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Los del No
Germán Ayala Osorio / Lunes 12 de septiembre de 2016
 

Los argumentos de quienes tienen decidido votar NO el plebiscito de 2 de octubre de 2016 vienen investidos, permeados o quizás “contaminados” por una fe ciega en el tipo de orden social, económico, político y cultural vigente en Colombia.

Les aterra a muchos de los que insisten en el NO, que delincuentes políticos, ex miembros de las Farc, vayan a órganos de Gobierno. Pero poca atención prestan al hecho de que por lo menos el 35% del Congreso de la República, entre 2002 y 2010, legisló para favorecer el proyecto paramilitar que de manera directa apoyó, validó y legitimó la candidatura y luego los dos periodos de Uribe Vélez.

En esa misma línea, muchos de aquellos que votarán NO le entregan una amplia legitimidad a un Estado que históricamente deviene débil y precario, gracias a una clase dirigente que, enquistada en las instituciones públicas, insiste en mantenerlo en esas condiciones porque les conviene a su proyecto político y económico, fundado en prácticas premodernas, lo que ha configurado una democracia restringida y ejercicios económicos que presuntamente promueven el mercado y la competencia. Pero no hay tal. Se trata de ejercicios económicos mas bien propios de agentes precapitalistas.

Aquellos que se benefician de manera amplia de un sistema político y económico de esas características, tendrían todo el “derecho” a votar NO, reconociendo en esa postura una clara mezquindad y pobreza de criterio.

A esos otros colombianos que insisten en votar NO, a pesar de que son víctimas directas de esa democracia restringida y de ese Estado débil y precario, solo resta entenderlos porque muy seguramente son resultado de un ejercicio periodístico atado a los intereses de los grandes conglomerados económicos responsables de la histórica ilegitimidad y precariedad moral del Estado colombiano. Si su postura negativa frente al plebiscito está atada a la información mediática, ello confirmaría su pobreza de criterio y la enorme incapacidad para entender las ventajas que traerá para el país si se logra consolidar el fin del conflicto armado interno y por ese camino, en el mediano y largo plazo, afianzar la paz y la convivencia a lo largo y ancho del territorio.

También es posible hallar en aquellos que votarán NO el 2 de octubre, un incomprensible desdén por la suerte de las comunidades rurales que han sufrido los rigores de un conflicto armado que se degradó y que modificó, sustancialmente, los objetivos misionales, la mística y los buenos propósitos de TODOS los actores armados comprometidos en las hostilidades, en razón del conflicto armado interno.

Ubicados muchos de estos colombianos en ciudades alejadas de la guerra y de las bombas, prefieren extender el conflicto porque creen o tienen la certeza de que sus vidas jamás correrán peligro alguno. Entienden que la guerra se escenifica, fundamentalmente, en las selvas y en territorios rurales.

Y claro, hay que considerar que muchos colombianos que votarán NO al plebiscito no se tomarán el trabajo de leer el Acuerdo Final, porque su capital social y cultural acumulado no les permite asumir la tarea de comprender el documento en sí mismo.

Un mínimo carácter crítico frente a la forma como hemos construido Estado, sociedad, mercado y ciudadanía, debería de ser suficiente para darle un voto de confianza al país que podremos transformar si de una vez por todas ponemos fin al largo conflicto armado. Querer proscribir la guerra está inexorablemente anclado a una ética que defiende la vida. Por el contrario, querer y aspirar a que esta guerra fratricida se extienda en el tiempo, está fatalmente fondeado en una postura mezquina y cicatera, compartida por civiles que apoyan el NO y por quienes aún creen que podrán alcanzar una victoria militar sobre el Estado.