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Opinión
Literatura, mujeres y derecho a la legítima ofensa
Cristian Zapata / Jueves 28 de diciembre de 2017
 

Una crítica complicada, a una especie de feminismo frívolo, que por fortuna no es el único, pero sí el que más ruido parece estar causando. En el medio, y para defender, la siempre incómoda literatura.

Caso 1: La brutal agresión de un padre a su amada (y armada) hija

Al interior de un apartamento. Verónica Pinto está sentada sobre las escaleras. Acodada y en medio de gritos, llora y se queja de que nadie la quiere. Su padre, el conocido entrenador de fútbol Jorge Luis Pinto, está de pie, junto a ella. Trata de hablarle y razonar. Algunos policías se aprecian también en la escena. Contemplan silenciosos.

Se dan cuenta que los graban. Andrés Villamizar, el esposo de Verónica, los enfoca con la cámara. Pinto lo trata de persuadir. Se gira hacia él y le pide que no haga eso, que no hay necesidad.

- ¿Estás grabando? -pregunta Verónica-.

- ¿Me va a pegar otra vez? -se alcanza a oír la voz del esposo que contesta-.

Pinto lo mira fijamente e insiste en que deje eso, desatiende un momento a Verónica y ésta aprovecha y se pone de pie. Rápida, silenciosa y sin empacho toma un cuchillo y se lanza contra su esposo. La cámara tambalea. Hay un forcejeo. Los policías intervienen. Todos sujetan a Verónica. Después Pinto, con autoridad de padre -digan lo que digan- le pega varios coscorrones, enojado y sorprendido por la osadía de su hija. Le pide que lo respete y la reprime por atreverse a semejante cosa: intentar acuchillar a su marido frente a todos y sin miramientos.

Una persona que en medio de cualquier discusión con detonante nimio se anime a tomar un cuchillo para agredir a su interlocutor es una mala persona. Sea hombre, mujer o marciano. Pero eso pasó a segundo plano. La reprimenda aquí y el motivo de la ira generalizada fue para Pinto. Las imágenes se difundieron en exceso en internet y le llovieron los insultos. Malparido maltratador de las mujeres, vociferaron unos (y unas); cárcel, pidieron otros (¿y otras?) y algunos tantos (¿¡y tantas!?) pregonaban que era el colmo que un monstruo hiciera una canallada de esas junto a la policía y no pasara nada. Este país de mierda en el que nunca pasa nada.

¿Por qué el impulso frenético de una mujer que quiere apuñalar a su marido pasa de largo ante la opinión pública, y en cambio la reprensión de un padre que coscorronea a su hija para que pare de una vez es motivo de casi un juicio penal?

Caso 2. La escritora de quien todos esperan que publique (en Facebook)

Carolina Sanín es una famosa escritora. Quizás la única escritora famosa no por los libros que escribe sino por los sulfurados mensajes que pone en redes sociales, donde se dedica con reiteración a tratar mal a seguidores desconocidos en internet. Disfruta de replantear las formas literarias al actualizar sus estados, con expresiones que señalan a Fulano de ser “parido por el ano”, o de “hijo de la gran puta madre que por su maledicencia lo parió”, o de ser “malos polvos” o “flojos como el esfínter de su mamá”. En otras ocasiones, los manda a que “se los coma un travesti bien vergón” o fantasea con la idea de castrarlos en exhibición pública y demás expresiones que por espacio y asepsia me ahorro.

Como era de esperarse en la cloaca de las redes, ese lenguaje nauseabundo causa sensación y pronto sus seguidores se incrementan. También los detractores que aparecen para reptar al mismo nivel de la señora Sanín, quien termina metida en peleas y escándalos casi arrabaleros con unos cuantos cretinos lenguaraces.

Ella aprovecha su cuarto de hora y sigue disfrutando su técnica de maltratar. Ahora no sólo en redes sino en cuanto evento literario pueda. Cuando se vuelve noticia, en alguna emisora radial, un par de comentaristas están hablando del tema. Uno de ellos le pregunta al otro por el problema que hubo, con “esta niña, Carolina Sanín.” Ella se entera y contesta de inmediato de forma extensa y reprime a quienes se atreven a llamarla “niña”. Habla de los cuarenta y tantos años que tiene y de sus títulos académicos y de su currículo y de todo por lo cual no la deben llamar así pues lo toma como una ofensa a su honor de mujer.

