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Odio de clase y falso nacionalismo
Oto Higuita / Jueves 3 de septiembre de 2015
 

¿Por qué genera tanto odio en Colombia (falso nacionalismo y chovinismo barato) que nos digan que somos un país exportador neto de pobreza, cuando es un hecho que expulsamos millones de compatriotas a otros países? ¿Acaso no son millones los que se han tenido que marchar a Venezuela, España, Estados Unidos, Canadá, Ecuador, Europa, etc.?

¿Los que se rasgan las vestiduras de fervor y nacionalismo trasnochado con la deportación de colombianos de Venezuela hacen lo mismo cuando es el gobierno de Mariano Rajoy quien los expulsa desde España, o cuando lo hace el gobierno de los Estados Unidos?

Buscan, seguramente, quienes se marchan, mejores condiciones de vida en otros países porque aquí esa posibilidad les está negada, y no es que se hayan ido de turistas por el mundo.

Es una realidad inocultable que además de materias primas como oro, carbón, petróleo, madera, bananos, flores, energía, exportamos miseria humana. Les abrimos la puerta a grandes inversionistas para que saqueen nuestros recursos y acumulen riqueza, y exportamos gente por millones que no tienen acceso a una vida digna.

Ese es el modelo político y económico que millones han aplaudido y avalado en las urnas, votando a unos partidos y una clase que tiene como norte estratégico el capitalismo en su versión neoliberal, cuya característica es acaparar la riqueza y bienes públicos en pocas manos, desposeyendo al Estado y a millones de colombianos, a quienes no hay como garantizarles una vida digna.

Entonces, ¿por qué tanto odio de clase (que estaría muy bien si proviniera solo de un Uribe, un Santos, un César Gaviria, un Pastrana) contra un gobierno que se ha dedicado a redistribuir la riqueza que genera la nación en salud, educación, vivienda, alimentación para acceder a una vida digna para su pueblo, incluidos los 5 millones de colombianos que allí viven?

Ese odio de clase es entendible que lo exprese tanto el capitalista de cuna como el terrateniente nacido en una hacienda en medio de vacas, caballos y peones, ya que la clase dominante venezolana, destronada del poder político desde 1998, y la colombiana, aferrada a él por más de dos siglos como un chupasangre, están concertadas para derrocar el gobierno de Nicolás Maduro utilizando diferentes medios: campaña negra de prensa, radio, TV, internet y redes sociales; implantación del paramilitarismo; lavado de dineros del narcotráfico; contrabando de miles de toneladas de alimentos subsidiados en Venezuela y vendidos en Colombia a precios del "mercado", generando desabastecimiento en el vecino país, enriqueciendo mafias y fortaleciendo el paramilitarismo.

Está claro que hay diferencias en el modelo político y económico que siguen ambos países. El venezolano tiene como uno de sus objetivos fundamentales la inversión social, subsidiar las familias de menos recursos, brindar educación, salud, vivienda, transporte y alimentación de calidad para su gente; no es un modelo que prioriza la privatización de lo público, sino la distribución de la riqueza que genera la nación, basada en la exportación petrolera. Y esta es una diferencia básica con el modelo privatizador colombiano, que concentra la riqueza en pocas manos, por un lado, y privatiza servicios fundamentales como salud, educación, vivienda, por el otro.

La expulsión o deportación de colombianos de cualquier país nos debe doler y llamar a la solidaridad con sentido humano y de compatriotas, pero también llevarnos a una reflexión crítica de la realidad social y política nuestra. Porque si nos duele solo los que deportan de Venezuela, eso tiene un nombre: cinismo y falso nacionalismo de parte de la mayoría, y odio de clase puro de la minoría dominante.