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La Barcelona de Ada Colau y la Bogotá de Pacho Santos
Pacho Santos aspira a convertir a Bogotá en una especie de ciudad sitiada y custodiada por una suerte de matones pagados por los contribuyentes
Yezid Arteta Dávila / Sábado 20 de junio de 2015
 

Barcelona. 13 de junio. Plaza de Sant Jaume. Unas manos jóvenes levantan el asta de una gigantesca bandera de cuatro franjas. En realidad son cuatro banderas cosidas a hilo una con otra. La imagen pareciera recortada de la legendaria fotografía que hizo Joe Rosenthal a un grupo de marines en la isla de Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial. Es una bandera híbrida. Lo único y puro rechina en esta época de cocteles y embrujos. Tres franjas simbolizan reclamos políticos e identitarios y la cuarta es la del Futbol Club Barcelona. La política moderna, igual que el mundo del que vamos de salida, es una colorida colcha de retazos cosida a mano en las plazas públicas y la calle. Quién no entienda esta realidad está condenado a presenciar los acontecimientos, con desconsuelo y amargura, desde un islote solitario.

Barcelona en Comú, una plataforma de izquierda alternativa, ha tomado por la vía electoral la plaza de Barcelona. En Barcelona residen varios miles de colombianos y desde hace muchísimos años la capital mediterránea lleva convenios de cooperación con sus pares colombianas, entre ellas Medellín y Bogotá. Negocios y cooperación. Dos frentes que avanzan cogidos de la mano. Ada Colau, una mujer que hasta hace poco era llevada a rastras por la policía metropolitana cuando se oponía a los desahucios, es la nueva alcaldesa. Desde la tarde del 13 de junio es también la jefa de la policía local. ¡Vaya ironía!

Laia Ortiz, exparlamentaria y concejal ecosocialista, arribó en bicicleta a la ceremonia de envestidura de Ada Colau. Otros concejales de izquierda salieron desde sus casas en metro, autobús o caminando. Llegaron a la cita sin la parafernalia a la que cierta clase de políticos profesionales nos tiene acostumbrados. Sus vidas transcurren de la misma manera que transcurre la de la gente que los votó. Así son los nuevos políticos. Los políticos encorsetados en sus vestidos y discursos o encapsulados en sus sedes políticas tienden a la extinción. María José Lecha, una de los tres concejales de la CUP (Candidaturas de Unidad Popular) aludió a Marx en su discurso. Nadie se escandaliza. Por los salones del ayuntamiento de Barcelona han transitado hombres y mujeres, con o sin charreteras, de todos los credos políticos y religiosos.

En la plaza la gente, apretujada, se veía radiante. Jóvenes espléndidos, cuyos abuelos fueron represaliados o fusilados durante la guerra civil, coreaban consignas. Familias desahuciadas y arruinadas por los bancos levantaban pancartas emborronadas de frases que resumían su drama. Actores de cine y teatro tomaban nota y bosquejaban a sus futuros personajes. Los periodistas sudaban y hacían conjeturas sobre cómo titular al día siguiente aquella primavera humana que comenzó con el 15-M. Alguna abuela escapó de la residencia geriátrica o de la soledad de su apartamento para no perderse un solo detalle. Un mar de banderas tachonaba la plaza: republicanas, gais, anarquistas, nacionalistas, en fin. Sólo faltó aquella mujer – descrita por Enzensberger – envuelta en un albornoz rosa, la cara pálida y macilenta sin maquillar para que gritara: ¡Vivan los anarquistas!

Desde los tiempos fabriles la acracia pareciera estar latente en la atmósfera de Barcelona. En los llamados “Años de Plomo” los patronos y los obreros resolvían sus querellas a pistoletazos. Ahora se resuelven a través de la lucha callejera de talante pacífico y en las urnas. El pulso definitivo son las elecciones locales. Procesos electorales limpios en los que nadie vende y compra. Barcelona, una ciudad original, abierta, en la que cohabitan las ideas despiadadamente capitalistas con sus antípodas anticapitalistas o las absolutamente libertarias. Hay empresarios capitalistas con pasado trotskista que cuando les viene la nostalgia votan por los partidos anticapitalistas. Barcelona es la sede de lucrativos negocios capitalistas como el Mobile World Congress o la Fórmula Uno, pero es también la sede de movimientos contestatarios, reivindicativos y asamblearios fundados en “la ética de las hormiguitas”, como los definiría uno de sus líderes.

Es una estupidez comparar a Barcelona con las ciudades colombianas. Son realidades distintas. Cada ciudad debe encontrar la manera de alcanzar el bienestar para sus residentes. Empero, el bienestar no se consigue mediante métodos policiacos y totalitarios como los que se le ocurren a Francisco Santos, candidato a la alcaldía de Bogotá. Al ex vicepresidente colombiano le fascina caminar por las calles de Barcelona como cualquier parroquiano y visitar con su familia a los grandes almacenes de ropa y aprovecharse de las rebajas de temporadas para renovar su armario. A Pacho Santos le encanta transitar por las calles democráticas, liberales, incluyentes y tolerantes de Barcelona. Pacho Santos, en cambio, aspira a convertir a Bogotá en una especie de ciudad sitiada por hombres armados, perros amaestrados, mallas estratificadoras, coches sin placas y cristales polarizados, aerosoles de gas pimienta, balas de goma y bastones eléctricos. ¡Recórcholis! ¿Qué tipo de videojuegos tiene Pacho Santos en su casa?

Con más frecuencia recalan en Barcelona toda clase de colombianos. Llegan en avión. En tren. En cruceros. Entre ellos algunos políticos, famosos y columnistas de prensa.

Algunos han enviado por adelantado a sus hijos a Barcelona para que reciban una educación liberal, abierta y aprendan idiomas. Lo primero que hacen es quitarse esas malditas corbatas y esos incómodos zapatos de tacón. Quieren sentirse libres y que la brisa salina, como a Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en la cubierta del Titanic, les acaricie el rostro. Luego se van a visitar monumentos. Toman muchas fotos. Por la noche salen a beber y comer, y por qué no, se fuman su cigarrillo de marihuana. Les fascina la vida libertaria de Barcelona, sus bares gais y las prostitutas y los prostitutos callejeros que sonríen por la calle. Cuando retornan a Colombia se colocan de nuevo la careta, retoman las imposturas y aprueban antiguallas en sus ciudades y escriben editoriales y columnas antediluvianas. ¡Tremendos farsantes!

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