Otra columnista le recrimina después por las ofensas que lanza en las redes sociales y los insultos estrambóticos que se empeña en seguir usando contra cuanto don nadie pasa y se atreve a cabrearla por deleite. Ella contesta: “Tiene razón la columnista en que soy agresiva. Es una actitud que me resulta sana en una cultura colonial en la que la expresión verbal de la rabia es locura, en la que la franqueza es inadmisible y en la que, en cambio, arreglamos los conflictos a bala, como caballeros.”

¿Por qué para esta literata el que alguien le llame “niña” es una ofensa de mala saña que merece desagravio, y en cambio el que ella putee hombres a diestra y siniestra es una actitud sana y necesaria en esta sociedad tan premoderna que ella así dizque dice combatir?

Caso 3. Fahrenheit a más de 451 o: si la tocas, no te leo

Catalina Ruiz-Navarro, desde su columna semanal se queja de que el Ministerio de Cultura haya llevado sólo escritores hombres a un evento literario a realizarse en Francia. Reclama que se tome una decisión tan ofensiva, como si aquí no hubiera mujeres que escriben tan bien, como, por ejemplo, dice, sí señor, Carolina Sanín (algo más deberá escribir aparte de sus estados).

De paso, aprovecha ella para concluir que es apenas lógico una conducta sexista como esa, en un país que le rinde culto a García Márquez, cuya literatura está plagada de machismo, donde todos sus personajes femeninos son “musas, mozas o madres” y que cometió la desfachatez de escribir Memorias de mis putas tristes, como irrespeto a su esposa y apología de la violación, basándose en otro adefesio literario que para ella es la obra Kawabata.

Ocho días después contraataca en su siguiente columna, y añade que sí, que intentó leer muy pequeña a Cien Años de Soledad, pero: “Tuve que detenerme cuando José Arcadio vuelve a casa y viola a Rebeca en la hamaca. Me dio tanto miedo leer eso.”

Escritores y escritoras ya se han ocupado suficiente de reprender semejantes afirmaciones de Ruiz-Navarro. Baste añadir que para mí la obra de García Márquez es, toda, un homenaje a la mujer. Que veo ahí personajes femeninos más allá de esas tres etiquetas que ella señala con alevosía, matronas temerarias, como aquella “dueña de todas las aguas llovidas y por llover”, feminidades complejas y enigmáticos que están en sus cuentos, como la mujer que siempre llegaba a las seis, la trastornada señora Forbes y esa mujer fatal a la que le dedica uno de sus mejores reportajes: la muerte de Wilma Montesi. Un feminicidio, dirían hoy día, que él reconstruye con arrojo detectivesco.

Enuncio solo de memoria; seguro que una búsqueda juiciosa encontraría mejores ejemplos.

Asombra además la degradación de la obra de Kawabata. La casa de las bellas durmientes es para mí un recuerdo venerado, y estremece que para alguien, un tema tan universal como la despedida sexual de la juventud se termine vulgarizando al punto de volverlo una cosa de depravados pedófilos.

Con ese exceso de verdad que le pone a la lectura de García Márquez, (recuerda a la Cabal que llamó a una sus novelas un “mito histórico”; lo que debería ser un halago para cualquier escritor de ficción) habría que preguntarle a Ruiz-Navarro qué opina de Crónica de Una Muerte Anunciada.

No estoy seguro de dónde ubicar a Ángela Vicario dentro las estrechas tres etiquetas de mujer a que ella reduce todo. O debo entender, con ese desfachatado afán prosaico que ella parece infundir que esta obra trata de una pérfida inconsciente y vanidosa, que, al no poder engañar a su nuevo marido rico sobre su desfloramiento temprano, se aprovecha de su condición de mujer para victimizarse entre falsedades y terminar acusando injustamente a un hombre inocente, quien, por eso, después pierde la vida de forma cruel e impune. ¿Hay entonces también rasgos hembristas y violencia de género -del género femenino- en la obra de García Márquez? ¿Debería yo haber cerrado el libro ante la primera puñalada al pobre Santiago Nassar?

