Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Jairo de Jesús Calvo Ocampo o Comandante Ernesto Rojas, un paso por la historia... y la paz
“Jesús Calvo Ocampo, fue asesinado luego de ser torturado. En declaraciones a la Revista Semana, el General Naranjo declaró haber participado en ese operativo. Su muerte, que no fue en combate sigue en la impunidad”. Esta es la historia que nos comparte la periodista y politóloga, Fabiola Calvo Ocampo, reviviendo la memoria de Jesús Calvo Ocampo, de quien el próximo 15 de febrero se conmemora el aniversario número 28 de su asesinato.
Fabiola Calvo Ocampo / Lunes 15 de febrero de 2016
 

Jairo Calvo Ocampo (Manizales, Caldas, 26/03/194/9. – Bogotá, 15/02/1987), defensor de los derechos de los sectores populares, estratega militar, comandante del Ejército Popular de Liberación (EPL) y la Coordinadora Nacional Guerrillera, miembro del Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista de Colombia Marxista Leninista (PC-M-L de C), firmó junto a su hermano Oscar William en 1984 los acuerdos de Cese del fuego y Diálogo Nacional con el gobierno de Belisario Betancur. Abogó en ese momento por una apertura democrática y ambos presentaron por primera vez al país la propuesta de una Asamblea Nacional Constituyente.

El nombre de Jairo apareció en los periódicos en 1975 cuando la IV Brigada de Medellín dio a conocer la identidad de Lucho, un joven de 25 años, juzgado en ese momento por un Consejo Verbal de Guerra.
Porque en este país, otrora consagrado al Sagrado Corazón de Jesús, han pasado hechos “raros”, antidemocráticos, nada conciliadores, guerreristas, y ese era el momento.

Jairo Calvo fue desaparecido durante 35 días y luego de la búsqueda por parte de su madre pastora y la movilización social que se produjo en varias ciudades, apareció en el Batallón Bomboná de la IV Brigada.

Fue llevado a Consejo Verbal de guerra, bajo el gobierno del liberal Alfonso López Michelsen, junto con 63 personas militantes y amigos de la organización y otras que nada tenían que ver con las acciones subversivas. Preparó una defensa política en la que de acusado pasó a acusador del sistema:

“Señor Presidente, Señor asesor jurídico, Señores vocales, Señores secretarios, Señor fiscal, Respetables doctores de la defensa, queridos compañeros sindicados: como en esta sala a través del expediente y en boca del señor fiscal, se han proferido insultos contra los revolucionarios, yo, un revolucionario, me veo en la obligación de aclarar ciertas cuestiones, que se han dejado de mencionar.

El señor fiscal hablaba de la actual descomposición social del Estado colombiano, hablaba de la actual situación de violencia, que recorre los campos y las ciudades de esta patria, pero se abstuvo de mencionar las causas del origen histórico de esta violencia y de esta descomposición social. Estamos de acuerdo en la descomposición social del Estado colombiano, así también de la actual situación de violencia; pero vamos un poco más allá y vamos a hablar un poco del origen histórico de esta violencia, así como de las causas y los culpables de ella. ¿Estamos de acuerdo en que hay que condenar a los culpables de esta violencia? Sí. ¡Y que hay que castigarlos! Sí, pero también tenemos que decir muy clarito cuáles son los culpables de esta violencia.

No es la primera vez que a un revolucionario se le plantea el problema de la comparecencia ante un tribunal militar, que ha de juzgarlo por el presunto delito de rebelión, como es el caso, y no de asociación para delinquir como quieren hacerlo aparecer”.

La defensa política se convirtió en un documento de estudio para revolucionarios, en un referente sobre los abusos del poder que circulaba de mano en mano. Y mientras el Consejo Verbal de Guerra se desarrollaba en Medellín, diferentes organizaciones sindicales y populares promovían manifestaciones en su contra. Simultáneamente los presos políticos, liderados por Jairo Calvo, desde la cárcel La Ladera, lanzaban llamamientos políticos entre ellos “Una condena de antemano preparada”. Condenado en primera instancia, en un acto que contravenía la propia justicia, junto a doce de los juzgados, fue trasladado a medianoche hasta Buenaventura, océano Pacífico en el Valle del Cauca, para salir encadenado en un barco carguero hacia la Isla Gorgona.

