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Columna de opinión
Matar de hambre, crimen de lesa humanidad
Manuel Humberto Restrepo Domínguez / Jueves 3 de marzo de 2016
 

Se afirma que durante la última década en La Guajira han muerto de física hambre más de 4770 niños procedentes de las 45.000 familias indígenas que débilmente resisten a la planeada destrucción de su cultura, hábitat y formas de vida. Los han tratado de cambiar y desterrar mediante la despreciable barbarie paramilitar, la intervención de las transnacionales mineras -que incluso cambiaron el curso de los ríos- y las políticas gubernamentales de desprecio y abandono que han facilitado el clientelismo y la corrupción de la clase política que entre el desierto y la mar encontró su nicho de poder.

Pero no es solamente en La Guajira, es en Colombia entera, presentada por fragmentos, en la que la física hambre mata, es decir morir por esa carencia que le exige a un cuerpo humano débil concentrar sus defensas y escasa energía para auto protegerse de otras enfermedades, infecciones, virus y alteraciones, que al final producen el deceso compilado en las estadísticas. La física hambre demuestra el nivel mas reprochable de subvaloración a la que es llevado un ser humano, puesto en situación de máxima impotencia incluso como ser biológico luchando por sobrevivir.

Cada año los titulares de la gran prensa anuncian por trozos la tragedia humana. En 2011 un anuncio de primera pagina decía: “¡Física Hambre! e indicaba que este es el escalofriante drama de los niños indígenas de Puerto Gaitán, Meta, en el que a pesar de ser el municipio que recibe más regalías por petróleo en el país, vio morir de inanición a 13 infantes”. Murieron de esa hambre que, cuando se contraen las tripas, produce paros respiratorios y otros males que al final ocultan las causas del suceso y opacan la tragedia. Otro comentario anunciaba que los niños llegaban con el pelo parado que se quebraba y caía fácilmente, con la piel áspera y de escamadura, sin peso ni capacidad para sostener siquiera la cabeza. Otro caso comentaba la muerte de un bebé de once meses que al poco tiempo de llegar al hospital falleció con un diagnóstico de anemia severa, es decir que no tenía sangre en los órganos y estaba totalmente pálido (semana.com).

Todos son casos inadmisibles en pleno siglo XXI y afectan la dignidad humana, como lo hace cualquier otro crimen sistemático de lesa humanidad, en un mundo en el que para 7000 millones de habitantes se producen alimentos para 12.000 millones y en un país sintetizado en el titular ¡La crueldad de pasar hambre! que señala a Colombia como un país que nada entre oleadas de paradojas: por un lado aspira a ingresar al club de los países ricos, OCDE, cuya misión es “promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de las personas alrededor del mundo”, mientras en su territorio muere cada 33 horas un menor de cinco años por hambre según el Instituto Nacional de Salud o tres niños cada día por esta causa según otras fuentes (elespectador.com).

Cada año los titulares se repiten en una cartografía que va de una región a otra, pasa en Córdoba, Magdalena o la Región Caribe, que presentó el 45% de los 240 casos registrados en el país en 2014. Pasa en el Vaupés donde la tasa de mortalidad infantil por desnutrición alcanza el 34% por encima del 13% nacional. Pasa también en Risaralda, Nariño y las ciudades donde los desterrados amontonados por la exclusión tratan de acomodarse a la miseria provocada por la desigualdad que lleva a sepultar a sus niños porque no se alimentaban como debían. La muerte por hambre se posa sobre las víctimas más inocentes del desplazamiento forzado, la guerra, la corrupción -que se roba por billones los presupuestos- y la prepotencia del poder que invisibiliza y niega continuamente la realidad o la distorsiona con juicios mediáticos que muestran a señores bien nutridos y elegantes absueltos de sus delitos con consecuencias sobre la seguridad alimentaria, la apropiación de presupuestos, tierras, aguas, minerales y animales que eran la garantía del sustento de sus víctimas.

La física hambre mata a los más débiles entre los débiles, a ancianos y niños que pasan tiempos prolongados sin probar bocado o acumulan días y meses alimentándose mal, sin nutrientes, sin proteínas, sin calcio, sin hierro, sin las vitaminas y minerales que aportan frutas y verduras que las instituciones promocionan con afiches que yacen colgados en las puertas de las aulas de clase, a las que quisieran asistir los desterrados sólo por obtener un bocado de comida o un poco de leche aguada.

No son asuntos biológicos los que matan, ni la muerte escondida la que amenaza las vidas de los humillados, es el modelo de acumulación, de enriquecimiento, el proceso socioeconómico de empobrecimiento provocado por políticas y estrategias de despojo que afectan todo el sistema humano del que el hambre que mata es apenas una de sus consecuencias junto con la destrucción de la cultura, de la solidaridad, de los modos y medios de vida y que trata de sus víctimas como animales prescindibles a los que ni siquiera se preocupa por alimentar.

El hambre no se contagia, ni se trasmite, simplemente mata a la víctima seleccionada, que antes ha sido excluida y que luego es individualizada por el sistema de desarrollo como en un oprobioso y parcializado sistema penal, que convierte a los humanos en cosas y a las cosas en valores, usados para someter, dominar y matar. Las muertes por hambre no las causa una hambruna generalizada por carencia de alimentos, es muerte selectiva sobre humanos tratados con desigualdad, discriminación, odio, rabia, e indolencia y ejecutada por los que cobran las cuentas por votos no obtenidos negando la comida a sus víctimas. Detrás del hambre que mata hay un ejercicio de poder y una estrategia sistemática de lento exterminio con escarnio público. El hambre provocada no escapa a la situación de guerra y conflictos que generan desplazamientos forzados, propagación de epidemias, desestructuración comunitaria y aumento de la mortalidad. El hambre que mata se gesta en un contexto de desigualdad y requiere intervenciones de fondo y en democracia para crear condiciones de paz en las que no exista ni el temor a morir de hambre ni el miedo a ser desterrado.