Reducir esa obra así y describir esa trama con esta jerga de panfleto me abochorna. Esa novela es mucho más que este recuento burdo. Pero a eso parece querer llevarnos el juego prosaico que propone Ruiz-Navarro.

Con todo esto, de nuevo me surge una pregunta, ¿qué hace que un reclamo quizás justo, en nombre de las escritoras nacionales, termine volviéndose una injusta refriega contra el legendario escritor colombiano?

Caso 4. Cuento vivencial: Aquí falta un toque femenino (para que te empuje)

Participo en un proyecto editorial donde se publican unas crónicas sobre mujeres envueltas en la guerra colombiana. Un trabajo de no ficción que hace que sigamos a cuatro personajes femeninos que padecieron el conflicto desde diferentes lados.

Todas, personajes fascinantes que muestran el arrojo, la resistencia silenciosa y la esperanza que aporta la cara femenina a la superación de la guerra.

Cuando se publican las historias, casi de inmediato: crítica y descrédito de algunas personas, minoritarias por fortuna, pero no menos desconcertantes. Mensajes y objeciones en los eventos de lanzamiento. La razón: que entre los cuatro reporteros no había ninguna mujer. Que qué injusticia cuatro hombres hablando de mujeres. No importaba de lo que se hablara, solo importaba quién lo hablara. O mejor, hay cosas de las que se habla para las que importa quién las hable, según algunos.

Un trabajo de no ficción donde el centro son los personajes, donde la mujer es el tema exclusivo; pero alcanza la quisquillosidad para evadir ese centro y desviarse al reparo periférico de quiénes fueron los medios que invocaron a esas presencias.

Como si se tratara de un requisito notarial, formalidad ciega, una cuota femenina pedida con esa lógica paritaria impuesta con simetría burocrática, sin importar que ellas sean el fondo del asunto. Cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo, dice el proverbio chino.

Si ponemos esa lógica paritaria a diestra y siniestra: entonces todo trabajo que hable de minorías a vindicar queda cargado con ese requisito ritual. Si se van a hacer crónicas de pobres, que entre los reporteros haya un pobre, si se va a hablar de negros, necesitamos que lo escriba un negro, y de homosexuales, ni hablar, lo contrario sería injusto.

La cosa nunca pararía. Y de paso habría que archivar obras cumbres del tema femenino, por no haber cumplido con la cuota de mujeres en su producción. Pienso en los mejores trabajos de no ficción que he leído sobre la liberación sexual del siglo XX; los reportajes reverenciales de mi ídolo inmerecido, el gran Gay Talese, a quien debería dejar de leer de rodillas para en cambio incorporarme y patear su altar según los filisteos de la cuota femenina. Nada valdría porque Gay no es mujer, y ni siquiera el nombre aproximaría a salvarlo.

De paso, para la hoguera también media historia de la literatura. El amante de Lady Chatterley, muy bonito, muy profundo, muy mujer, pero bótelo: Laurence no era tipa, si acaso marica. No sirve. Madame Bovary, el tedio de la mujer de provincia padeciendo por el compromiso social, muy bien retratado y todo, cuánta introspección bien dibujada, pero faltó la mujer al lado de Flaubert humedeciéndole la tinta. No sirve.

Para no ir muy lejos, ni más allá de este año que termina. La película cumbre de la opresión bárbara a la mujer entre la marginalidad colombiana, el retrato descarnado del daño al ser femenino en este país: La mujer del animal, es una producción injusta porque su director no es mujer, no debe ponerse a hablar de esos temas.

De nuevo la pregunta, ¿que hace que la gente se desvíe del asunto importante, que versa sobre poner a la mujer arriba del escaparate, a la vista de todos, para en cambio reparar en trivialidades sobre si había cuota femenina en quienes tallaron la madera? ¿Dan por sentado que eso cambiaría en algo el resultado del trabajo? ¿La calidad sería mejor o peor?

