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La paz en Colombia después del plebiscito. Una mirada desde el exterior
Patricia Cely López / Jueves 20 de octubre de 2016
 

Cuando se ha escuchado, visto y experimentado las consecuencias del conflicto durante tres décadas de vida, es difícil, muy difícil no estar a favor de todo acuerdo que implique mitigar las acciones de violencia, Colombia es el país donde nací.

Desde hace un mes no vivo en el país, sin embargo he estado muy atenta, a través de la redes sociales, los periódicos de circulación nacional y local y los diferentes medios alternativos de comunicación, acerca de lo que ha estado ocurriendo desde mi partida hasta el día de hoy, sobre todo frente al proceso plebiscitario del pasado 2 de octubre, en el que se avalaban o rechazaban los acuerdos conseguidos en La Habana tras cuatro años de diálogo entre las FARC-EP y el gobierno nacional presidido por Juan Manuel Santos.

Muchas cosas han sucedido desde aquel 2 de octubre. Siendo las 7 p.m. hora colombiana me comuniqué con amigos y familiares, para tener certeza de que era cierto lo que leía en los informes de resultados: 50,2% del total de los votantes no apoyaban el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, 49,79% sí los apoyaba y un poco más del 62% de la población que podía votar no lo hizo. Sin consuelo, no podía creer lo que leía, no entendía cómo estaba sucediendo eso en mi país. Mis amigos y familiares, mientras tanto, estaban reunidos realizando el respectivo análisis de los resultados. En las redes veía cómo se empezaba a agitar un encuentro en un sector conocido como el Park Way, muy cerca al centro de Bogotá. Allí se reunirían varias personas que voluntariamente realizaron campañas por el Sí a nivel local y barrial, para decir que con plebiscito o sin plebiscito no renunciarían a su derecho de vivir en paz.

Al día siguiente me daba cuenta cómo se encontraba de polarizada la opinión en el país. Con unas horas de sueño se aclaran las ideas, se dejan de lado ciertos sentimentalismos y se pueden realizar otro tipo de lecturas. Con casi el 100% de las mesas informadas se podía analizar varias cosas, por ejemplo, en casi todo el centro del país, a excepción de algunos pueblos y ciudades, había ganado el no. Muchas poblaciones que históricamente han sido víctimas del conflicto daban su apoyo al acuerdo, me llamaba la atención que entre estas se encontraba el Municipio de Bojayá, una población conocida en todo el país a través de los medios de comunicación, por la masacre de 117 pobladores tras la caída en la iglesia de Bellavista, de un cilindro Bomba que las FARC pensaba dirigir a las Autodefensas Unidas de Colombia quienes días atrás se habían tomado el pueblo. El 94% de la población que salió a votar en Bojayá le daba su apoyo a los acuerdos. Un meme decía: “el rencor del citadino venció el perdón del campesino”. No podía sentir otra cosa que tristeza por la falta de solidaridad, por la ausencia de altruismo, por la poca cultura política del colombiano en general y “pena ajena” como se dice en mi país, con las millones de víctimas que ha dejado el conflicto.

Encontré diversidad de memes, post, Twitter, tanto de los que se sentían “ganadores” con el triunfo del no, como de los que sentían el fracaso de país en el que habían nacido. Sin embargo, algo llamó mucho mi atención: por un lado que la cantidad de votantes para el plebiscito disminuyó respecto a las pasadas elecciones presidenciales, o a la gente le importaba un carajo la paz o simplemente en este caso no era funcional la maquinaria electoral, el trasteo y la compra de votos. Además observaba que el movimiento social que apoyó el Sí se encontraba aún absorto con los resultados. Sin embargo, los estudiantes universitarios en Bogotá llamaron a marchar para defender la paz y los acuerdos. Me atrevería a decir que como siempre la juventud con su rebeldía innata despertó a los que aún nos encontrábamos en el letargo y empezaron a surgir invitaciones a no desfallecer, a reunirse y a continuar con la defensa de la paz.

De esta manera, pude ver como muchos conocidos, amigos y desconocidos se reunieron el 3 de octubre de nuevo en el Park Way y en este espacio se conformó la Asamblea de Ciudadanos por la Paz, esta iniciativa ciudadana la definen ellos como “un ejercicio espontáneo de diálogo, unión y participación”. La nombraron Paz a la Calle y por unanimidad se declararon como un movimiento de ciudadanos sin ningún vínculo con partidos políticos. Allí, los participantes realizan un diálogo a micrófono abierto expresando sus posturas, análisis y reflexiones sobre la coyuntura que en estos momentos vive el país. Además se plantean propuestas de trabajo, acciones colectivas de movilización ciudadana para evitar, como dicen ellos, que se profundice la polarización y así lograr una paz incluyente. A través de un comunicado, pude ver qué resolvió este movimiento ciudadano: decidió asistir a la marcha del silencio con antorchas definida para el 5 de octubre, se reunirían virtualmente con diferentes ciudades para articular agendas e iniciativas, semanalmente realizarían una reunión los lunes a las 7 p.m. para trabajar en las comisiones que se conformaron: paz territorial, organización, comunicaciones, diálogo con iglesias e iniciativas jurídicas.

