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Columna de opinión
Santos: ya no más doble moral
Sergio Fabián Lizarazo Vega / Viernes 17 de abril de 2015
 

Después de observar atónitos la oleada de noticias y reacciones derivadas de los tristes hechos acaecidos en horas de la noche del 14 abril de 2015 en inmediaciones del municipio de Buenos Aires, zona rural del departamento del Cauca; es importante hacer un llamado a la reflexión profunda sobre el contexto del país, el importante avance del proceso de conversaciones entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo –FARC–EP y el Gobierno Nacional y las causas y consecuencias de esta violencia absurda que sigue desangrando la totalidad del territorio nacional.

Hace precisamente una semana las calles del país estuvieron abarrotadas de cientos de miles de personas que felices, en medio de cánticos, arengas, juegos y color, clamaron por la Paz del país. Desde distintas corrientes ideológicas, distintos movimientos políticos y sociales, partidos políticos y, lo más importante, amplios sectores de la sociedad civil, expresaron un unísono y rotundo espaldarazo al proceso de paz que se surte en La Habana. Sin lugar a dudas este ejercicio de participación política de la sociedad colombiana interpeló al Gobierno Nacional exigiéndole la profundización, no sólo en el desescalonamiento del conflicto sino además de la puesta en marcha del cese bilateral de hostilidades.

Con este panorama valía la pena preguntarse entonces, por ejemplo: ¿Por qué los grandes medios de comunicación no dieron a esta trascendental noticia el cubrimiento y despliegue que hoy en día hacen a las noticias de la guerra? ¿Cuáles son las razones que motivan a los dueños del poder económico, en este caso expresado en las grandes empresas de la comunicación en Colombia, a generar una matriz de opinión pública tan fuertemente favorable a la profundización de una guerra que se ha perpetuado por más de medio siglo? ¿Acaso es esa guerra aquel negocio en el que pocos, muy pocos, ganan a expensas de la sangre de la gente humilde?

Atender esta coyuntura con sensatez debe remitir a Colombia no sólo a defender el proceso de conversaciones; adicionalmente debe motivar a la totalidad de los colombianos a salir a las calles a exigir al gobierno de Juan Manuel Santos, el mismo que de manera doble moralista impone unas conversaciones en medio de la guerra –Sí, el gobierno es el que ha impuesto estas condiciones– y se rasga las vestiduras por las consecuencias de sus propias decisiones. Acá lo importante es darnos cuenta de que los colombianos que a diario mueren producto de esta violencia desgarradora y desoladora son compatriotas, sean del bando que sean. Son gente humilde obligada a enfrentarse entre hermanos: somos en últimas nosotros mismos los que morimos cuando un soldado o guerrillero muere, es la Colombia olvidada la que sigue llorando su historia, la que de a poco se desangra.

Como consecuencia de lo anterior es imperativo demandarle al gobierno nacional y a las FARC-EP que dispongan de la totalidad de sus voluntades y esfuerzos para la generación de un clima propicio para la firma de los acuerdos. Jamás en la historia de las conversaciones entre la insurgencia y el Estado colombiano se habían conquistado los logros parciales hasta hoy obtenidos. ¡Es necesario defenderlos! Además vale la pena llamar a parlamentarios, ministros, funcionarios públicos de todos los niveles, periodistas, empresarios, académicos, amas de casa, garantes internacionales y a toda Colombia a hacer de nuestras prácticas cotidianas también una expresión de paz. Desde todo punto de vista es insostenible un ejercicio de diálogos entre insurgencias y gobierno en medio de la estimulación a la guerra que diariamente se vive en el país.

Otro de los puntos que vale la pena recalcar hoy más que nunca es la importancia de la implementación de un proceso educativo nacional, que desborde los límites institucionales, orientados a la edificación de la paz con justicia social. Entender la educación como el proceso mediante el cual una nación crea y recrea sus valores y motivaciones más sentidas es y debe ser el marco que estructure esta apuesta. Se trata de disponer de los corazones de hombres y mujeres que entregan su vida a la defensa de los derechos de este nuevo país que está naciendo en estos tiempos, en estos aires, a partir del diálogo fecundo entre sus conciudadanos. Ejercer el derecho a construir un país en paz es educarnos diariamente en la necesaria e imperativa tarea de construir nuevas realidades en donde las balas no tengan cabida (ni de un lado ni del otro) dado que las situaciones que originaron esta guerra hayan sido superadas.

Por último sólo queda recordarle a Juan Manuel Santos que lo único de lo que hay que bombardear a este país, sus campos y ciudades, es de creatividad, de esperanza, de amor, de democracia, de garantías para ejercer la oposición, de soberanía, de pan, de educación, de todas las expresiones artísticas, de investigación para la paz, de todo tipo de investigación, de salud, de vivienda digna, de sistemas de movilidad responsables con el medio ambiente, de malabares, de alegría, de confianza, de un lenguaje que desarme corazones y prácticas. Lo que está en juego hoy en día es, nada más y nada menos, que la sangre de millones de hombres y mujeres colombianos, que cualquiera que sea su sitio de guerra, les atemorizan las balas, los cilindros bombas, las minas, las bombas lanzadas desde cualquier avión, los tatucos y cualquier otra arma que atente contra la vida. Lo que hoy está en juego es la posibilidad de ponerle fin a la historia que más de cinco generaciones han llorado. Señor Juan Manuel Santos: Bombardee sus prácticas y lenguaje de guerra que ha practicado por décadas. Es hora de que abandone su doble moral.