Contestaciones aventuradas. (Favor calibrar bien la alarma de misoginia)

Si pudiera pensar en una respuesta común para las preguntas de todas estas historias antes contadas, diría que debo empezar por algo que creo que comparten. En todos estos casos se muestra una agresividad frívola. En la impactante hija Pinto, en la azufrada Sanín, en la paranoica Ruiz-Navarro y en los melindrosos críticos de mi libro.

Y me atrevo a pensar que esa agresividad frívola está mellando los dientes de verdad valiosos de la lucha feminista. Dientes necesarios para todavía clavarse en las presas importantes.

Es sabido que, en estos tiempos modernos, toda lucha social válida y justa se termina frivolizando al dejarse secuestrar por la civilización del espectáculo. Por eso la contracultura se tragó al socialismo, el marxismo engendró al sólo jipismo y el ambientalismo a pirados new age.

No hay un solo feminismo, ni más faltaba. Pero algo de la causa feminista parece ir ya en esa dirección: porque de todas las cinco historias saco también una enseñanza común. Con la acuchilladora a quien nadie quiere, la escritora de actitud sana e insultos escatológicos y la columnista de la brigada anti violaciones en la literatura, pareciera hacerse camino una bandera absurda: querer vindicar una especie de derecho extra, reservado solo para mujeres: el derecho al desequilibrio, el derecho a enloquecer libremente, y poder acuchillar a su marido en medio de una pelea doméstica y que ningún papá venga a detenerla, o a andar insultando tipos en las redes con jerga hedionda como actitud vanguardista contra la sociedad salvaje, o el derecho a andar prácticamente imputando crímenes y causales de divorcio a los escritores por las licencias literarias que se tomen en la escenas de cama extramatrimonial lubricadas con tinta.

Pareciera que se pretende entonces imponer por sobre todo el derecho a la agresividad trivial de la mujer, a sus ataques detonados por nimiedades que insisten en tomar como justas reivindicaciones. Ataques que además de improductivos y frívolos, son ingenuos. Porque me parece ingenuo reducir la causa feminista a estas cosas, como el ludismo de hace dos siglos que exhortaba a los obreros con el propósito principal de destruir las máquinas fabriles que asumían como sus principales enemigas.

Entiendo también, que a veces el entorno mismo y la opresión socialmente aceptada son un desafío obligatorio para mujeres sin más recursos que acciones desesperadas, y que sería injusto atribuirles por eso defectos internos. Como anota Carlos Monsivais en uno de sus mejores textos sobre el tema feminista: “En el acoso, el conducir al límite la psicología defensiva no es un acto de desequilibrio, sino de búsqueda de espacio.”

Propongo sólo discutir qué tan grande será ese espacio; dónde poner ese límite; dónde está la raya desde la que se pasa de la legítima defensa a la legítima ofensa, y por qué no pensar críticamente la necesidad de desintegrar una retórica que, como se vio en los ejemplos anteriores, exalta cierta especie de agresividad innecesaria usada por algunas mujeres, en arbitraria vocería de todas.

De lo contrario, sospecho que no se saldrá de la violencia frívola de siempre. Violencia de género que puede ser de lado y lado. Violencia discursiva y violencia-violencia. O todas en una, como Valerie Solanas disparando a Andy Wharol y después teorizando sobre el asunto en sus diatribas escritas contras los hombres.

Y Valerie Solanas no es para mí más que la frivolización y el secuestro por la industria del espectáculo de la lucha feminista que mutó de las sesudas reflexiones de Simón de Beauvoir sobre el significado de ser mujer, a la pantomima de una sicótica en las pantallas de Hollywood.

Algo pasó en el camino entre Beauvoir y Solanas. La primera indagaba en los resquicios mismos de la conciencia femenina para buscar su identidad, lejos de melodramas:

“Ya no se sabe a ciencia cierta si aún existen mujeres, si existirán siempre, si hay que desearlo o no, qué lugar ocupan en el mundo, qué lugar deberían ocupar. “¿Dónde están las mujeres?”... Pero, en primer lugar, ¿qué es una mujer?... Así, pues, todo ser humano hembra no es necesariamente una mujer; tiene que participar de esa realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad.

Y concluía con el hermoso y conocido pasaje:

“No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización en conjunto es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino.”

(To) ser o no (to) ser...

