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Hurgando por la derecha
Yezid Arteta Dávila / Sábado 17 de enero de 2015
 

Años de Fuga, fue un libro que gustó a nuestra generación porque allí nos contaba Plinio Apuleyo Mendoza todo lo que fue su deambular de sexo, alcohol, marihuana y hachís en las buhardillas parisinas. Las volutas de humo que flotaban en las habitaciones, las cocinas y los baños envolvían los rostros de escritores pobres y sin nombre, guerrilleros en derrota, mujeres ácratas, periodistas y artistas de padres ricos y toda suerte de aventureros latinoamericanos. Entonces París era una fiesta.

De aquella vida transgresora de Plinio no queda sino el papel. Hoy todo lo que escribe y escriben sus amigos de la derecha política se reduce a un cuadrilátero vicioso: Petro, FARC, Cuba y Venezuela. Son obsesiones. La única idea clara que queda de esta derecha obsesiva es la de dejar las cosas como están.
Vivimos en un mundo de explotadores, me dijo alguna vez un asaltante de bancos, y mi deseo no es cambiar el sistema sino el de aprovecharme de él. Ese es el negocio de la derecha colombiana: aprovecharse de las riquezas del país y que los demás se la rebusquen coma puedan.

En los países en los que la política se hace sin violencia se ve mal que un militante de izquierda aconseje a sus adversarios políticos y más si son de la derecha. No es el caso de Colombia en donde suceden muertes, atentados y amenazas con fines políticos. Aclarado esto, diría entonces a la derecha colombiana que, por una vez en sus vidas, aplacen sus obsesiones y mezquindades y piensen en el país. La vida política de Colombia debe normalizarse y para esto se demanda el concurso de todo el arco político y social. Una idea nacional: erradicar la violencia de la política.

Siempre habrá pillos por las calles. Es una profesión antediluviana y ningún sistema económico y político se ha librado de ellos. Lo grave es cuando los pillos son utilizados por fanáticos de toda índole para cargarse a los líderes de los partidos políticos y de las organizaciones sociales que tratan como “enemigas”. Lo lógico es que la policía persiga a los pillos por robar tarros de salsa de tomate y especias en los supermercados, tal como sucedió hace unos días, y no por disparar contra la gente que hace política.

El fin último de una negociación de paz es la de normalizar la vida política de un país. Hacer una quita de la violencia armada, y la clave para conseguirlo es ir hasta una reforma política de fondo, acordada. Las otras reformas, las de naturaleza socioeconómica, soy realista, hay que hacerlas desde el poder. Nadie se ha inventado una forma distinta de hacerlo. El poder lo otorga el pueblo por vías legítimas y pacíficas.

La derecha política, en realidad, tiene vergüenza de reconocer que el gato es evidentemente negro y no blanco como lo han querido enseñar a la gente que los ha seguido durante todos estos años de guerra fracasada. Los analistas y columnistas de derecha lo saben y deberían decirlo, escribirlo. No cabe seguir especulando sobre un cuadrilátero de ideas que carecen de sentido y de oportunidad política. Después de tantos rodeos, el ex comisionado de paz y el Procurador son algunos de los que empiezan a desmarcarse.

Sugiero asumir frente al proceso de paz una posición activa que vaya más allá de la simple crítica, escribió Luis Carlos Restrepo a sus amigos uribistas. Debemos ser imaginativos para encontrar fórmulas, sin romper el ordenamiento constitucional y legal, para superar los naturales escollos que se puedan presentar, dice Alejandro Ordoñez, en sus 25 mínimos.

A veces, Plinio, hay que hacer alguna locura para recobrar la vitalidad. Así lo hizo John Steinbeck con Charly, su perro. A los sesenta años el Nobel se fue en una caravana con el viejo Charly a recorrer de costa a costa el extenso territorio de los Estados Unidos, tal como si fuera un muchacho de veinte.

@Yezid_Ar_D