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He soñado muchas veces con mi propia muerte
David Rabelo Crespo / Miércoles 20 de mayo de 2015
 

He vivido y soñado muchas veces con mi propia muerte y he asistido a mis funerales. Han sido unas pesadillas que se confunden con la realidad. Realidad que me ha correspondido vivir en medio de la incertidumbre de saber que te persiguen y acechan para matarte.

El para-narco Julián Boñiga reunió a todos sus secuaces, les informó que el suscrito no paraba de denunciar todas las fechorías que cometían contra la población civil y les dijo: —"ya lo hemos declarado objetivo militar, lo hemos amenazado por diferentes medios y el tipo sigue ahí, no se larga de aquí como nosotros queremos, cada día está alzando su voz de denuncia contra nosotros, por esa razón les doy la orden —perentoria— para que lo asesinen sin piedad alguna"—.

Listo, la orden estaba dada, esa muerte era un hecho, había que realizar todos los preparativos para que se consumara el crimen.

Se encargó para que dirigiera el asesinato a un avezado criminal experto en estas lides del bajo mundo delincuencial, alias ’Walkman’. Este comenzó a planear todos los detalles para cumplirle a su jefe y así ganarse su confianza. Ya había cumplido otras ordenes similares y lo había hecho perfectamente, los casos de Lázaro Rafael Mora, un militante de la Unión Patriótica a quien abordaron en su casa del barrio Arenal y fue llevado a un sitio llamado ’La Coquera’, donde lo sometieron al más terrible suplicio. Con moto sierra en mano le cercenaron sus brazos, sus piernas y luego su cabeza. Con ese carnaval de sangre, le cumplieron la orden a su jefe Julián Boñiga, el sanguinario mayor.

Otro mandato que cumplieron, al pie de la letra, fue el caso de Julián Rodríguez, también militante de la Unión Patriótica, a quien sacaron de su casa en el barrio Tres Unidos, lo llevaron a un sitio despoblado y a punta de garrotazos le quitaron la vida. Tantas víctimas que asesinaron por ser dirigentes sociales, comunales, sindicales o políticos de oposición, todos fueron desfilando por ese ’rio de sangre’ con la complicidad estatal. Asesinados a mansalva, los verdugos actuaban sobre seguros, todos dirigidos por la ’mansa paloma’ de Julián Boñiga.

—¿Por qué el nombre de Julián Boñiga?

Sencillamente, porque todos sus actos tenían y tienen un olor putrefacto parecido al excremento humano.

Había que dar inicio al operativo de exterminio contra este humilde servidor, para ello convocaron a los más feroces sanguinarios en las lides de la muerte, ubicaron a dos, (por cada comuna de las siete que tiene la bella tierra hija del sol), de esa manera se juntaron 14 depredadores dispuestos a cumplir la criminal orden al patrón.

Llegó el día acordado para darme muerte, 21 octubre de 2.002.

Los sanguinarios, con armas largas y granadas, debían cumplir la orden sin vacilación, para ello se apostaron estratégicamente cerca de la casa de la víctima, listos y sobre seguros para actuar a mansalva como es su ’modus operandi’.

En la sede, cerca del extinto DAS, realicé la última reunión, me despedí de todos las asistentes. Como en un acto de premonición inconsciente, realicé una diligencia inesperada y luego me dirigí hacia la casa. Apenas me baje del carro comenzó la carnicería humana, con ametralladoras, granadas y pistolas sentía el quemón de las balas, caí al suelo, me puse de pie, miré a los verdugos a la cara, tenían el rostro lívido como la llamas de candela que brotan de las teas de la refinería, temblaban de miedo por sus actos cobardes, al exhalar el último suspiro y con la cabeza en alto les dije: —"acabarán con mi cuerpo pero jamás asesinaran mis ideas"—. Sentí que se me iba la vida, al final morí desangrado por tantas heridas de bala; huyeron los cobardes en medio de la oscuridad, le pasaron parte de victoria a su jefe Julián Boñiga, este celebró el acto criminal con bombos y platillos, no faltó la cocaína ni el alcohol, la celebración duró hasta el amanecer. Tanto bullicio ’se justificó’ porque habían eliminado a sangre fría y con sevicia a una persona con ideas diferentes a las que impone el establecimiento.