El poeta Marcos Monteliano Gutiérrez, dice que la peor de las tristezas es aquella que “es como la tos, pero hacia dentro”. Entiendo que la historia de la feminidad está marcada por una tristeza parecida a esa, que a veces no deja llorar, o que en ocasiones sólo deja: “sonrisas que no son de felicidad, sino de un modo de llorar con bondad.” Para seguir con versos, esta vez de la mismísima Gabriela Mistral.

Entiendo a su vez que este drama sólo es fruto de la opresión milenaria que se empeñó en negar para ellas cualquier chance de identidad alterna.

Entiendo también que toda identidad se empieza a construir con la negación. O, en palabras de Sartre: “Para darnos cuenta de los que somos, tenemos primero que darnos cuenta de lo que han hecho con nosotros.”

A cualquier mujer le toca vivir ese primer paso de encender la luz y verse entre el molde impuestos por otros. La literatura misma latinoamericana no podía dejar de evidenciarlo. La escrita por mujeres, sobre mujeres, como les gusta a los quisquillosos y de la que me declaro adepto -por lo menos de la buena-.

Dicho sea de paso, un buen ejemplo de que en el arte la lógica de la cuota no garantiza por sí misma nada, son los ya muy frecuentes en todo el país certámenes literarios solo para mujeres. En Cereté, en Roldanillo, en Medellín, se celebran eventos donde a menudo se encuentran las poetas y se desencuentra la poesía. Pero, así mismo, desde los tiempos del machismo más déspota, siguen brillando los versos que denotan desde los primeros años del siglo XX ese afán femenino de abrir los ojos para que duela ver; voces que cautivan y acongojan hasta casi el grado de la culpa atávica, por ser hombre.

Recuerdo el poema de Idea Vilariño: Tal vez no era pensar.

“Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto,
sino darse y tomar perdida, ingenuamente,
tal vez pude elegir, o necesariamente,
tenía que pedir sentido a toda cosa.

Tal vez no fue vivir este estar silenciosa
y despiadadamente al borde de la angustia
y este terco sentir debajo de su música
un silencio de muerte, de abismo a cada cosa.

Tal vez debí quedarme en los amores quietos
que podrían llenar mi vida con un nombre
en vez de buscar al evadido del hombre,
despojado, sin alma, ser puro, esqueleto.

Tal vez no era pensar, la fórmula, el secreto.
sino amarse y amar, perdida, ingenuamente.

Tal vez pude subir como una flor ardiente
o tener un profundo destino de semilla
en vez de esta terrible lucidez amarilla
y de este estar de estatua con los ojos vacíos.

Tal vez pude doblar este destino mío
en música inefable. O necesariamente...”

Pronto también, y para ponerse a tono con la movida que se estaba dando en el mundo, vino en los años sesenta la que llaman algunos críticos la primera novela de corte feminista en Latinoamérica: La Brecha, de la chilena Mercedes Valdivieso. Una protagonista sin nombre que resulta casada, acorde a los cánones sociales, y decide rebelarse. No le gusta esa vida, lanza la queja ante la otra forma de muerte que es la ausencia de vida: “Era bueno no pensar, estar evadida de la sensación física; coordiné un solo pensamiento: no ser.”

Es la historia de la insurrección doméstica donde desobedecer es el primer paso para descubrirse. Allí se ubican los gérmenes del dolor ante avizorar la impostación de lo propio:

“Pongo más leños al fuego y pienso que soy como un recluso que hizo saltar la cerradura de su calabozo y a quien, después de ciertas escaramuzas, le está permitido pasearse por la enorme cárcel, conversar con los presos en sus celdas y luego sentase a esperar frente a la puerta. Porque es allí donde está la libertad”

Se rastrea también ese descubrir doloroso de ser sólo lo que otros quisieron, en las primeras poetas latinoamericanas. Ahí están, por ejemplo, Alfonsina Storni:

“Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido
no fuera más que aquello que nunca pudo ser,
no fuera más que algo vedado y reprimido
de familia en familia, de mujer en mujer.

Dicen que en los solares de mi gente, medido
estaba todo aquello que se debiera hacer...
Dicen que silenciosas las mujeres han sido
de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...

