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Venezuela - Colombia
¿La paz táctica?
Macario Martínez / Martes 24 de febrero de 2015
 

A fin de garantizar en el corto plazo el funcionamiento de la decadente sociedad capitalista, Estados Unidos requiere controlar –directa o indirectamente- los yacimientos y suministros de energía a escala global. Ha sido esta la razón por la cual ha estado conspirando contra los gobiernos bolivarianos de Venezuela (y de los países petroleros que adversan su injerencismo).

La decisión, del gobierno Chávez en 1999, de llevar adelante una política soberana en materia energética ha sido férreamente enfrentada por los gobiernos norteamericanos interesados en: apropiarse de la empresa estatal Pdvsa, obtener elevados márgenes de rentabilidad, incrementar la producción y manipular los precios del crudo. Para los Estados Unidos, el dominio sobre el petróleo de Venezuela es uno de los objetivos centrales de su estrategia geopolítica en curso.

Hasta el presente, las distintas formas mediante las cuales ha buscado derribar al régimen venezolano desde el año 2002 han fracasado, generando graves daños a la sociedad venezolana y el rechazo de los pueblos latinoamericanos. Sin embargo, Estados Unidos no renuncia a sus propósitos y, como van las cosas con la frustración de sus múltiples acciones desestabilizadoras, tenderá a considerar que no le queda más plan que la intervención militar directa.

“Las condiciones” (que repiten los hecho por los gringos contra la revolución cubana, el gobierno de la UP en Chile y la revolución sandinista) para ello han sido metódicamente preparadas y desplegadas y se encauzan a derribar el bolivarianismo e implantar un gobierno títere que les garantice la entrega del petróleo. El discurso en el que respalda esta campaña intervencionista se sintetiza en señalar que en Venezuela no hay democracia, lo que exige la intervención de “la comunidad internacional” liderada por los marines y acompañada de ejércitos mercenarios (la ubicación, en enero de 2015, de 32 tanques blindados por el ejército “colombiano” en la Guajira, a escasos kilómetros de los pozos petrolíferos del Golfo de Maracaibo, hace parte del despliegue operativo de los planes de intervención).

La intervención militar directa por parte de Estados Unidos afronta un inconveniente táctico que impide a Estados Unidos mover sus tropas (sobretodo el ejército colombiano) a nuevos frente de combate, sean estos en Venezuela o el mundo: la existencia de las Farc-ep.

El desembarque militar de Estados Unidos en Venezuela configuraría un nuevo escenario de la lucha antimperialista en América Latina, dando lugar a una guerra popular anticolonial en la que “El bravo pueblo” venezolano necesariamente convergería en alianza con las Farc-ep, para enfrentar y derrotar al invasor. Lo que demuestran las recientes derrotas sufridas los ejércitos mercenarios, aupados por los Estados Unidos, en Siria, Kobane, Donbáss, El Líbano y Yemen, es que la hegemonía norteamericana se precipita también en el campo militar.

De este modo “la paz” ofrecida a las Farc-ep (condicionada a su renuncia a las armas e inmovilización) se constituye en un propósito táctico prioritario para Estados Unidos. Incluso, el descongelamiento en curso de las relaciones con Cuba tiene signo similar. Es así como puede entenderse el anuncio norteamericano de delegar un “observador” ante la Mesa de Diálogos de Paz de La Habana. Éste, que no es para nada un simple observador, prometerá a la insurgencia “el oro y el moro” para cimentar en Colombia una “paz táctica” que abra el camino a los marines para ir por el petróleo venezolano.