Estupefacto observé mi propia muerte, mis familiares y amigos estaban muy afligidos. El funeral se realizó en una funeraria de la bella tierra hija del sol, tuve muchos visitantes, veía como le daban el sentido pésame a mis familiares y como se despedían de mí; hubo llanto, tristeza, lágrimas y mucha solidaridad, a pesar de la orden macabra de los victimarios de no permitir el acompañamiento a mi funeral, lo cierto es que la concurrencia hasta mi última morada fue muy grande.

Cuando me iban a dar la cristiana sepultura, alcancé a despertar, escuché sobre saltado que golpeaban la puerta con una fuerza desgarradora, con mucho desespero alguien insistía para que le abriera. Un poco soñoliento, me asomé por la ventana y observé a una señora habitante del barrio Arenal, con una cara de preocupación, la hice seguir. Ella, con lágrimas en los ojos, me informó que el atentado de la noche anterior donde la fuerza pública detuvo a dos sicarios estaba dirigido contra el suscrito.

La señora me dijo: —"vea, usted tiene un ángel de la guarda muy grande que lo protege, porque ese atentado de la noche anterior era para usted, eso me lo informaron los sicarios que pasaron por mi casa, ellos dijeron que se les había salvado el muñeco y ese muñeco era usted" ... ¡Por favor! —me dijo la señora bastante consternada— "váyase de esta ciudad porque ellos dijeron que usted no se salvaba".

En ese momento todo lo tuve claro. La noche anterior, antes de llegar a la casa, me demoré un poco realizando otras diligencias y al llegar a mi residencia encontré una multitud de gente. Allí me enteré que un grupo de personas, fuertemente armadas, merodeaban mi vivienda y los vecinos —pensando que se trataba de un atraco— llamaron a la fuerza pública, esta cuando llegó abordo a los sujetos que le hicieron frente hiriendo a uno de ellos y capturando a otro.

Les decomisaron dos subametralladoras y dos granadas. Los otros sicarios salieron despavoridos, llegaron al barrio Arenal, donde comentaban que "se les había salvado el muñeco", haciendo referencia al suscrito.

Mis escoltas preocupados averiguaron esa misma noche con los vecinos y todos les confirmaron que, efectivamente, era un grupo numeroso, bien armados y que andaban de dos en dos.

Cuando la señora me contó todos los detalles de lo que había escuchado, pensé que la demora haciendo otras diligencias antes de llegar a la casa, me había salvado. Le agradecí a la mujer por el gesto gallardo de informarme que estos bellacos intentaron asesinarme la noche anterior, ella con lágrimas en los ojos, me suplico nuevamente que me fuera porque según los sicarios, "yo era hombre muerto".

La verdad es que en esos momentos sentí una rara sensación, de incertidumbre, tristeza y dolor. Un escalofrió arropó todo mi cuerpo. Al sentirme moribundo, las manos estaban gélidas y sentí la vista perdida por algunos segundos, pensando que el sueño de la noche anterior había sido real, lo cierto es que esa infausta noticia me estremeció todo mi ser, y solo atine a decir: —"Habrá que esperar".

En esos instantes de reflexión, un poco ensimismado para no perderle el gusto a la vida, saboreando un ’tinto’ (una taza de café negro) —allí en lo más profundo de mi ser— pensé en el sonido que produce el llanto de la vida y también en el silencio fúnebre de la muerte. Decidí quedarme con el sonido y el llanto de la vida, porque el silencio era la muerte y no podía callarme, había que continuar siendo la voz de quienes, de manera injusta, habían sido sacrificados.

