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Tiempos mafiosos
Reinaldo Spitaletta / Sábado 2 de enero de 2010
 

Decía un poeta que “el tiempo es la única verdad”. El tiempo, una variable de la eternidad, se ha encargado, por lo menos en este país irredento y apto para todas las desgracias, de demostrar asuntos ligados al totalitarismo, la plutocracia y el desprecio por los olvidados de la fortuna.

Colombia adoptó desde hace tiempos un modelo mafioso de gobierno, adecuado para la perpetuación en el poder de unas cuantas familias o lo que alguno llamó el club de los exclusivos; también para el favorecimiento de grupos económicos transnacionales y locales, para la distribución de la riqueza entre unos cuántos, para el mantenimiento de un sistema que sume a millones en la miseria y sostiene a una minoría, que lo menos que hace es reírse de sus tropelías y atropellos.

Ese modelo mafioso se ha perfeccionado en los últimos años. Ligado, por ejemplo, al proyecto paramilitar, al cual el gobierno le dio estatus político, el “modelito” se ha encargado de hacer ver la corrupción como una virtud; la repartija de notarías, subsidios y otras gabelas, como parte del ejercicio político. Incluye, entre otras perlas, el hacer aparecer a los contradictores como terroristas o aliados del terrorismo, una lección que el príncipe (en rigor, un peón) aprendió de Bush.

El poder en Colombia hace ver lo anormal como normal. Ya no es raro ni escandaloso comprar votos para cambiar la Constitución, la cual, sea dicho de paso, está vuelta una colcha de retazos. Tampoco es extraño nombrar en puestos diplomáticos a personajes de pasado oscuro, incluso a algún sospechoso de asesinato. Qué importa si algún director regional de fiscalías tiene nexos con la mafia y se deja comprar con regalitos. Es parte del modelo.

Qué importa, además, si no funcionan los sistemas de salud, si cada vez más la gente pasa a engrosar las filas de los destechados, si la mayoría de las tierras son de unos pocos. Es asunto inherente al modelo. Y este es un país feliz, ¡carajo!, porque tenemos el espejismo de la seguridad democrática, y los aspavientos y críticas son calumnias de la oposición.

Qué lindo tiempo este. En el país de las trapisondas, el viejo clientelismo se ha renovado; hay nuevos poderes regionales para los caciques, y a todos aquellos que han apoyado el modelo y a su tutor, entonces hay que recompensarlos, por ejemplo, con subsidios millonarios. Porque la plata es para los que tienen plata, o si no que lo diga un ex ministro de Agricultura: “a los pobres del campo no se les puede dar tierra, porque se vuelven guerrilleros o paramilitares”.

Es el tiempo de los “falsos positivos” o crímenes de estado. El del espionaje a opositores, magistrados, jueces y periodistas, y todo a través del DAS, que también estaba vinculado con paramilitares y con complots para asesinar disidentes. Es el tiempo de los hijos del Presidente y de la risa por la feria de subsidios para aquellos que apoyaron a “papi” en sus aspiraciones reeleccionistas. Es el tiempo de la cultura de la ilegalidad y de las leguleyadas. Todo es válido cuando se trata de mantener al príncipe y su corte en el poder.

Es el tiempo de un país que ha arrojado a más de tres millones de “sus hijos” al exterior; es el tiempo de una población cuya mayoría padece miserias espirituales y materiales; es el tiempo de los desplazados forzosos que ya son más de cuatro millones. Pero no hay de qué preocuparse: según un paniaguado de palacio, estos no son desplazados sino migrantes. Todos tan felices. Es, por ejemplo, el tiempo de los pobres del campo (a los que todavía no han expulsado), con un 73 por ciento en estado de pobreza y un 27,5 por ciento en situación de indigencia.

¿Acaso será este un tiempo de regocijo cuando tenemos el índice de desempleo más alto de América del Sur? Tal vez hubiera sido mejor hablar de árboles (aunque fueran de navidad), pero ya lo dijo el poeta: “qué tiempos éstos en que hablar sobre árboles es casi un crimen, porque supone callar sobre tantas alevosías”. De todos modos, feliz año.