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Participación de la mujer en la investigación científica y tecnológica actual
Camila Orozco Bernal / Lunes 21 de diciembre de 2015
 
Marie Curie

La desigualdad de género es una construcción social relacionada con los que se consideran como comportamientos “típicos” de hombres y mujeres, y está pautada por el ritmo en los cambios de la sociedad, por lo que dentro de un mismo sistema socio-cultural se pueden visualizar distintos modelos de género a lo largo de períodos de tiempo generalmente extensos. La noción histórica de diferencia de género llega de forma casi natural al raciocinio del ser humano y al imaginario colectivo acuñada por las diferencias sexuales intrínsecas al cuerpo. No obstante entender la razón por la cual estas disimilitudes han sido inmutablemente interpretadas como diferencias que de modo forzoso implican desigualdades es un tema de mayor complejidad. Una clara muestra de estas desigualdades se puede ver reflejada en la baja participación de la mujer en la investigación científica y tecnológica a través de la historia e incluso en la actualidad.

Durante cientos de años el papel que la mujer ha desempeñado en la investigación científica y en los avances tecnológicos ha sido profundamente afectado por la posición social en que la misma se ha ubicado, esto es, una posición subyugada a las doctrinas y decisiones del hombre en la que este actúa como sujeto y la fémina asume la posición de objeto típica de las relaciones de dominación; y más aún, en la que el pensar y analizar cuestiones profundas de la vida de forma crítica era considerado por muchos, especialmente por entidades poderosas como la iglesia y los entes políticos, como un acto de rebelión, ultraje a la tradición y muestra de poca feminidad.

Desde esta perspectiva, y como consecuencia de lo mencionado anteriormente, la participación de la mujer sobre temas científicos en los veinte siglos anteriores ha sido supremamente pobre y, salvo algunas excepciones, ha sido el mismo género femenino quien ha subestimado su capacidad de investigación, creación e ingenio en dichos campos. No obstante, si se mira en retrospectiva, las pocas participaciones en la ciencia por parte de las féminas han dejado un rico legado y una gran cantidad de descubrimientos cruciales para llegar al punto donde se encuentran la tecnología actual; fieles muestras de ello son Rosalind Franklin, Emmy Noether, Hypatia, Lise Meitner entre otras, cuyos aportes, aparte, fueron opacados bajo la sombra de su posición social, recibiendo sus descubrimientos escaso o ningún reconocimiento.

La matemática francesa Sophie Germain, por ejemplo, realizó contribuciones realmente trascendentales para la teoría de números y la de la elasticidad e incluso mantuvo una relación académica importante con matemáticos de tal renombre como Lagrange, Legendre y Gauss, todo bajo la sombra de un personaje masculino (Monsieur Le Blanc) a nombre del cual firmaba todas sus correspondencias; y aunque sus colegas no estuvieron disgustados, una vez supieron lo que ocultaba y a pesar de sus importantes descubrimientos, no fue recibida en la academia francesa de las ciencias hasta muchos años después pues a las mujeres les era prohibida la entrada allí a no ser que fueran cónyuges de algún maestro.

Muestra del fuerte sectarismo que se encuentra incluso en tiempos modernos es el caso de Lise Meitner, que hizo parte del equipo que descubrió la fisión nuclear, logro por el cual su colega, Otto Han, recibió el premio Nobel años más tarde; un estudio de 1997 publicado en la revista PhysicsToday dicta que la exclusión de Meitner fue “un raro ejemplo en el que opiniones personales negativas aparentemente llevaron a la exclusión de un científico que merecía el premio”. La situación fue similar con la química y cristalógrafa inglesa Rosalind Franklin, descubridora de la estructura del ADN mediante imágenes por difracción de rayos X (cuya radiación le costaría la muerte a corta edad debido a un cáncer de ovarios). Este descubrimiento, pocos años después y haciendo caso omiso a cualquier ética científica y profesional, les mereció el premio Nobel de química a Crick, Watson y Wilkins, quienes por muchos años declararon como suya la totalidad de la investigación y la creación del método de toma de imágenes.

