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Desastres naturales: aliados de la corrupción
Silvia Jiménez / Jueves 15 de junio de 2017
 
Inundación en el municipio de Girón en el año 2005. Foto de Jaime Suárez Díaz

Aún recuerdo las palabras de mamá al despertarnos, -“Levántense, los caños se taparon”-. No comprendía lo que realmente sucedía y en medio de mi esfuerzo por despertar me senté en la cama. Fue en ese momento que observé un poco de agua turbia entrar a la habitación de mis abuelos, nos estábamos inundando.

A inicios del 2005, esa sería la madrugada más larga y oscura. Mamá me llevó a las escaleras del apartamento vecino para ponerme a salvo y yo, en medio de la tristeza y con lágrimas en mi rostro, observaba ramas y restos de árboles entrar a la casa. Acababa de cumplir 8 años y mis deseos por iniciar tercer grado se truncaban con el desbordamiento del Río de Oro.

La escuela estaba a una cuadra de aquel afluente que de manera inexplicable extendió sus aguas a terrenos que aparentemente no le pertenecían. Ya con este sería el cuarto evento de gran magnitud reportado en el municipio de Girón y con el agua aumentaba la incertidumbre. Qué pasó realmente para que desembocara en el desastre del 12 de febrero y por qué no se habían tomado medidas suficientes que evitaran en épocas de invierno inundaciones a barrios completos.

Los medios cubrieron los hechos y nunca he logrado identificar plenamente si es “la niña” o “el niño” que hace que llueva de manera desenfrenada, haya avalanchas y se destruyan casas y árboles. Uno de ellos hizo de las suyas hace poco en otro municipio del país, Mocoa, pero esta vez volvió con mayor fuerza, dejando más de 300 muertos. Se escribió un capítulo más en la larga historia de desastres “naturales” en Colombia.

Lo cierto es que a mí me contaron una historia diferente, quise leer un poco más sobre los registros del fatídico 12 de febrero del 2005 y entendí que no fue ningún niño. Un estudio demostró que la principal causa de la catástrofe fue la incapacidad del cauce actual para transportar el caudal de la creciente, derivada de las modificaciones que ha sufrido a través de los años con una serie de errores desde la supuesta prevención de inundaciones donde pensaron, en 1973, que era más factible mover un río que mover un barrio de su orilla. Para 1975 se desviaron unas curvas del afluente y se corrió hacia la orilla izquierda para luego rellenar el cauce original, donde ubicaron asentamientos humanos, empresas, puentes y rellenos, trabajo que no fue difícil de realizar debido al proceso de erosión producto del cambio de temperatura reportado en el área metropolitana de Bucaramanga. Es por eso que la poca superficie que se le adjudicó al río lo represaba cada vez que llovía a gran volumen como sucedió en el 2005. El río pasó por su cauce natural y con él se llevó muchas construcciones, lo cual causó un daño económico significativo para el municipio [1].

Luego se evidenció que la constructora HG, y su dueño Rodolfo Hernández, actual Alcalde de Bucaramanga, construyó un conjunto completo llamado Castilla Real sobre el cauce original del afluente. Es por eso que la cuenta de cobro finalmente debía pasarse a la administración municipal, por los rellenos hechos, las empresas que se asentaron en ellos y las autoridades competentes por violar la normatividad y no priorizar el cuidado del medio ambiente sobre los intereses económicos de unos pocos [2].

Hoy, 12 años después el panorama no ha cambiado y parece empeorar. Los puentes que represaron el río siguen ahí, los asentamientos no han sido movidos de su sitio y no se ha acatado el llamado de los expertos sobre cuál debe ser el plan de prevención y mitigación. Por el contrario, cada alcalde ha respondido a la dinámica nacional ante los desastres “naturales”, en la que, como un analgésico, se calma el dolor pero no se erradica la enfermedad.

Y esta es la historia que se repite constantemente: la prensa hegemónica convence al país de que la culpable es la naturaleza, de manera que no hay a quién reclamarle por las pérdidas humanas y materiales, o en su defecto culpan a la misma población por vivir en zonas vulnerables, por arrendar una casa en un sector donde el costo de vida le resulta bajo para su miserable salario. Hacen un despliegue periodístico que promueve la solidaridad hasta internacional. Se envían ayudas desde diferentes lugares, las cuales muchas veces no llegan a los afectados o llegan en mal estado. Ayudas incluso económicas que se quedan atascadas en los bolsillos de los gobernantes. Luego los noticieros se ocupan de otra noticia que les dé más audiencia y así el país olvida lo sucedido, el Estado remienda la región y el ciclo vuelve a iniciar.

Por lo general los más afectados en las tragedias “naturales” son los pobres, los que viven en regiones proclives a estos sucesos, a los que el gobierno no escucha y los medios masivos no muestran. Ese mismo gobierno en el cual los funcionarios hacen contrataciones para remendar los puentes y carreteras, procesos en los que siempre hay una comisión o mordida para el ordenador del gasto, por lo tanto las soluciones terminan siendo demasiado superficiales y no tienen una duración significativa para luego tener que volver a contratar y ganar de nuevo comisión. Se puede decir entonces que los desastres naturales no son tan naturales y que son un buen aliado de la corrupción.

La economía de libre mercado, que aplasta con su locomotora minero-energética ecosistemas completos y desplaza al ser vivo que se encuentre en su camino, va marcando cada vez más su huella en Colombia, uno de los países más biodiversos del mundo. Las construcciones de las hidroeléctricas ejemplifican las prioridades del gobierno en su Plan de Desarrollo, sin medir lo lesivo que puede llegar a ser el desvío de varios ríos que han causado inundaciones en los terrenos aguas abajo. Basta ver todo el daño social y ambiental que ha causado el espejo de agua de Sogamoso, lo cual fue motivo de protestas de los pobladores de la zona que serían afectados directamente por la construcción de HidroSogamoso, quienes no fueron escuchados y vieron a Isagén defender el proyecto con un plan de mitigación muy insuficiente y que tampoco se cumplió a cabalidad. El agua tuvo una baja de oxígeno y hubo mortandad de peces, significando un problema para la economía de muchas familias. También, hace poco en otros lugares del país hubo inundaciones por la apertura de las compuertas del embalse. Ahí está de nuevo, inundaciones producto de la dinámica desarrollista del país.

Si no se construye un plan nacional de prevención adecuado a las características físicas, químicas y geológicas de cada territorio propenso, todos los años escucharemos las mismas noticias de avalanchas y desastres en Colombia, como la de Girón-Santander, la de Mocoa, y tantas que se repiten con mayor eco a lo largo del territorio colombiano; seguirán siendo cubiertos por los medios masivos desde su cómplice mirada, mientras muchas familias deben iniciar de cero, muchos niños interrumpir sus estudios y la tierra seguir llorando sus muertos. Es imprescindible establecer como prioridad el cuidado y el respeto por los espacios de la naturaleza, que a su vez es también el cuidado de la integridad de la población.