Es así como la semana después del plebiscito se convirtió en una semana de sentimientos encontrados: desilusiones, esperanzas, tristezas, alegrías. El miércoles las calles del centro de Bogotá se llenaron de personas que al unísono rechazaban que se acabara el cese bilateral al fuego y daban su apoyo a los acuerdos. La paz salió del espacio privado, se tomó la calle y llenó la tradicional Plaza de Bolívar, pero eso no ocurrió sólo en la capital de la República; Medellín, Cúcuta, Bucaramanga, Barrancabermeja, Cali, Quibdó y muchas ciudades y poblaciones del país también marcharon solicitando al gobierno que se respetaran los acuerdos. El Facebook y el Twitter se cambió por la calle. Fue la manera como el mundo le envió un mensaje a Santos respecto al premio Nobel de paz. No se aceptaría un pacto cerrado entre las élites políticas del país.

Entre tanto, aparecían también noticias que daban cuenta de la forma como se manipulan las conciencias de los votantes. El gerente de campaña del No y miembro del partido Centro Democrático (CD) en entrevista con el periódico de economía La república, reveló la estrategia y los principales financiadores de lo que denominó: “la campaña más efectiva y barata de la historia”. Mentir y focalizar las necesidades y esperanzas de la clase media y baja del país, ¡ah! Y por recomendación de “especialistas” de campañas de Brasil y Panamá, no hablar ni explicar nada de los acuerdos. Al otro día que la noticia se hiciera viral, el gerente renunciaba al CD y a su puesto, y creo que muchos que votaron siguiendo al mayor promotor del No, el senador Álvaro Uribe Vélez, se arrepintieron profundamente de su voto. Más aún, cuando se hizo evidente que no tenían ningún tipo de propuesta alternativa a los acuerdos, pero sí exigieron amnistía para sus amigos militares y para-políticos, mostrando cuál era su principal propósito, posicionar con el mismo discurso de siempre un candidato para las elecciones presidenciales de 2018.

Los bogotanos iniciaron la segunda semana de octubre con la llegada de buses de diferentes lugares del país. Cientos de indígenas de diferentes etnias, afro colombianos y campesinos, representando los grupos poblacionales que han vivido este conflicto en carne propia, arribaron para alzar su voz legítima y decir que no quieren más guerra, pero además para defender unos acuerdos donde también se consignan varios derechos que por décadas el Estado les ha negado. Porque es claro que una paz estable y duradera sólo puede ser posible teniendo en cuenta a las víctimas, a las minorías étnicas, a los campesinos, a las mujeres, a la comunidad LGBTI y a la diversidad que en últimas es el ser colombiano. El 12 de octubre, denominado en estos tiempos como el día de la resistencia indígena, se realizó la marcha de las flores. Universidades, organizaciones sociales, partidos políticos, sectores agrarios, étnicos y populares, ambientalistas, animalistas, comunidades LGBTI, maestros y comunidad en general realizaron un homenaje a las víctimas y de nuevo se llenó la tradicional plaza de Bolívar. Esa donde varios estudiantes en voz de protesta han acampado por la paz. Esa que el día anterior se intervino con sábanas, cenizas y nombres de algunas víctimas del conflicto en la obra “sumando ausencias” de la artista Doris Salcedo. Ese lugar rodeado por estructuras arquitectónicas que representan el poder político y judicial, quizá por esa carga simbólica es el lugar de llegada del pueblo que resiste.

Son muchas las acciones que he visto se han realizado en el país, pero también fuera de él. En Berlín, París, Bruselas, Buenos Aires, Sao Paulo, Santiago, entre otras ciudades del mundo, los colombianos y los que sin serlo identifican la importancia de que en cada país del mundo se viva en paz, también alzan su voz para defender los acuerdos. Las movilizaciones y en general las acciones colectivas continuarán, porque paradójicamente el silencio, el fuego de las antorchas y las flores ya no representan la muerte y la guerra en el país de Macondo, se convirtieron en los símbolos de la resistencia de un pueblo que no renuncia a sus derechos, específicamente al de vivir en paz.