Para mí estaba claro que esas intenciones macabras por eliminarme físicamente seguían vigentes para ellos, los depredadores de la vida humana, por esa razón Julián Boñiga le ordenó a sus compinches, que había que cambiar de estrategia para eliminarme, que solamente se necesitarían dos malandrines expertos en el manejo de armas de destrucción masiva, como una bazuca, y así se ejecutaría la orden de exterminio contra el suscrito.

Llegó la fecha esperada por los verdugos —2 de noviembre de 2.002— día de los fieles difuntos, fecha adecuada para ejecutar la orden perentoria, ya que el suscrito era considerado un ’difunto andante’. Los criminales se apostaron en La Vía Láctea, un establecimiento comercial muy reconocido en la bella tierra hija del sol, cerca de la residencia de la víctima, esperando que saliera y pasara por allí para consumar el trágico hecho.

Finalmente, la víctima salió de su casa y al pasar por el sitio indicado, sonó un estruendo ensordecedor con olor a muerte que se escuchó en toda la ciudad, el carro prácticamente fue desintegrado, la víctima voló por los aires como queriendo escapar de la muerte, observé a los dos victimarios cuando guardaban el arma mortal y salieron raudos, dándole la espalda al acto sangriento que acababan de realizar; cuando caí al suelo, pude dimensionar el acto demencial del que había sido objeto, vi a los verdugos correr como alma que lleva el diablo, pensé en mis hijos, en mi familia y atiné en decir: —"creo que lograron el cometido estos desalmados" y quedé inerte, tendido en la mitad de la calle.

Llegaron los curiosos y se hacían comentarios, la funeraria cumplió con su papel de realizar el levantamiento, fui velado en el salón de la funeraria, llegó mucho acompañamiento. Mi familia estaba destruida por el trágico hecho, el salón se llenó de flores de diversos colores, parecidos a los del jardín cultivado por mi madre.

Cuando el féretro fue bajado de su sitio para ser trasladado a la iglesia Catedral de la Inmaculada, sentí una especie de jalón por el brazo, era mi hija Nadith que me despertaba para despedirse de mi porque se iba para el colegio, le di un beso y me senté en la cama, un poco apesadumbrado, me dirigí a la puerta y miré el sitio de La Vía Láctea, efectivamente, allí estaban los dos sicarios con su equipo de destrucción de vidas, pensé entre mi: "creo que la muerte me está esperando". Llegaron mis escoltas muy puntuales, ese día no salí de la casa.

Después me enteré que los asesinos se desplazaron de allí a otro sitio por donde el suscrito debía pasar de manera obligada, pero se quedaron esperando nuevamente, su sed de sangre esta vez no se cumplió y alguien me dijo que "se quedaron esperando como las novias de la bella tierra hija del sol". Una vez más me salvé de la macabra muerte.

Esta vez Julián Boñiga no celebró. Cuando se enteró que el plan criminal contra el suscrito había fallado, se enfureció tanto que casi les hace el corte de franela a sus pupilos, ese mismo que les hicieron a muchos pobladores de la bella tierra hija del sol. Los castigó poniéndolos a leer una obra literaria, claro el arte para ellos es un insulto, porque su poca capacidad para reflexionar es tan limitada que consideran el arte una afrenta y todo lo que se relacione con la cultura, según ellos, hay que eliminarlo. Estos seres irracionales solo entienden de barbarie, atrocidad y destrucción, para ellos la creatividad y el arte son cosas ’subversivas’.

A finales del mes de noviembre del año 2.002, cuando el suscrito fungía como Concejal de la bella tierra hija del sol, los habitantes del barrio La Nueva Esperanza, asistieron a una sesión del Concejo Municipal, con el fin de exponer la problemática frente a la necesidad de legalizar los terrenos del barrio, ya que estos eran propiedad de la empresa Fertilizantes. Se nombró una comisión con un representante del barrio, uno del gobierno municipal y un representante del Concejo para que viajaran a Bogotá a entrevistarse con la junta directiva de la empresa. Como representante del Concejo se nombró al suscrito. Debíamos viajar al otro día a las siete de la mañana por avión, desde luego que había que salir del aeropuerto, y como para llegar a este hay una sola vía, era la ’oportunidad perfecta’ para que los hombres de Julián Boñiga, desplegaran todo un operativo con armas largas para acabar, definitivamente, conmigo.