Pasado un año, el presidente levantó el Estado de Sitio, Jairo regresó a la clandestinidad y meses después asume la comandancia del EPL, cargo desde el que trabajó por la unidad de revolucionarios y demócratas y promovió junto a Álvaro Fayad y otros, la creación de la coordinadora Nacional Guerrillera.

En 1986 Ernesto inicia su trabajo internacional: Cuba, Vietnam, Libia, El Salvador. Participó en la Segunda Conferencia de la Coordinadora Nacional Guerrillera el primer semestre del año, en territorio de influencia del ELN. Luego participó en una cumbre de comandantes de la Coordinadora en Cuba con la presencia de Carlos Pizarro, Antonio Navarro, Manuel Pérez, José Aristizábal y Carlos Franco. Luego comparte la decisión de expulsar al grupo Ricardo Franco de la Coordinadora tras el asesinato de 158 integrantes de esa organización.

Entró al país el domingo 18 de enero con un documento venezolano, luego de hacer la ruta La Habana- Trinidad y Tobago-Aruba-Barranquilla- Bogotá.

Realizó tareas en Bogotá y el 15 de febrero de 1987, acompañado de una persona de su equipo, Medardo Correa fue asesinado luego de ser torturado. En declaraciones a la revista Semana, el General Oscar Naranjo declaró haber participado en ese operativo. Su muerte, que no fue en combate, sigue en la impunidad.

Así terminó su defensa política ante el Consejo de guerra en 1975:

“En esta situación, nosotros los revolucionarios no somos quienes fomentamos el desorden, ni mucho menos los culpables de la crisis del capitalismo, somos, eso sí, actores conscientes y consecuentes.

Si luchar contra la miseria, la explotación y la represión y luchar por la libertad… Si esto es delito, sí somos culpables.

Si decir la verdad y señalar a los culpables de los males de la humanidad, si eso es un crimen, sí somos culpables…

Pero, si por el contrario, ser patriota, amar al pueblo y luchar por sus intereses es la tarea grande, noble y sagrada, insoslayable de todo colombiano, no podemos ser culpables. Tenemos la conciencia tranquila y estamos seguros de nuestra inocencia y no pedimos clemencia, ni perdón, no renunciaremos a la decisión de dar nuestra propia vida al servicio de los intereses del pueblo.

La vida, señores, para un revolucionario consecuente, no tiene otro sentido, no tiene otra significación distinta a elevarla enteramente, sacrificarla cuando corresponda por los intereses y la causa del proletariado. Nuestro principio moral supremo es vivir por el pueblo y morir por el pueblo, por eso los revolucionarios no piensan en el sacrificio aun cuando en ello esté comprometida su propia vida”.

En el testimonio novelado “Hablarán de mí”, en el capítulo “Ya nos conocemos General”, puede leerse:

“La vida de Ernesto fue cincelada con la experiencia, la relación con viejos amigos que militaban en organizaciones diferentes a la suya, los viajes al exterior, la vida entre los campesinos, el trasegar por la ciudad, los contactos con los comisionados de paz del gobierno, las lecturas y sus sentimientos como padre, hijo y hermano. Su elevada calidad humana y profundas convicciones, lo llevaron a acciones sublimes y actos enérgicos mas nunca despiadados. Durante los últimos años mantenía su sarcasmo y de su lucha fue dejando la ortodoxia para abrir paso a un pensamiento plural. Sabía que no había otro camino, pero al zafarse de los moldes ganaba en todo el movimiento a unos y dejaba a otros que sumergidos en su propia miopía perversa, o convencidos de que perderían poder en su organización y un estilo de vida, no admitirían cambios.

Como sucedió en la historia de Mario Benedetti entre Pedro y el Capitán, Pedro murió pero el Capitán no supo de su boca ni una sola dirección, ni un solo nombre. El General quedó derrumbado, se encerró y tiró como fiera enjaulada cuanto encontró a su paso. Él seguía vivo y sabía el peso que tendría el resto de su vida porque en el fondo, su honor militar quedaba cuestionado: había asesinado a un hombre, ese hombre no murió en combate, y el hombre que acababa de morir, no había muerto:

Artífice de una ráfaga de nobles sentimientos, sembrador de ilusiones
y cazador de esperanzas. Cegaron su existencia y se escucharon voces desde la montaña andina; brotaron semillas de libertad y el viento las esparció… El viento, el viento…”