A veces en mi madre apuntaron antojos
de liberarse, pero, se le subió a los ojos
una honda amargura, y en la sombra lloró.

Y todo ese mordiente, vencido, mutilado,
todo eso que se hallaba en su alma encerrado,
pienso que sin quererlo lo he libertado yo”.

U otro de sus poemas más populares: Tú me quieres blanca.

“Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta”.

También se puede incluir, de tiempos embrionarios, a la puertorriqueña Julia de Burgos:

“Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.

Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisoria
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos.

A cada paso adelantado en mi ruta hacia el frente
rasgaba mis espaldas el aleteo desesperado
de los troncos viejos.

Pero la rama estaba desprendida para siempre,
y a cada nuevo azote la mirada mía
se separaba más y más y más de los lejanos
horizontes aprendidos:
y mi rostro iba tomando la expresión que le venía de adentro,
la expresión definida que asomaba un sentimiento
de liberación íntima;
un sentimiento que surgía
del equilibrio sostenido entre mi vida
y la verdad del beso de los senderos nuevos.

Ya definido mi rumbo en el presente,
me sentí brote de todos los suelos de la tierra,
de los suelos sin historia,
de los suelos sin porvenir,
del suelo siempre suelo sin orillas
de todos los hombres y de todas las épocas.

Y fui toda en mí como fue en mí la vida…”

Y como un último ejemplo, mi preferida, la obra de Rosario Castellanos:

“Una mujer camina por un camino estéril
rumbo al más desolado y tremendo crepúsculo.
Una mujer se queda tirada como piedra
en medio de un desierto
o se apaga o se enfría como un remoto fuego.
Una mujer se ahoga lentamente
en un pantano de saliva amarga.

Quien la mira no puede acercarle ni una esponja
con vinagre, ni un frasco de veneno,
ni un apretado y doloroso puño.
Una mujer se llama soledad.
Se llamará locura.”

O en otra parte:

“Antes, para exaltarme, bastaba decir madre.
Antes dije esperanza. Ahora digo pecado.
Antes había un golfo donde el río se liberta.
Ahora sólo hay un muro que detiene las aguas.”

O en esa obra maestra, llamada Origen:

“Sobre el cadáver de una mujer estoy creciendo,
en sus huesos se enroscan mis raíces
y de su corazón desfigurado
emerge un tallo vertical y duro.
Del féretro de un niño no nacido:
de su vientre tronchado antes de la cosecha
me levanto tenaz, definitiva,
brutal como una lápida y en ocasiones triste
con la tristeza pétrea del ángel funerario
que oculta entre sus manos una cara sin lágrimas”.

No pretendo tocar el tema como especialista. Me muevo a tumbos, sólo por sospechas, con las escasas migas que distingo entre las letras femeninas. Pero me atrevo a pensar que la intención de tomar distancia de los moldes hechos a voluntad de los hombres alimentó la literatura latinoamericana misma desde su edad más tierna, y que eso también era nutrir la causa feminista.

La pregunta que no puedo contestar es: ¿qué hizo que esta intención literaria se vulgarizara hasta producir la vertiente del separatismo agresivo? yo estaba h ya los heraldos me anunciaban

Sospecho que algo tendrá que ver la frivolidad del espectáculo que pretende sustituir a estas insumisas reflexivas por las de la casta de Solanas. La cual -más cerca de Sanín y Ruiz-Navarro, pienso yo- escribía en su Scum Manifiesto:

“Hoy, gracias a la técnica, es posible reproducir la raza humana sin ayuda de los hombres (y, también, sin la ayuda de las mujeres). Es necesario empezar ahora, ya. El macho es un accidente biológico: el gene Y (masculino) no es otra cosa que un gene X (femenino) incompleto, es decir, posee una serie incompleta de cromosomas. Para decirlo con otras palabras, el macho es una mujer inacabada, un aborto ambulante, un aborto en fase gene. Ser macho es ser deficiente; un deficiente con la sensibilidad limitada. La virilidad es una deficiencia orgánica, una enfermedad; los machos son lisiados emocionales.”

¿Partir sin repartir?