A través del ingenio, la genialidad y las largas tardes y noches de incansable análisis y observaciones estas valientes que retaron a toda una época y a toda una tradición, lograron encontrar la estructura de doble hélice del ADN, la razón de que nos mantengamos en pie en una tierra redonda, la teoría de representación de grupos en módulos, la fisión nuclear o las pautas para resolver el enigmático y legendario último teorema de Fermat.

Llegados a este punto se encuentra entonces que la capacidad de la mujer para hacer ciencia no es ni por asomo más baja que la capacidad del hombre y, aun, se podría decir que la sensibilidad que esta última posee hace que su labor científica sea incluso más fructífera en ciertos aspectos.

En ese orden de ideas llegamos al tema al cual este texto va dirigido: la participación de la mujer en la ciencia y el desarrollo tecnológico actual, y sobre la misma línea, a la gran cuestión de porqué, dado que la posición social del género actualmente es equivalente a la del hombre, aún hay poca participación de ellas en el campo en cuestión.

Hacer un análisis a profundidad en lo mencionado probablemente nos llevaría más espacio del que estamos dedicando en este texto pero, como sale de nuestros objetivos, vamos a abordar el tema de forma un tanto superficial.

En Colombia, aunque muchos años después, la progresión de la participación científica de la mujer, al igual que la aceptación y el reconocimiento de sus importantes aportes, se dio de forma más rápida debido a que el país y sus instituciones académicas (especialmente las de educación superior) estaban siendo fuertemente influenciadas por la ya formada cultura contemporánea.

Hasta mediados de la década de 1930, a la mujer en Colombia solo se le permitía cursar los estudios primarios y hasta el segundo o cuarto año de bachillerato comercial, con el objetivo de que se desempeñara como secretaria al servicio de sus jefes masculinos, permaneciendo relegada y discriminada en lo que respecta a la educación secundaria y universitaria. Esto conllevó a que las primeras figuras femeninas sobresalientes en campos como la política o la milicia se tardaran casi un siglo en aparecer. Y no solo se les discriminó en ámbitos sociales comunes sino (y de echo en estos con más fuerza), en los ámbitos sociales académicos. Muestra de ello es, por ejemplo, la influencia a principios del siglo XX del escritor Colombiano José María Vargas Vila, de pensamientos fuertemente liberales y defensor de toda causa y personaje que favoreciera la libertad y la justicia de los pueblos, quien, aun así, acuñó la frase que dicta “cabellos largos, ideas cortas”, apoyándose en el estereotipo físico del cabello largo que diferenciaba tradicionalmente un hombre de una mujer.

No fue hasta 1936 que la mujer tuvo acceso a la educación formal en Colombia cuando Maruja Blanco Cabrera aprobó el examen nacional para obtener el diploma de bachillerato, siendo la primera mujer que obtuvo ese título en Colombia (Ella se convertiría, posteriormente, en la primera odontóloga del país). Por otra parte, la primera en ingresar a la educación superior Universitaria en Colombia, que se encontraba un poco más influenciada por las ideas de equidad de género que la educación secundaria tradicional, fue Gerda Westendorpen de ascendencia Alemana, quien, en 1935, fue admitida al programa de medicina de la Universidad Nacional. La primera colombiana en estudiar matemáticas, ciencia base del pensamiento científico abstracto, fue Clara Rodríguez en 1966 en la misma universidad que años después, apenas en el 2000, graduaría a la primera Ph. D. en dicho campo.

