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Tenebrosa Paloma
René Ayala / Lunes 3 de agosto de 2015
 

En casi todas las culturas la paloma, ave domestica del orden columbiforme, tiene una connotación simbólica que le asocia con la esperanza, la candidez, la inocencia, el pudor y lo virginal. Fue una paloma la que según el relato bíblico avisó a Noé del fin del diluvio con la rama de olivo en su pico, la que en la leyenda que funda la tradición católica de manera inmaculada embarazo a una virgen para que diera a luz al “salvador”, el pilar de la doctrina teológica cristiana ya que representa al santo espíritu, el alado convertido en deidad para los sincretismos del caribe, y la alegoría de la paz que el mismo Picasso retrató en sus pósteres contra la guerra.

Trascendental papel entonces el que le correspondería a la paloma en la historia misma de la humanidad, solo seres especiales, iluminados, ungidos por la providencia merecerían tener ese nombre que encarna tal majestad. En Colombia, entre muchas anónimas que quizá fueron registradas con este nombre, hay una mujer especial que lleva el Paloma, no por mote sino por nombre, casi un título nobiliario, un rasgo propio de su linaje, un membrete representativo de su clase, de su alcurnia, una heredera directa de las más altas cualidades de los portadores de la fe, dignos sucesores de los caballeros templarios que en Colombia cumplieron a pie juntillas la cruzada contra los impíos, es decir los distintos, persiguiéndolos a sangre y fuego para defender los principios sacrosantos de la lealtad al credo católico, apostólico y romano y la intocable propiedad, sobre los cuerpos abatidos, mancillados y lacerados y las humeantes villas incendiadas.

Heredera de los señores terratenientes más descollantes del Cauca, su abuelo paterno fue el segundo presidente del periodo del Frente Nacional, Guillermo León: conservador amante de las letras aristócratas y defensor de las tierras de las “gentes de bien”. Y en su sangre también corre el Laserna, herencia de su abuelo Mario, conservador de mundo que dejó para la posteridad su signo en la universidad de la élite colombiana: los Andes, su síntesis política. En su conformación genética confluye indudablemente el poder político, el acervo cultural de su clase y sus rasgos castellanos que honra en sus diatribas e innovadoras propuestas, como lo de dividir el Cauca entre mestizos e indígenas, mestizos muy blancos y muy propietarios por supuesto, para ella todo lo demás son indios, como lo concebían sin empacho sus antepasados.

Y ennoblece su abolengo, como toda paloma, no solo encarna estos principios con pérfida ortodoxia, sino que emula a sus maestros reproduciendo con exactitud los incendiarios debates que promovían los abyectos al partido de su abuelo; utilizando la misma homilía violenta y argumentación amañada que en 1961 en encendidos discursos promovía Álvaro Gómez, también heredero de la casta feroz que dirigía su padre, hijo del promotor del atentado personal, y la violencia política fervoroso y feroz católico Laureano.

En los años sesenta, los señalamientos infundados por el pensamiento anticomunista, que no era otra cosa que el modelo excluyente y antidemocrático instaurado en Colombia, impusieron la tesis de las “repúblicas independientes”. En coléricas intervenciones en el Congreso, los conservadores construyeron una leyenda de zonas inexpugnables, dirigidas por bandoleros sin Dios ni ley, amenazas a la seguridad nacional, satanizando regiones agrarias colonizadas por labriegos sin tierra que resistían a la violencia oficial y desataron la guerra que padecemos y que ha dejado una estela de muerte y desesperanza. Hoy la Paloma, despojándose de toda candidez, viene a la carga con el mismo libreto, con su mitológico discurso, como lo señalara el senador Cepeda. Yo creo que quizá Paloma quería exaltar su ejercicio académico como maestra en escritura creativa para reivindicar su formación en las aulas de la Universidad de Nueva York. En el congreso, en un salón con el pomposo nombre de su abuelo, con casi las mismas argucias, enloda las regiones donde hombres y mujeres han desafiado el terror paramilitar, la desidia oficial y han impulsado proyectos de vida incorporados en el orden jurídico, las Zonas de Reserva Campesinas, a las que denomina “republiquetas” en clara actitud ofensiva y virulenta.

Una Paloma en medio de las aves de rapiña acomodados en sus sillones, esa es la imagen para la posteridad, la heredera del pensamiento tradicionalista junto a los carroñeros compañeros de bancada del Centro Democrático, pretendiendo repetir la historia. Pero, como sentenciaría el viejo sesudo de Tréveris en el dieciocho brumario, “la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa”. En esta oportunidad no podrán con su afrenta desatar más guerras y cercenar el sueño de paz de nuestra atribulada gente; la farsa se desnuda, se cae con su propio peso, las blancas Palomas de ahora no son las candorosas de antaño, son avechuchos que se restriegan en el hedor de las cloacas y comen carroña, se puede constatar: los alrededores del palacio de Nariño están infestados de ellas.