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Sí a la paz
Los mitos sobre el proceso de paz
Los que promueven estos mitos y mentiras sobre los acuerdos no aceptan que la solución al largo conflicto armado, que han sufrido en carne propia los más pobres, sea por medios pacíficos y el diálogo.
Oto Higuita / Martes 23 de agosto de 2016
 

Los diálogos de La Habana para la terminación del conflicto armado han por fin calado y se han convertido en parteaguas de la historia reciente del país. Se ha avanzado tanto que estamos ad portas de la firma del Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Así mismo, el presidente convocará un plebiscito para la refrendación de los mismos, donde podremos expresar, a través del voto por el sí, nuestro apoyo a los acuerdos alcanzados que pondrán fin a la larga guerra entre hermanos que tanta tragedia, dolor y muerte ha causado.

La lucha por alcanzar este acuerdo definitivo ha sido ardua, y llevado a que se conformen dos posturas, una por el sí y otra por el no. También se han difundido mitos, tergiversaciones y mentiras sobre los acuerdos de paz que es importante desenmascarar, si queremos un debate informado y objetivo sobre los mismos, y así impedir que fuerzas oscurantistas de extrema derecha, que se oponen a los acuerdos con el no, ganen espacio con propaganda negra, metiendo miedo y generando dudas infundadas sobre lo acordado.

Uno de las grandes mitos que se han difundido por quienes se oponen al fin del conflicto armado, con el objetivo de infundir miedo en la población, es que el país se le va a entregar a las FARC y al castrochavismo. Quienes difunden esta gran farsa no han explicado de qué forma se va a entregar el país, custodiado y vigilado por medio millón de soldados y policías, a un movimiento armado que no fue vencido ni tampoco derrotó al Estado, que no supera los 20 mil hombres y que además va a dejar las armas, tal y como lo estipulan los acuerdos en el punto 3, Fin del Conflicto, en tres plazos y porcentajes a fuerzas de la ONU que serán las encargadas de recibirlas y custodiarlas hasta el día 180, después de que se firme el Acuerdo General para la terminación del conflicto.

Si Santos no se aceptó llevar a la mesa de discusión de La Habana el modelo económico, la política extractivista, ni el papel de las Fuerzas Armadas en el posacuerdo, ¿por qué razón va a entregar el país a las FARC? Nada más ingenuo y ridículo que la idea de que Colombia caerá en manos del castrochavismo.

Otra mentira que se difunde es que habrá impunidad para los que cometieron crímenes de lesa humanidad y violaciones graves de derechos humanos. Los crímenes de guerra no quedarán impunes, eso es completamente falso. La Jurisdicción Especial para la Paz, que contará con salas de Justicia y un Tribunal para la Paz, se creó precisamente para que los que cometieron graves crímenes de guerra o de lesa humanidad no quedaran impunes.

Todos los que hayan cometido crímenes de esta naturaleza tendrán que contar la verdad, reparar a las víctimas, resarcirlas, y tendrán una pena restrictiva de la libertad que tendrán que pagar con trabajo social, ayudando en obras públicas, y resocializándose. Sean agentes del Estado, guerrilleros o civiles. Habrá penas de entre cinco y ocho años para quienes confiesen la verdad, y hasta de 20 años en prisión ordinaria para quien no lo haga. El objetivo de la Jurisdicción Especial para la Paz o Justicia transicional es reafirmar y restablecer la dignidad de millones de víctimas del conflicto armado, que haya verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.

Que los jefes guerrilleros no podrán ser elegibles a cargos públicos. Falso. Precisamente el Acuerdo para la terminación del conflicto se hace para que una vez las guerrillas dejen las armas y haya garantías de participación, los jefes guerrilleros puedan participar en política y ser elegibles a cargos públicos que ganen en elecciones libres, sin coacción armada, sin ser asesinados sino respetadas sus vidas como voceros o líderes políticos de la organización o partido legal que creen, tras la dejación de armas.

Para eso es que se van a convertir en un movimiento político legal, para participar en política pero esta vez sin el uso de las armas. En eso consiste el Acuerdo. Pero muchos en la extrema derecha tienen miedo del nuevo actor político que surja de los Acuerdos, porque, si bien es cierto dejarán las armas, seguirán con sus ideas de cambio para Colombia.

Que a los guerrilleros se les pagará un salario de $1.800.000. Falso, no hay en ninguna parte de los acuerdos un solo renglón que diga eso. Los sectores de extrema derecha quieren hacer creer esta mentira cuando en realidad en todo proceso de paz, amnistía, desmovilización y dejación de armas se acuerdan proyectos y procesos de reinserción y reconciliación que brinden seguridad jurídica, política, social y económica a quienes pasen a ser parte de la vida civil, es decir, los combatientes.

Los que promueven estos mitos y mentiras sobre los acuerdos no aceptan que la solución al largo conflicto armado, que han sufrido en carne propia los más pobres, sea por medios pacíficos y el diálogo. No aceptan por nada del mundo que al opositor que estaba alzado en armas se le den garantías para la participación política y entre en el juego democrático en igualdad de condiciones. Quienes esto temen son los mismos que han explotado, corrompido, abusado y utilizado el poder del Estado para preservar sus intereses capitalistas y la acumulación de tierras y riquezas.

Ese es el verdadero miedo de los señores de la guerra: que de los acuerdos surja un movimiento político legal que les dispute el poder con el apoyo del pueblo para producir los grandes cambios que necesita el país. Temen perder sus grandes privilegios, las enormes extensiones de tierras arrebatadas en la guerra a los campesinos, y que se les acabe la mermelada, la corrupción y la vida de grandes magnates que siempre han llevado. Es la hora de la esperanza y la paz, las mentiras y los mitos sobre los Acuerdos no les alcanzarán para continuar una guerra que parecía imposible finalizar, porque un nuevo día ha empezado a descollar.