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Crisis civilizatoria
Renán Vega Cantor / Sábado 18 de abril de 2009
 

Por estos días, las noticias que recibimos a diario se centran en la crisis financiera, presentada como un fenómeno particular de un sector de la economía, y pocas personas se atreven a hablar de crisis del capitalismo, como una muestra de que el imaginario “libre mercado” ha obnubilado a gran parte de la especie humana, bombardeada durante 20 años por las mentiras sobre el fin de la historia, la eternidad del capitalismo y la pretendida imposibilidad de construir alternativas a este sistema irracional.

Confluencia de múltiples crisis

Hablar de crisis capitalista es, desde luego, mucho más apropiado que de crisis financiera, sencillamente porque apunta a enfatizar que no es solamente un sector particular, el financiero, el que está en crisis, sino que es el conjunto de relaciones capitalistas, lo cual supone considerar, parece de Perogrullo, la economía real, esto es: la producción, con todo su cortejo de víctimas: desempleados, trabajadores precarizados, mujeres y niños recibiendo peores salarios si es que mantienen sus empleos, campesinos a los que no les compran sus productos y expulsados de sus tierras, pequeños empresarios en la quiebra total, sectores populares todavía más empobrecidos ante la reducción de sus posibilidades de trabajo y subsistencia, porque es evidente que la gente no puede vivir ni del aire ni de la especulación financiera.

Pero ni siquiera la noción de crisis capitalista hoy es suficiente para entender la situación que hoy está viviendo la humanidad: una verdadera encrucijada histórica, que puede catalogarse como una auténtica crisis civilizatoria, por las múltiples dimensiones que ésta conlleva, porque al mismo tiempo estamos viviendo, por lo menos, cuatro crisis de manera simultánea: ecológica, climática, energética y alimentaria, todas producidas por la suicida mundialización del capital, como se intenta mostrar enseguida.

Crisis ecológica: El aumento de los niveles de consumo a escala mundial por un porcentaje exiguo de los habitantes del planeta (los viejos y los nuevos ricos, junto con importantes fracciones de las llamadas clases medias) está conduciendo a la extracción desaforada de fuentes de energía y materiales indispensables para hacer posible dicho sobreconsumo. Al fin y al cabo, para construir automóviles, aviones, computadores, celulares, tanques de guerra, armas y todas las mercancías que inundan nuestra vida cotidiana se precisa de materia y energía y éstas hay que extraerlas de algún lugar de la Tierra, porque no se encuentran en ningún otro lado, ni se puede reproducir en laboratorio de manera artificial y de la nada. Como consecuencia de esa búsqueda frenética de materiales se están destruyendo los ecosistemas a una escala sin precedentes, lo que se evidencia en que después de 65 millones de años (cuando desaparecieron los dinosaurios), hoy se presenta la extinción de especies más terrible de toda la historia, junto con la deforestación, el arrasamiento de las últimas zonas boscosas y selváticas del mundo, la reducción de las reservas de agua dulce, la contaminación química, y un interminable etcétera.

Crisis climática: Estamos asistiendo a un cambio drástico en el clima del planeta, causado por el sobreconsumo propio de la sociedad capitalista, que se manifiesta en el aumento de las temperaturas en unos lugares del mundo y el descenso en otros, a la par con huracanes y tifones cada vez más destructores, veranos más prolongados e intensos, e inviernos más lluviosos. Se han convertido en pan de cada día los desastres provocados por la alteración de los ciclos climáticos en todo el mundo, aunque, como siempre, los perjudicados sean los más pobres y desvalidos, que ven cómo se caen sus precarias viviendas, cómo se destruyen sus formas de subsistencia y sus sistemas de pesca. Esa brusca alteración climática ya está teniendo efectos desastrosos, puesto que el clima es un regulador natural de la vida en la Tierra y su modificación altera por completo a los ecosistemas y las formas vitales que allí existen, tal y como lo experimentan los habitantes (humanos y animales) de la zona polar ártica, que soportan el deshielo de los casquetes en donde han vivido durante miles de años, hecho que no solamente los amenaza a ellos con la extinción inmediata sino que pone en peligro a muchas zonas costeras del mundo, que soportarán el aumento del nivel del mar, lo cual conllevara la inundación de ciudades y zonas habitadas.

