Asociación Campesina del Catatumbo
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Líder campesina Olga Quintero: Una catatumbera empoderada
“El esfuerzo que hacemos es por la gente que ha sufrido y porque mi hija, los hijos de mis compañeros y los de este país, no tengan que sufrir tanto dolor”: Olga Quintero
Carolina Tejada / Viernes 10 de abril de 2015
 
Olga Quintero. Foto Notimundo.

La primera vez que los medios nacionales mencionaron a Olga Quintero fue cuando la organización campesina a la que pertenece le dio la no fácil tarea en el año 2013 de ser su vocera nacional, en el marco de las movilizaciones campesinas en el Catatumbo, en el Norte de Santander.

Movilización que se generó, entre otras situaciones, por el abandono estatal y la grave crisis humanitaria que dejó la incursión paramilitar desde 1999 al 2005. En esta región vivían 350 mil personas en los cascos urbanos y la zona rural. Después de la incursión, según cifras del DANE, solo habitan 198 mil personas. Fueron asesinados más de 10 mil campesinos en cuatro años, y 114 mil más fueron desplazados.

Es una mujer joven, madre, que con mucho talante se vinculó a la construcción de la Asociación Campesina del Catatumbo (Ascamcat). En medio de la agitada vida de dirigente campesina, mamá de una niña de cuatro años, y apoyando la organización de la movilización del 9 abril, donde miles de campesinos se desplazarán a Bucaramanga, accedió a hablar con VOZ.

–¿Cuándo inició tu vinculación a las luchas sociales por la defensa del territorio?

–Cuando llegamos hace más de quince años con mi familia al Catatumbo, la situación era compleja, porque después de las marchas campesinas de 1996 y 1998, la respuesta por parte del Estado colombiano fue toda una incursión paramilitar, desangraron la región, había niños huérfanos, madres y padres viudos, se rompió todo el tejido social. Vivimos cinco años con un recrudecimiento de la violencia de Estado y una zozobra permanente; en medio del miedo. A muchos nos tocó salvaguardar nuestras vidas corriendo por las montañas, carreteras, los que se pudieron salvar huyeron a otras zonas, pasaron la frontera, los que no, lamentablemente, murieron.

Cuando por fin se da la desmovilización de los paramilitares la cosa comenzó a cambiar. Los campesinos del Carmen, Convención y Teorama empiezan a organizarse y, pues a mí me vinculó a esa lucha campesina por la vida. Ahí empecé otra faceta de mi vida, porque yo antes era estudiante universitaria, pero desafortunadamente la realidad económica de mi familia no era la mejor. El Ejército nos había desplazado y lo habíamos perdido todo.

–Cuéntanos de esa experiencia como mujer y joven liderando a miles de campesinos y convirtiéndote en la vocera del paro del Catatumbo, dos años atrás.

–Pues yo no me imaginaba en esa situación. Yo estaba programada para estar en Tibú, ayudando directamente en el paro. Cuando ya se ve la necesidad, hubo una reunión con 300 juntas de acción comunal, un 99% eran hombres, junto con la dirección de Ascamcat, y ahí me hacen la pregunta de si yo estoy dispuesta a ir a Bogotá a denunciar la situación que estaba bastante grave.

Ya habíamos hecho dos intentos de sentarnos con el gobierno en las cuales yo había estado, pero no funcionó por su negativa. Cuando viajé, la situación estaba tensa en la región. Había heridos, el escuadrón de Policía y el Ejército atropellaban la gente. Yo viajaba a Tibú cada tres días, dependiendo las tareas. Y cuando iba, la gente me recibía y me decían: “Compañera, le queda prohibido dejarse matar, dejarse capturar”. Mis compañeras lloraban y me decían: “Nos da miedo porque usted está afuera desprotegida”.

–Como vocera, ¿cuáles fueron esos momentos difíciles en medio del paro?

–Yo estaba buscando apoyo. Pero momentos difíciles fueron el día 22 del paro. Me llaman los compañeros y me dicen: “Olga, por Dios, no nos deje matar”. Me sentí impotente, no sabía qué hacer. En ese momento el Ejército les estaba disparando en las piernas a los campesinos. Me informaron que hay 12 personas heridas y que John Jácome y Édison Jaimes se estaban desangrando, que había médicos pero que la bala había atravesado la vena femoral. Después de eso quedé en comunicación con la ambulancia y fui la primera persona a la que le informaron que habían fallecido. No lloré, pero sentí que me habían arrancado parte del corazón, ellos también eran mi familia, mi familia campesina. Y pensé que había que ser fuerte. ¡Por esos muertos el gobierno tenía que responder!

La segunda situación es cuando matan a Giomar Angarita y a Ermides Palacio. A Giomar lo conocía, era del pueblo donde yo vivo. Me acuerdo que empecé a llamar a la Defensoría, al gobierno. Y no les niego, ese día no aguanté y me encerré en la oficina a llorar. Porque no fue fácil: cuatro compañeros, no es justo, ellos no estaban armados, eran personas que exigían que se nos reconociera como campesinos y se garantizaran nuestros derechos, y la respuesta de Juan Manuel Santos fue disparar.

–¿Qué significa la paz para la región?

–Significa que el Estado debe reconocer el abandono y debe pedirle perdón a la región por haber sido cómplice de la intervención paramilitar. También tiene que ver con la inversión social, porque la paz no solo es el desarme, hay que garantizar que se solucionen los problemas sociales como la salud, educación en todos los niveles incluyendo la universitaria, y que las mujeres nos vinculemos, nos formemos y sigamos construyendo región desde la región.

La paz con justicia social tiene que ver con las garantías para la siembra de cultivos lícitos, pero no solo sembrar, es cómo se garantiza toda la cadena de producción, si es posible orgánica, con sentido social campesino y no agroindustrial como lo plantea el gobierno. Que se reconozca la zona de reserva campesina.

–Tuviste la oportunidad de participar con una ponencia en la mesa de diálogos de La Habana. ¿Cómo fue esa experiencia y qué le planteaste a la mesa?

–Viajamos el 5 de marzo. Yo presenté una ponencia en representación de las mujeres campesinas y de las zonas de reserva campesina. Me dieron quince minutos, y ahí denuncié todo el tema de la violencia paramilitar hacia las mujeres, las torturas, los empalamientos; tenemos el caso de una muchacha embarazada que fue empalada y luego decapitada, esto no puede seguir pasando en Colombia.

Me enfoqué en cómo las mujeres campesinas podamos tener mejores garantías sociales para el trabajo, para el estudio, para proyectarnos socialmente, que no solo podemos estar en el cuidado de los niños en la casa, las mujeres también podemos participar, ser veedoras de la paz.

La paz es un asunto de todos y de todas y esto lo tenemos que empezar a cambiar. Yo creo que vivimos en una cultura de egoísmo, de indiferencia. El llamado es que juntemos nuestra voz y respaldemos la paz, la paz es para el desarrollo del campo y la ciudad. La paz es el rescate de las semillas, de los derechos, que nosotras podamos ser sujetas políticas de derechos y para que nuestros hijos no vivan con el temor de que no van a volver a ver a su mamá, a su papá, porque son líderes sociales y la guerra así lo impone. Si nos ponemos en ese propósito, ese sueño puede ser una realidad.