Se encargó para este menester a alias ’El Capi’, quien desde las cinco de la mañana en un sitio ubicado en una loma, conocido como ’El Everest’, ubicó a 20 de sus compinches con armas largas, para que cuando el suscrito pasara por ahí, proceder a aniquilarlo con todos sus escoltas. Era una tarea bastante fácil y por fin a Julián Boñiga se le iban a cumplir sus deseos.

Salí de la casa antes de las seis de la mañana, porque la norma dice que para viajar en avión hay que estar en el aeropuerto una hora antes, me despedí de mi familia como con una rara premonición y al llegar al sitio donde estaban apostados los matones, comenzó el silbido de la balacera, por un instante pensé que eran juegos pirotécnicos. El escolta de mi confianza, Carlos Alberto Molina (q.e.p.d.), me advirtió que me agachara porque nos estaban atacando. Fue tanto el plomo que nos dieron que el carro dio dos vueltas y calló al precipicio, los muchachos —en medio de la confusión— alcanzaron a reaccionar, los cobardes apenas escucharon la respuesta de mis escoltas huyeron despavoridos, porque ellos nunca esperan la reacción y cuando esto ocurre sencillamente huyen como lo que son, unos cobardes.

Ese día algunos miembros de mi equipo de seguridad solamente sufrieron algunas contusiones sin ninguna gravedad, yo me encontraba bastante mal herido y botando mucha sangre, les dije: —"creo que este es el final, sino sobrevivo díganle a mi familia que los quiero mucho".

A renglón seguido me entró un frio y fue cuando sentí que el espíritu se desprendía de la materia, era una sensación de apacibilidad, en esos momentos mi cuerpo descansó y mi espíritu entró como en un estado de hibernación, pero sudaba a cantaros, fue cuando desperté y me di cuenta que la energía se había ido y estaba haciendo un calor insoportable, porque el ventilador no estaba funcionado. Un poco atolondrado por el susto que me produjo ese sueño trágico, recordé que la noche anterior alguien me había informado que los hombres de Julián Boñiga, estaban planeando el atentado criminal en la vía al aeropuerto. Al conocer las macabras intenciones que buscaban acabar con mi vida, de inmediato desistí del viaje, entonces fue nombrado otro Concejal para que me reemplazara y de esa manera la muerte se quedó esperando con su ritual perverso.

La verdad sea dicha, he pasado y vivido todas mis muertes, estas han sido muchas, donde como dicen los abogados "el modo, tiempo y lugar, han sido de una diversidad tal que no alcanzo a recordarlas a todas ellas", pero de lo que si tengo la certeza es que a todas —una por una— las he vencido, por eso estoy vivo y porque mi ángel de la guarda es muy grande, como dijo la señora del barrio Arenal.

No pudieron asesinarme físicamente, cambiaron de estrategia y decidieron ’asesinarme judicialmente’.

Julián Boñiga dirigió todo un montaje para inculparme de un hecho que no cometí, puso falsos testigos, compró a un fiscal criminal y con falsas pruebas me encarcelaron.

En la cárcel me enteré que a unos de sus compinches —al que había delegado para que me asesinara— lo delató por muchos de sus crímenes, e incluso le inventó otros por no cumplir con su orden macabra. Me refiero a ’El Capi’ que según Boñiga era "un inepto y mediocre".

Está claro que para Julian Boñiga no cumplir la orden de matarme fue una traición. Por lo tanto en ese juego del bajo mundo delincuencial, una traición se paga con otra traición por lo que hoy su antiguo aliado se encuentra en la cárcel acusado por todos sus compinches.

Después de todo este tiempo de angustias y de incertidumbre por la persecución de la que he sido objeto, me siento con vida y mientras haya vida hay esperanza, porque este muerto, como dijo el poeta, ’goza de buena salud’.