La mitad del cielo, la mitad de la tierra y la mitad del poder, decía una consigna ya clásica de esta causa. Para mí una mitad siempre ha sido algo que al contemplarse lleva a un mismo pensamiento: ¿qué de la otra mitad?

El feminismo frívolo se consolida. Por alguna razón, la vía fácil de deprecar sobre los excesos de lo masculino se prefiere por sobre el camino más difícil de vindicar lo femenino. O, en sentir de algunas, lo primero se vuelve condición necesaria para lo segundo. Koestler decía en algún lado que en el rebelde siempre hay dos impulsos en pugna, que justifican su tendencia. Se es rebelde por el rechazo a lo presente, a lo que hay, a lo que se ve; o se es rebelde por el anhelo hacia el futuro distinto, las ansias de construir lo que será, la esperanza en formar lo que no se ve. Destruir lo que hay o construir lo que podría haber. En cada rebelde están estos dos impulsos, pero siempre con asimetría. En el feminismo frívolo gana lo primero.

Todo esto lo digo saliéndome del camino de lo políticamente correcto, que algunos asumen ya enrielado. Y sin dejar de desconocer lo evidente: que habitamos un mundo asquerosamente machista, que discrimina por doquier, y que, no obstante, parte de ese mundo imperfecto sería deseable, aun así, en su pésimo estado, a un país mucho peor como el que moramos, que no sólo es machista sino salvaje, donde todos los días no se contenta con anular, sino que además mata mujeres, por nacer. Donde se asume que ser hombre es contar con el derecho a serlo y ser mujer es ya de entrada tener que justificar el contradecir ese derecho.

Pero dudo mucho que la salida de este medio sea la exhortación de la feminidad igualmente agresiva, que sólo termina trivializando las verdaderas luchas, vaciando la causa valiosa e irrigando la baladí en todos los espacios.

Ya lo venimos viendo con la justicia frívola que trata con liviandad la causa feminista. Nuestra Corte Constitucional que, el mismo día que decidió que las madres comunitarias no podrían tener derecho a una pensión, anunció con bombos y platillos que iba escoger la demanda de -adivinen- Carolina Sanín para revisar y establecer su libre a derecho postear groserías en la red.

O los jueces que se preocupan más porque los eslóganes publicitarios digan “todos y todas” que porque los feminicidas sigan sueltos. O los fiscales que dañan vidas, por inflar ante la cámara inocuos señalamientos de inicuas señaladoras que no soportan juicios, pero si causan ruido y descrédito.

Le pasó hace poco al reconocido anarco-periodista Antonio Morales, cualquier cosa menos un seguidor de las hegemonías, que después de perder su trabajo y su buen nombre por una denuncia de una supuesta violación, recibió un archivo del caso sin ni siquiera unas disculpas. Apropiadas sus palabras en el mensaje que escribió ante todo lo que le pasó:

“Lo triste es que se recurra a la mitomanía y a la mentira -desde un feminismo falaz- para poner en valor a la mujer “perseguida”. Ello toma formas socio históricas alienadas en el sistema de género. (...)
Victimizarse como mujer mintiendo y calumniando, afecta las luchas de las mujeres, es antifeminista. La calumnia contra los hombres inocentes, también es violencia de género. He sido víctima de una cierta violencia de género.”

Ante todo: niego, pero no reniego

Me niego a aceptar que la causa feminista en este país tome el extraño rumbo de empeñarse en perseguir ese insólito derecho “a la legítima ofensa”. Quizás con todo esto lo único que hago es pecar de teoría y me quede sólo en el plano de las ideas e ignore la movida práctica, donde estas cosas que planteo son poco importantes para los movimientos de mujeres que se están jugando la vida en este momento por sus derechos.

Aceptaría una objeción como esas, siempre y cuando se me reconozca también la necesidad de defender a la literatura como aparato también adecuado para la subversión. Y por eso mismo, como objeto a defender de los sectarismos. Si los poemas se pudieran firmar abajo por adherentes secundarios como los manifiestos, si se gritaran en las calles como las consignas, yo firmaría y gritaría por la causa feminista uno de Blanca Varela:

“VA EVA

Animal de sal
si vuelves la cabeza
en tu cuerpo
te convertirás
y tendrás nombre
y la palabra
reptando
será tu huella”.