Lo anterior es una muestra de que la sociedad contemporánea, como es sabido, da espacio de participación e interacción a ambos géneros de forma equitativa en la mayoría de campos relacionados con la educación; por tanto, la razón de que carreras relacionadas con ingeniería y ciencias exactas tengan entre sus estudiantes a menos del 20% de mujeres es un completo enigma que desconcierta a quienes consideran al conocimiento como fuente primigenia de la libertad y la equidad. Probablemente sea aun la presión de una sociedad sexista más no autoritaria la que influye en este porcentaje.

Pero indudablemente todos estos años de lucha por la equidad no han sido en vano: la mujer quiere aprender, solo que no quiere aprender física, matemáticas o ingeniería. Se encuentra que en países como Chile y en las carreras de pedagogía, psicología, medicina, trabajo social, enfermería o derecho hay en promedio setenta estudiantes mujeres por cada cien inscritos /datos tomados de biobiochile.cl/, entonces ¿por qué a la hora de optar por una carrera universitaria las féminas prefieren temas relacionados más con las humanidades y el servicio social? ¿Será que hay una predisposición casi genética a estos temas dada como consecuencia de la sensibilidad que la mujer posee hacia la vida y de su amor incondicional y voluntad pura al servicio de niños y ancianos? ¿O más bien esta predisposición no es otra cosa que un modelo más creado por las dinámicas sociales y culturales e introducido de forma tan profunda en las mentes que ya nos parece natural?

La respuesta a este interrogante probablemente está en la gran diferencia que hay en la educación base que, indirectamente, se les da a niños y niñas en cuanto a lo que han de hacer en su futuro y a la gran cantidad de modelos que se les imponen de forma igualmente indirecta y probablemente inconsciente; se le da al niño un equipo de química o un carro para armar y a la niña un bebé, un equipo de cocina o un ajuar de maquillaje.

Como expresaba la antropóloga y feminista latinoamericana Susana Rostagnol refiriéndose a la educación sexista:

El proceso de aprendizaje de los modelos de género se caracteriza por su invisibilidad: cuando aprendemos a hablar o a caminar, creemos que sólo estamos aprendiendo eso, pero estamos, además, aprendiendo a hacerlo como hombres o mujeres. Luego, estos comportamientos masculinos y femeninos nos parecen naturales (Uruguay 1993)

Aunque lo anterior se convierte en una verdad innegable, una vez se analiza lo suficiente se logra identificar que parte de la educación que se nos da, además de ser impartida de forma más o menos homogénea, está un tanto enfocada a la ciencia: las mujeres vemos el mismo número de materias de ciencias que los hombres durante la educación primaria y secundaria y tenemos las mismas oportunidades de seguir estudiando dichas líneas. No obstante, el fuerte estereotipo social, la educación familiar y la concepción de la buena mujer nos indican llevar nuestros estudios superiores hacia las humanidades o cualquier otro foco dirigido a nuestra “innegable” condición de amantes de la vida e idólatras de la posición de madres.

Lo anterior no quiere decir el género femenino sea el único condicionado por los estereotipos sociales sexistas: cuerpo esbelto, cara simétrica y cabello largo son análogas a músculos grandes, cabello corto y ausencia de sentimientos, exigencias que claramente perjudican en gran medida a los hombres y hacen que para ellos sea incluso más difícil que para las mujeres decidirse por estudiar carreras de índole más humana como psicología, enfermería o pedagogía infantil. No obstante en estas implicaciones no se entrará a profundizar pues se sale de los objetivos del texto.

De forma similar a los estándares clónicos en aspectos físicos, hay un pensamiento fuertemente infundado de una falsa incapacidad para realizar cierto tipo de trabajos o pensar cierto tipo de cosas: el pensamiento lógico-matemático le pertenece al hombre y el pensamiento creativo-sentimental a la mujer. Todo eso condiciona la actitud que ellas toman frente a vida y por ende el rol que ejercen en la construcción de la sociedad. Germán Rama define con claridad, en el artículo de 1973 sobre el origen social de la población universitaria en Colombia, cómo la influencia del ambiente y la educación familiar pueden alterar las inclinaciones profesionales de los jóvenes: “el sexo femenino inclinado a la academia muestra una tasa mayor de pertenencia a grupos familiares universitarios, ya que en un 71.5 % tienen hermanos realizando o que realizaron estudios universitarios y en un 78.1 % tienen parientes graduados en las universidades”.

