Los tejidos de la memoria
Un análisis crítico a partir de la novela La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor
/ Jueves 1ro de julio de 2010
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Filósofo y Estudiante de la Maestría en Historia, Universidad Nacional de Colombia
Y de pronto los recuerdos surgen. Y con los recuerdos aparecen los sujetos, lugares, olores, sabores y melodías que se conectan entre sí para formar los tejidos de la memoria. La memoria tiene tras de sí múltiples intereses; para Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria [1] se encuentran inmersos no sólo en la propia reflexión que sobre ella hacen los historiadores; por el contrario, éstos surgen en la escena teórica contemporánea como un problema político y social en el cual se da una serie de luchas acerca de los cambios históricos y de la interpretación del pasado. La ceiba de la memoria [2], novela del escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor, introduce al lector en un universo mágico donde se mezcla la ficción con la realidad. A través de un lenguaje literario y de una gran capacidad imaginativa, el autor rememora los sucesos de la esclavitud en la Nueva Granada durante el siglo XVII, en donde sobresalen diversos temas históricos, políticos y, por supuesto, existenciales. La polifonía de los personajes que la componen nos muestra no sólo la visión de la víctimas, sino también la de los victimarios y la de aquellos inconformes con lo que sucede.
En medio de las descripciones extensas de paisajes, viajes y comidas y de los monólogos de los protagonistas, el destierro y la esclavitud se mezclan para preguntarse por el tiempo y los lugares de la memoria, pero más importante aún es el papel que cumplen como momentos de ruptura y discontinuidad que ponen en entredicho el establecimiento de una historia que se cuenta desde la voz de los vencedores. Los personajes de la novela son sujetos capaces de cuestionarse a sí mismos y de cuestionar el orden de las cosas. La voz y la palabra cobran fuerza como dispositivos de control y de poder sobre aquellos otros; es el juego del amo y del esclavo en donde ambos se necesitan mutuamente para ser reconocidos, lucha de clases. Es la lucha por ser en el mundo, por ser nombrados seres humanos; es la lucha de Pedro Claver por entender los designios de Dios sobre esos hombres que viajan atados en las bodegas de los barcos en medio de sus heces, de su vómito. ¿Por qué viajan como bestias? ¿Por qué necesitan ser bautizados para ser humanos?
Son los gritos de los esclavos, el reclamo y la resistencia de Benkos Biohó, su música, sus dioses, sus ritos y su relación con la naturaleza, con la tierra. Esa que sembramos, caminamos, sentimos con los pies descalzos, pero también explotamos. La tierra donde dejamos nuestras raíces, la tierra que nombramos y que Benkos Biohó grita en su lengua para desenterrarla; la tierra que nos entierra o nos destierra. “Habrá que observar. La vida humana concluirá sin huellas. La vida humana se irá al fondo de la cueva, en la colina, y esperará la muerte anunciada. La vida humana cumplirá su ciclo con sigilo. La tierra cubrirá los restos. Sembrarán las ceibas los días de llanto por los muertos y allí, en su altura y su sombra, y su tallo más grande que un abrazo, pondrán la memoria de las acciones. Se irán unos y llegarán otros” (p.68). La tierra donde se construye la memoria. Huellas, indicios, vestigios, museos, lugares que tejen la historia de aquellos que se fueron. Ceibas, seres vivos que entrelazan sus raíces. Que hacen presencia en el mundo, pero que en su tallo recogen la marca del pasado y esperan por el futuro.
La palabra grita para recuperar su humanidad, su territorio, su vida. La historia de un negro africano que creó un movimiento de insurrección y rebeldía contra la esclavitud y fundó territorios libres, palenques que se convirtieron en el símbolo de los pueblos afrodescendientes en la Nueva Granada. La vida de un sacerdote que cuidó de ellos y que cuestionó constantemente los mandatos de Dios. La memoria de un pueblo, la búsqueda de las raíces y de la historia para comprender el pasado y el presente. Burgos Cantor recupera a través de su novela la historia de un acontecimiento, de una época y un lugar determinado: Cartagena de Indias en el siglo XVII, ciudad, puerto, baluarte, punto de llegada de españoles, jesuitas, misioneros y esclavos. Pero más allá de la simple narración, el autor nos introduce en una serie de relaciones y semejanzas que ponen en entredicho el papel pasivo de la memoria.
Los diálogos de Thomas Bledsoe –historiador contemporáneo que escribe una novela sobre la esclavitud en Cartagena mientras recorre los campos de concentración nazis– con el misionero Alonso de Sandoval o, mejor aún, los de Pedro Claver, evangelizador de los negros africanos, con la figura mítica de Benkos Biohó, símbolo de la resistencia afrodescendiente, nos enseñan desde la literatura que la historia es un oficio dialéctico que tiene como referencias no sólo las fuentes que encontramos en los archivos o bibliotecas, sino también en la música, las comidas, los cantos, los cuentos, los símbolos, las ciudades, los mercados, etc. En síntesis, la cultura popular se convierte de esta manera en un referente para la memoria, la identidad y el quehacer histórico. Su pluralidad y mezcla recupera las voces y los gritos de los pueblos originarios y las clases subalternas, sus raíces históricas, políticas y sociales, esas que son olvidadas en la historia de los grandes acontecimientos, pero que expresan las rupturas y discontinuidades de los mismos.
Y los recuerdos surgen. Y, con ellos, la historia va tejiendo identidades, lugares, dioses, lenguajes y símbolos. Oficio de viajeros en palabras de Duby, de desplazamientos diagonales, lentos, rápidos, superficiales, profundos, o, mejor aún, de relaciones. Las voces polifónicas de La ceiba de la memoria se entrelazan con el destierro. Dominica de Orellana sabe que aquél lugar no es su lugar, que su mundo esta separado por la inmensidad del mar y sus peligros. Magdalena Malemba, su esclava, prefiere darle la espalda al mar, su presencia rememora dolores y confirma la lejanía de su tierra. Ambas, resignadas, olvidan como “recurso contra la frustración y los signos de un porvenir indeseable” (p.131). La memoria y el olvido aparecen como categorías de ese gran tejido de relaciones que es la historia. ¿Qué debemos recordar y qué debemos olvidar?, o, mejor aún, ¿qué podemos recordar y que podemos olvidar? La memoria es política, cultural y cotidiana; de pronto, el recuerdo surge y, con él, las voces que comienzan a narrar pequeñas circunstancias olvidadas, a tejer relaciones con los otros, creando un tapiz en el cual la historia se enfrenta a la riqueza de lo plural, dejando así abierta la página para nuevas interpretaciones, para nuevos sentidos.