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Columna de opinión
Fin del conflicto: esperanzas y temores
Oto Higuita / Viernes 1ro de julio de 2016
 

El mundo pudo presenciar la firma del punto tres sobre el Fin del Conflicto. Éste constituye un gran avance dentro de los seis puntos que contempla el Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. El acuerdo se firmó tras un acto protocolario impecable, y el respaldo contundente de la comunidad internacional.

Salvo pequeños pero poderosos sectores de ultraderecha, ligados a la idea de una guerra indefinida que les preserve los botines obtenidos tras la larga confrontación de más de cinco décadas; el acuerdo fue acogido como un paso fundamental y esperanzador para alcanzar la paz en Colombia y en el continente, como bien lo dijo en su intervención el presidente de Cuba, Raúl Castro.

Éste es uno de los puntos más difíciles de resolver porque significa poner fin al cruento e histórico enfrentamiento armado entre el Estado y los alzados en armas -en el que la mayoría de los muertos han sido personas humildes del pueblo- para establecer las condiciones para el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, la dejación de armas por parte de los rebeldes, generar garantías para la participación de los sublevados en la vida política y su tránsito a movimiento político legal, y combatir y desarticular el paramilitarismo, verdadera amenaza a la paz.

El punto tres, Fin de conflicto, aborda cuestiones esenciales que de implementarse significarían el comienzo del fin de la oscura y horrenda guerra que hemos padecido. Es, tal vez, el mensaje más alentador sobre el fin de la guerra y por eso millones lo vivieron como una fiesta popular. porque sentían que celebraban el último día de la guerra en Colombia.

Hubo júbilo en millones de corazones, lágrimas de felicidad en miles de rostros que no podían creer lo que oían y veían, algarabía y carnaval en plazas y parque públicos; y por supuesto, desolación, rabia y rechazo de quienes, no pocos, siguen tercamente empecinados en incitar la guerra por más desoladora y horrenda que haya sido.

El campo democrático y popular tiene una gigantesca tarea en adelante: conformar un amplio movimiento patriótico nacional en favor de los acuerdos de paz que, por más imperfectos que parezcan, significan derrotar, por medios pacíficos, a quienes se empecina en mantener un país dominado por la guerra.

La ultraderecha clama desde los medios de comunicación, afines a sus intereses, rechazar los acuerdos de paz y continuar la guerra y la rapiña que perpetraron. Que no quieren comandantes de la guerrilla participando en política, sino purgando cárcel; ni que sean elegidos a cargos públicos, como si estuviéramos en la época del autoritarismo y despotismo de la “seguridad democrática” donde un pelele hacía de cabecilla creyendo que podía imponer por siempre su interés personal y mezquino por encima del interés superior de la patria democrática y soberana.

Iniciamos un nuevo y esperanzador momento en Colombia. Luego del largo, complejo y difícil proceso de diálogos de La Habana, falta una mesa de negociaciones entre las guerrillas del ELN y EPL con el Gobierno Nacional, diálogo que el movimiento democrático y popular debe exigir que se establezca, y evitar que la paz quede incompleta y coja esta vez, como ocurrió por ejemplo en 1991, cuando el presidente Cesar Gaviria dividió la estrategia de diálogo, sentándose a la mesa con el M-19, el EPL y otras guerrillas para que se desmovilizaran como bien lo hicieron; mientras que a las FARC, el ELN y un sector del EPL, que no aceptaron sus condiciones de rendición, los bombardeó, como ocurrió con Casa Verde, campamento central de las FARC.

La esperanza que desata el avance de los acuerdos de La Habana en amplios sectores del pueblo colombiano está acompañada igualmente de los temores de muchos compatriotas que aún no han entendido el mensaje y el significado de éstos. Hay que invitarlos a reflexionar a través de una amplia y completa pedagogía de paz porque si quienes han hecho y vivido la guerra están decididos a transitar de movimiento alzado en armas a movimiento alzado en ideas, es porque está muy cercano el día en que podamos decir: pudimos vencer los mayores obstáculos y romper para siempre con la funesta costumbre de hacer política con armas, tanto por parte del Estado como de las guerrillas.

El temor a los acuerdos de paz se vence implementando lo acordado en hechos concretos por el bien común y la vida digna del pueblo colombiano. Duda histórica que debe asumir el Estado colombiano que, además, significaría la derrota de la larga guerra. Queda por vencer la desconfianza ciudadana y la perfidia guerrerista, luchar por conquistar la justicia social y ver si un día es posible morir en una Colombia en paz.