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¡Hipócritas!
Marlene Singapur / Jueves 2 de octubre de 2008
 

Durante y después de la noticia del secuestro y asesinato del niño
Luis Santiago Lozano, por parte de un grupo de personas lideradas por
su propio padre, han aparecido los políticos dándose golpes de pecho y
lamentando “tan execrable crimen”.

Buscan razones y, claro, no las encuentran. Todos lamentan ser
colombianos, lamentan ser humanos...

“Inaudito”, “imperdonable”, “la patria está de luto”, “estamos
conmovidos”
, “es una acción inhumana”, son las palabras que repiten
ahora y cada vez que ha trascendido en los medios el asesinato o
secuestro de cualquier niño indefenso, que, entre más niño e
indefenso, mejor: es más noticia.

Palabras que nunca han pronunciado frente a ninguno de los cadáveres
de nuestras innumerables fosas comunes, ni frente a las mal contadas
25 mil desapariciones forzadas que se han ejecutado en el país en las
dos últimas décadas.

Quizá porque esos difuntos nunca han tenido la suerte de que las
cámaras difundan sus muertes con misas públicas y canciones de León
Gieco, razón por la cual los políticos se han sentido “impedidos” para
pronunciarse.

Y a esos padres y madres que ultrajan, violan o matan a sus propios
hijos, casi siempre campesinos ignorantes y pobres, aprovechan ahora
para acusarles de monstruos, mentes enfermas, inhumanos, reclamando
para ellos cadena perpetua o pena de muerte; como si fuesen ciudadanos
sin historia, maléficos por naturaleza.

Condenas que jamás reclamaron para los excesivamente lúcidos y
saludables, pero probadamente culpables, Mancuso o Rito Alejo del Río,
argumentando que mientras ellos “hacían patria”, estos son simples
“casos aislados” de gente perturbada y enfermiza.

Encendidas incriminaciones que tampoco han formulado a ninguno de los
confesos carniceros, ejecutantes de miles de mutilaciones y torturas,
aceptando para ellos penas de ocho años (sin las rebajas
correspondientes) para sus crímenes, todo “por el bien de la patria” y
la “reconciliación” entre los colombianos.

Ni podemos creerle a los políticos, que no pueden evitar frotarse las
manos frente a la sangre y el dolor ciudadano, esperanzados en que la
emotividad les permita un pantallazo; ni podemos aceptar que la muerte
de Luis Santiago sea una situación aislada que comienza y acaba con el
encarcelamiento de su padre, para quien ya se anticipa una condena de
35 años.

Y acudo, como soporte de mi reflexión, a los conceptos propuestos por
Edgar Morin para establecer una lectura no lineal ni coyuntural de los
sucesos históricos, con el propósito de superar el mediatismo y seguro
próximo olvido de Luis Santiago; como si su muerte no tuviera nada que
ver con el ambiente político que solapadamente alimenta
comportamientos colectivos irracionales y crueles.

¿Qué relación hay, por ejemplo, entre la muerte de los muchos Luis
Santiago, que nunca fueron noticia, y la rampante impunidad que reina
en Colombia, avalada desde un gobierno que, so pretexto de tener el
aliento ciudadano para profesar esa conducta, respalda a parapolíticos
y paramilitares, legitimando así la descomposición social, el terror y
la ausencia de estado que dice combatir?

“Esto es tan duro que lo deja a uno sin palabras”, ha dicho muy
compungido el Presidente. Y seguidamente, encarnando el clamor
nacional, ha hecho un llamado para que “cada colombiano se comprometa
en la defensa de los derechos de los niños”
.

Con todo respeto, Presidente:

Tal vez usted lo ignora, pero resulta que a quienes han ejercido el
derecho de reclamar los derechos no sólo de los niños, sino de los
adultos, a la vida, a la tierra o al trabajo, delincuentes asociados
con agentes del estado inmediatamente les han amenazado o desaparecido
sistemáticamente, a ellos y sus familias, tildándolos previamente –
siguiendo rigurosamente su ejemplo de jefe de estado – de terroristas.

¿Por qué tendríamos que creer esta vez en su invitación a la denuncia,
si frente al asesinato de la líder campesina Yolanda Izquierdo –
muerta por reclamar, como muchos otros líderes, en el marco de la Ley
de “Justicia y Paz” sus legítimos derechos a la tierra –, ni usted ni
ninguno de los funcionarios de su gobierno protestó ni rechazó en
público el atroz crimen, tan o más atroz que el de Luis Santiago?

Frente a los antecedentes, ¿qué garantía ofrece usted como respaldo a
sus palabras?...

“Tenemos que educar a la gente, tenemos que generar una cátedra de
derechos humanos”
, reclamaba, fuera de sí, una funcionaria del ICBF en
el telenoticiero, como si no fuesen suficientemente educativas las
palabras y actitudes de nuestro Presidente y su gobierno.

Entre otros ’seminarios-talleres’ a los que hemos asistido en estos
seis años, sopesemos las siguientes enseñanzas adquiridas:

“A Alfonso Cano díganle que le vamos a pegar una matada”“le voy a dar en la cara, marica”“vamos a exterminarlos”... y no sigo, sólo porque este espacio y el bochorno no me alcanzan.

Cualquier niño o adulto que haya escuchado al Presidente exclamar
estas amenazantes palabras, ha quedado absolutamente persuadido de que
tiene el respaldo para prescindir de la justicia y “pegarle una
matada”
o “darle en la cara”’ a cualquier marica que le ofenda.

Y seguro que desde ese momento, insuflado de venganza y de poder,
comprenderá súbitamente que este país está plagado de ofensivos
maricas, todos merecedores de pasar a mejor vida.

¿Creen ustedes que Colombia necesita gobernantes “combatientes” que se
rasguen las vestiduras frente a la muerte de un niño, mientras
justifican y estimulan la impunidad y la reproducción de nuestra
interminable cadena de muerte?

Con todo respeto, Presidente, yo no doy crédito a su pesadumbre. Y así
hago uso de mi derecho a opinar y disentir.