja, azotadas por los escuadrones de la muerte de la mafia o en las veredas de la Zona Reserva Campesina del Valle del Río Cimitarra donde han sido asesinados 15 campesinos por el ejército durante su mandato, su popularidad tendería a cero.

Uribe es claro resultado de un proceso histórico, acumulativo del ejercicio del poder por parte de la oligarquía en Colombia, caracterizado por el uso de la violencia contra el opositor político, la precariedad del proyecto nacional y la corrupción. Terratenientes, esclavistas, propietarios de plantaciones, ganaderos, negociantes del saqueo de nuestros recursos naturales y después narcotraficantes, se convirtieron de tiempo atrás en los dirigentes políticos del país. Con Bolívar durante un atentado en Bogotá y con Antonio José de Sucre, asesinado en Berruecos, se ensayó el modelo criminal de hacer política, que perdura hasta nuestros días. La ausencia de un proyecto moderno impidió la conformación de una burguesía nacional. Las bonanzas del contrabando, de la marihuana, de la cocaína y de los contratos millonarios con las multinacionales se encargaron de hacer el resto y el país se desbarrancó por la oscura noche en la que nos encontramos.

Uribe no podía ser otro, representa esa mezcla de vaquero gángster con título universitario, Juanito Alimaña y Santander (el que atentó contra Simón) que engloba a la élite del poder en Colombia. Un personaje que ha tenido la enorme capacidad de fabricarle una realidad mediática a un país idiotizado entre la muerte y la supervivencia cotidiana mientras consolidaba un estado mafioso. Un personaje que tendrá que ser llevado a la justicia durante la transición democrática que inevitablemente llegará a nuestro país, ojalá antes de que sus propios compinches lo llamen a rendir cuentas.