Crisis energética: Hoy estamos asistiendo al comienzo del fin de la época del petróleo, como resultado de la generalización del consumismo exacerbado y de la universalización ideológica (que no puede ser real) del modo de muerte americano, lo que supone que países como China se hayan integrado al mercado mundial de consumo de hidrocarburos y de toda clase de materias primas, siguiendo el ritmo nefasto de los países capitalistas. Eso mismo ha sucedido en todos los lugares del mundo, porque sus clases dominantes a escala nacional han adoptado el modelo despilfarrador de energía, replicando para sí mismas el uso del automóvil y el gasto de materiales derivados del petróleo en todas las actividades diarias como forma predominante de vida, a través de la apertura económica y el mal llamado libre comercio. En esa perspectiva, en unas dos o tres décadas, ante el aumento del consumo a nivel mundial y el crecimiento de la población, se estarán agotando las últimas reservas de petróleo, lo cual causará el colapso del sistema erigido sobre el oro negro, con más guerras, invasiones y lucha por el control de los pocos recursos existentes entre las viejas y nuevas potencias imperialistas.

Crisis alimenticia: Mientras en el mundo hay suficiente producción de alimentos como para abastecer a unos 12 mil millones de personas (casi el doble de la población actual), el hambre y la desnutrición se han extendido por todo el planeta, al tiempo que productos de la dieta básica de la gente común y corriente han sido transformados, por las multinacionales agrícolas y los empresarios capitalistas, en materias primas para la producción de cosas que no benefician de manera directa a cinco mil millones de habitantes del planeta, porque ellos no los pueden comprar por sus elevados costos. (Un ejemplo claro al respecto es el del cacao, materia prima del chocolate, cuya producción es monopolizada por multinacionales como la Nestlé, la que luego lo revende a precios inalcanzables para las economías campesinas que lo producen en África, donde sus niños nativos que juegan con las pepas de cacao nunca pueden comprar ni comer una chocolatina). Otra parte de esos alimentos se destinan de manera criminal a la producción de agrocombustibles para mover los carros y los aviones, lo que conlleva que se dediquen millones de hectáreas a producir géneros de exportación que antes se dedicaban a alimentar a los seres humanos. Como consecuencia de la constitución de las economías de exportación han aumentado la pobreza rural y el éxodo hacia las ciudades, se ha acelerado la desaparición de los campesinos y ha desaparecido la soberanía alimentaria de los países antes productores de alimentos esenciales en todo el Sur del mundo, que ahora deben comprarlos a los países imperialistas. Como un resultado de esta crisis han aumentado las revueltas de subsistencia de los hambreados del orbe, que se han presentado en más de 50 países del mundo en el último año.

Algo más que una pasajera crisis capitalista

Todas estas crisis indican que no es una pura crisis económica más la que estamos soportando sino algo más profundo, en el sentido de que hoy por hoy el capitalismo ha llevado a la humanidad a un callejón sin salida en el ámbito del mismo capitalismo, es decir, a una crisis civilizatoria, lo cual significa que en estos momentos lo que está en cuestión es el modelo intensivo en el consumo de materiales y energías fósiles construido en los dos últimos siglos, tras la revolución industrial, y generalizado en el mundo en los últimos 20 años.

Al hablar solamente de crisis capitalista, en el sentido económico del término, se está admitiendo que en la lógica capitalista el sistema puede recuperar sus niveles de acumulación, incluso a escala ampliada, y que, como si nada hubiera pasado, se va a continuar con ese nivel de sobreconsumo y se van a preservar las exigencias del crecimiento. El capitalismo se podrá recuperar, pero eso no supone que se beneficie a la humanidad, sino a unos cuantos oligarcas opulentos, los mismos responsables de la crisis financiera.

Pero si ese mismo asunto se observa desde la perspectiva de una crisis civilizatoria, puede concluirse que el colapso financiero señala que se ha acelerado el paso que nos conduce al abismo, si es que no se toman las medidas urgentes e indispensables para evitar todas las crisis que nos asolan, y eso pasa necesariamente por el fin del capitalismo y su sustitución por una sociedad diferente, con otros valores no mercantiles ni basados en la sed infinita de ganancia y acumulación. En ese contexto, hoy es más necesaria que nunca la revolución anticapitalista pero no para desarrollar las fuerzas productivas (que bien vistas son destructivas), sino como lo decía Walter Benjamin, para accionar los frenos de emergencia que impidan que el capitalismo destruya a la humanidad.