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Ayotzinapa, el México destinado a caer
Alberto Buitre / Jueves 20 de noviembre de 2014
 
Foto: kinoluiggi via photopin cc

México es una dictadura porque ejerce el terror como política.

Ya vamos para dos meses en los cuales el Gobierno del país no ha rendido cuentas fehacientes sobre los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, pero Enrique Peña Nieto ya salió a declarar la guerra a los que piden su renuncia, diciendo que no dudará en usar la fuerzas represivas del Gobierno contra los “actos orquestados de desestabilización”.

Dos meses y las pruebas que suponen la incineración de los normalistas se diluyen como la moral del procurador Murillo Karam.

Dos meses y todo empeora.

Este sábado 15, un agente de la Policía Judicial del Distrito Federal disparó su arma contra un estudiante de la UNAM. Testigos confirman que elementos del gobierno del DF espiaban a las organizaciones que confluyen en el Auditorio Che Guevara de la Facultad de Filosofía y Letras, cuando alumnos confrontaron y persiguieron a los policías. Retuvieron un vehículo oficial que después quemaron.

La respuesta de la autoridad capitalina fue mandar cientos de ganaderos a la Ciudad Universitaria, armados con cascos, toletes y chalecos antibalas, violando la autonomía de la institución.

¿Que hacían judiciales espiando a los universitarios?

¿Por que el Estado mexicano se empeña en sembrar violencia?

¿Por que contra los estudiantes?

Quizá porque son el germen de la victoria; una avalancha de ideas revolucionarias que amenazan con arrasar al viejo Estado burgués.

Se equivocó Francis Fukuyama con México, y su teoría del fin de la historia. El liberalismo esta siendo derrotado en el terreno de los hechos, y se gesta en el país una nueva lucha de clases.

Ahogada la izquierda electoral en su propia criminalidad, siendo el Partido de la Revolución Democrática (PRD) el ejecutor de la masacre de Ayotzinapa y la represión en la UNAM, la perspectiva de lucha popular viró de posición en el plano cartesiano.

En México la revolución no es de izquierda a derecha, sino de abajo contra arriba.

Los pobres, los indignados, los masacrados, los proscritos, los perseguidos, los desposeídos, los nadie, vamos contra los opresores, los cínicos, los explotadores, los burgueses, los de siempre.

Peña Nieto usara al Ejército y empleará todas las maniobras de terrorismo de Estado, antes que renunciar.

La prensa mexicana, como ya sucede, activará sus más incendiarios esbirros para culpar de “violentos”, “intolerantes” y “minoría” a quienes vienen ocupando las calles como barricada para defenderse de la avanzada policial.

Sé judicializará al rebelde. Se amenazará al disidente. Se censurará al estridente.

Habrá una que otra marcha, disfrazada de blanco o tricolor, en defensa de las leyes y hasta del Presidente. Se dirá que México está por la paz, por la reconciliación. Que son más los buenos.

Pero el cañón viene detrás, apuntando al corazón de la indignación del pueblo. O la aniquila o la hace estallar.

Pero esto no es 1968. Hoy el mundo tiene sus ojos sobre México.

Hará falta una simple táctica estúpida para desinflar la confianza de los mercados y conmover la conciencia internacional, y hacer inevitable la renuncia de Peña Neto.

Una estupidez posible, dentro de la esquizofrenia del monólogo, aquella que para Octavio Paz era la representación de la dictadura. Una destinada a caer.

Y si eso ocurre, el sistema pretenderá arreglárselas para volver a gestionar la crisis. Para hacer que todo cambie, sin que nada cambie en realidad. Atención a eso.

Que a nadie se le olvide que llevamos más de 100 mil muertos, y más de 200 mil desaparecidos. La crisis del sistema en México no encontrará solución dentro de su propio marco.

Que recuerden Peña Nieto y sus oligofrénicos fanáticos a Pinochet, a Franco, Mussolini, a Videla, a Díaz. Que se miren en el espejo de su propio terror.

Exacerbar la dictadura concluirá en el furor triunfante de un pueblo alzado.

Lo enseña la historia. Cada revolución tuvo su Ayotzinapa.