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De la manipulación mediática a la indignación errática
@SaraToumate / Miércoles 7 de octubre de 2015
 
Fotografía: Carlos Rocha.

Se dice que la medicina es la profesión más humana. ¿Será cierto? Acaso politólogos, enfermeras, artistas, sociólogos, deportistas, abogados, maestros, periodistas, ingenieros, etc., ¿no entregan su corazón y toda su energía a defender las causas más nobles, a servir desde su profesión para generar cambios? No nos engañemos, la humanidad de una profesión y la de la existencia misma reside en la voluntad de servir a los demás.

Hace poco leí un titular que causó indignación en redes sociales: “Niño que esperó cita médica año y medio, no fue atendido por llegar 10 minutos tarde”. Apenas lo vi se me hizo un nudo en la garganta y cuestioné a más no poder la profesión; sin embargo luego de ver el vídeo completo y la respuesta que ofreció el médico –por cierto no fue tan difundida como los segundos en los que anuncia que no puede atender inmediatamente– recordé “esa tal crisis de la salud” que el ministro Gaviria niega con tanta vehemencia, esa plata que en la costa se le robaron a la salud para financiar a los paramilitares, esa niña que estaba a punto de graduarse como abogada y murió esperando el mejor tratamiento para su cáncer, los titulares que desde 1993 -cuando se estableció la ley 100- nos anuncian muertos a las afueras de hospitales. Pensé en los pasos andados en tantas marchas soñando con un Hospital Universitario público y al servicio de la gente más necesitada.

Pensé en eso y dejando a un lado la efervescencia que generan las redes sociales hice el siguiente ejercicio que le invito, señor lector, a hacer en este momento: vuelva a leer el titular, indígnese, ahora piense: con qué doble moral cuestionamos de la forma más punitiva a una sola persona, a un profesional que se ve maniatado ante la posibilidad de perder su trabajo. ¿Por qué no se nos ocurre cuestionar al sistema?, ese que hace esperar a una madre con su hijo dieciocho meses por una cita mientras su salud se deteriora lentamente, ese sistema de salud que ha matado más gente en poco más de veinte años que el conflicto armado.

Del ejercicio queda la invitación a ser más cautos, a analizar los discursos antes de salir despavoridos a denigrar de una persona o un grupo de personas. Quiero entender cuál es el razonamiento para disparar tanto odio a todo un gremio. Me es difícil y no logro entender cómo los medios que hoy difunden la noticia, se sienten en la potestad de dar clases de lo que debe ser la ética profesional. Esos medios que le hacen favores a los políticos más corruptos, esos que tildaron de vándalos a los campesinos que regaron la leche en medio de un paro agrario, los que condenan una marcha que clama para que no se cierre un hospital pero callan cómplices ante el bombardeo a otro en una zona de guerra, como ocurrió recientemente en Afganistán.

Aun hay gente que se muere esperando una cita, gente que viene del campo por la ausencia de posibilidades y muere de hambre en un andén, niños muriendo de sed en La Guajira, hospitales que agonizan ante la frialdad de un sistema déspota, jóvenes que no pueden entrar a la universidad y les toca optar por el rebusque, mujeres que son abusadas sexualmente, abuelos que siguen trabajando porque su pensión no alcanza para vivir dignamente… aún hay tantas cosas injustas, pero no las cuestionamos porque las naturalizamos, las convertimos en parte del paisaje. El problema es que la salud, como Bogotá, es de todos pero no es de nadie: todos nos quejamos pero pocos nos movemos.

¿Merecía el médico semejante escarnio público? ¿Por qué no utilizar toda esa indignación a la que llaman hoy los medios para exigir al gobierno nacional un cambio real al sistema de salud? No hay que convertir esta situación en una confrontación entre los médicos y los pacientes. Eso no tiene sentido, pues todos somos pacientes. Seamos más críticos y sobre todo más propositivos ante una situación tan grave y crítica como la que pasa hoy con la salud de un país, la salud de todos, su salud.