De hecho, es probable que la ausencia de “heroínas” en la historia que se nos enseña influya en la visión de que ciertas ciencias no son para mujeres. "La falta de modelos femeninos en matemáticas y la falta de estímulos para que se interesaran por ellas son las únicas responsables de que haya más hombres que sobresalgan en esta materia", expresa la doctora Janet Mertz de la universidad de Wisconsin (Madison, EEUU) tras publicar un artículo en la revista Proceedings of theNationalAcademy of Science of United states of America (PNAS) /disponible en http://www.pnas.org/ que demuestra con argumentos científicos estadísticos muy válidos que no hay diferencia alguna en la capacidad cerebral de hombres y mujeres para afrontar problemas matemáticos como se ha supuesto durante años.

Los nombres y logros de las grandes científicas mencionadas al comienzo del texto y otras muchas no solo fueron escondidos en su tiempo por prejuicios sociales, culturales o religiosos: ¡también son escondidos ahora! Son ignorados por la mayoría de la población masculina e incluso femenina, no son mencionados en noticias ni sus descubrimientos son expuestos bajo la ya de por si poca luz que los medios otorgan a estos campos, sus caras no son una imagen conocida como lo es la de Isaac Newton, Albert Einstein o René Descartes y su historia no se nos enseña en la escuela o, incluso, en la universidad. Y no quiere decir esto que haya una perversa organización secreta que intenta ocultar los logros del género femenino para poner el poder y el conocimiento únicamente en manos del hombre o algo por el estilo, simplemente comprueba que el esconder esos logros o suponerlos inexistentes, como se citó anteriormente en palabras de Susana Rostagnol, ya se volvió algo completamente natural para nosotros.

Pero el asunto no debe detenerse en buscar la razón del desequilibrio mencionado sino, más aun, en analizar sus consecuencias: El pueblo inculto es mucho más fácil de manipular y dominar, incluso si el mismo es conocedor, por experiencia, de que las políticas establecidas no son convenientes; de igual forma se podría esperar que se llegue (haciendo la suposición de que aún no ha ocurrido) a una especie de “dominación científica” por parte del género masculino.

Un claro ejemplo de lo anterior fue el nombramiento de los ganadores del premio Nobel, uno de los galardones más preciados en ciencia, elegidos hace pocos días. Las especulaciones de que este era el año de las féminas no se hicieron esperar por parte de muchos científicos y medios de comunicación en todo el mundo, y con justa razón: en el campo de la química la sueca Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna alcanzaron el mayor reconocimiento internacional por su trabajo en la técnica de edición genómica llamada CRISPR-Cas9, un método para realizar cortes en sitios muy específicos la doble hélice del ADN que revolucionó la biología molecular y que, por demás, tiene infinitas aplicaciones en medicina y biología. El galardón sí fue otorgado por avances en técnicas de biología molecular, específicamente por estudios sobre el ADN y su auto-reparación, pero esta, como muchas otras veces, las predicciones fallaron: Thomas Lindahl, Paul Modrich y AzizSancar recibieron el premio de química este año por un trabajo igualmente impresionante pero… ¿será coincidencia que la balanza se incline siempre hacia el mismo lado? En el campo de la física tampoco fue el turno para Deborah S. Jin y su trabajo pionero en los condensados fermiónicos, ni para Lene V. Hau quien logró ralentizar pulsos de luz hace ya más de 15 años.

Se pueden hallar casos extraordinarios, como en todos los campos, de personas que logran superar límites de gran magnitud sin importar las diversas implicaciones sociales que estos trajeran y omitiendo casi por completo su crecimiento y educación dentro de un sistema fuertemente patriarcal.

Es este el caso de Maryam Mirzakhani, una emigrante iraní que, a pesar de las fuertes presiones sociales de su país y de su cultura, logró ganar por primera vez en la historia la medalla Fields del año 2014, el más importante reconocimiento otorgado por la Unión Matemática Internacional en los distintos dominios de las matemáticas, por su trabajo en geometría hiperbólica, desarrollo de la teoría ergódica y trabajos en la geometría simpléctica.

Ya se ha avanzado mucho si comparamos nuestra posición con la de hace unos años: la tasa de participación de la mujer en el ámbito académico universitario ha aumentado tal su magnitud que actualmente, según estudios recientes y exceptuando la sede de la Universidad Nacional de Colombia (donde la proporción de estudiantes hombre : mujer es de aproximadamente 3 : 1), la mayor parte de universidades de la ciudad de Medellín como la Pontificia Bolivariana, el CES o EAFIT (todas ellas de índole privada) reportan tener en sus aulas aproximadamente 65 mujeres por cada 100 estudiantes, mientras que la Universidad de Antioquia (de índole pública) presenta una equivalencia 1 : 1 en sus carreras; y no solo el porcentaje de ingresos es, en promedio, mayor, sino que además, según una encuesta publicada por el periódico El Tiempo, el 45 % de mujeres que ingresan a la universidad terminan sus estudios satisfactoriamente, mientras que solo el 37% de los hombres logran lo mismo.

Lo anterior demuestra que no hay que especular más de lo debido pues es un círculo vicioso del que difícilmente se logra salir, más bien hay que procurar cambiar las cosas, darle a las niñas y jóvenes de hoy la oportunidad de elegir que hacer de su vida en un futuro sin ningún tipo de presión, prejuicio u obstáculo. Hay que dejar que se engrasen las manos en un taller y darles acertijos y problemas de lógica más que revistas de moda, juegos de química y cubos de rubik mas que maquillaje, que no se avergüencen por ser acaso más fuertes que sus hermanos y abrir sus mentes de forma que la decisión de ser madre o maestra tenga la misma cabida que la de ser ingeniera o astrofísica.

Referencias:

[Web] http://www.lanacion.com.ar/1834426-el-premio-nobel-de-quimica-fue-para-el-avance-en-la-lucha-contra-el-cancer

[Web] http://www.eurosur.org/FLACSO/mujeres/mexico/educ-10.htm

[Web] http://www.elmundo.es/elmundosalud/2009/06/01/neurociencia/ 1243882048.html

BONAL, X. (1997). Las actitudes del profesorado ante la coeducación. Propuestas de intervención. Barcelona, Editorial Graó.

BURIN, M. (1998). “La familia y las instituciones educativas. Sus relaciones desde una perspectiva de género” en Burin, Mabel y Meler, Irene. Género y Familia. Poder, amor y sexualidad en la construcción de la subjetividad. Bs. Aires, Paidós: 287-301.

ROSTAGNOL, S. (1993). “Socialización de género: los modelos femeninos y masculinos transmitidos en los libros de lectura escolares”. Doc. de Trabajo Nº 2, Proyecto SYPLU. Montevideo, Fac. de Humanidades y Ciencias de la Educación, U. de la República.

FERNÁNDEZ ORDÓÑEZ, Y. (2001). “Currículum oculto de las ciencias” en Zapata Martelo Emma, Vázquez García Verónica, Alberti Manzanares Pilar, coord. Género, Feminismo y educación superior. Una visión internacional. México, Colegio de Posgraduados-MIAC-ANUIES: 315-332.

 «MirzakhaniCurriculum Vitae». Princeton University. Archivado desde el original el 29 de agosto de 2008. Consultado el 12 de agosto de 2014.

 RevelationsConcerning Lisa Meitner And The Nobel Prize. ScienceWeek.