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A 200 años, Bolívar tiene que hacer todavía
Ricardo Jiménez A / Sábado 3 de julio de 2010
 

El debate político acerca del rumbo que tomen los actuales procesos de integración regional obliga a nuestros pueblos a volver la mirada sobre su principal figura y fuente de inspiración: Simón Bolívar, quien en batallas militares e ideológicas ganó el grado sempiterno de “Libertador”. Aquel genio que atravesó la inmensidad latinoamericana y caribeña deshaciendo el rumbo de los conquistadores, sembrando buena parte de las semillas libertarias que hoy florecen en nuestras tierras.

Convencidos como estamos de la necesidad de recoger su espada, vivir su drama y dar vida a sus nuevas batallas, presentamos este texto para aportar en ideas, en debates, en reflexiones. Tal vez no tengamos las cómodas certezas de antaño acerca del camino exacto de la revolución socialista y la segunda y definitiva independencia de nuestra Pacha Grande, pero sí sabemos que no podrá ser construida sobre antiguos dogmas y supuestas verdades ajenas al espíritu creador y sabiduría de nuestros pueblos; sabemos que no podrá ser construida sin incorporar nuestra historia milenaria y profunda; sabemos que tendrá mucho de herejías, mucho de amores, mucho de respeto a nuestros pueblos y la naturaleza; sabemos que deberá construirse sobre los pilares de la unidad, la generosidad, la articulación de todas las vanguardias y la inclusión de todos los rostros diversos de nuestro pueblo.

No nos conformaremos con recoger tu espada, Libertador. Forjaremos miles de ellas para que nuevas camadas de revolucionarios completen la tarea de abrirle paso a un nuevo amanecer latinoamericano.

Simón Bolívar

Nacido como uno de los más ricos propietarios de la aristocrática clase “mantuana” (el nombre venía del uso de finas mantillas que lucían las mujeres de esta aristocracia en la ritual misa del domingo), huérfano y viudo a muy tempranas edades, con acceso privilegiado a todo el conocimiento cultural, científico y político de la época, y habiendo atravesado hondas crisis personales existenciales, Bolívar ha sido el más notable y genial de los forjadores de un pensamiento revolucionario propio latinoamericano, aunque también el más enconadamente calumniado por todos los poderes fácticos, extranjeros y locales, y el más incomprendido y todavía desconocido por buena parte de nuestros pueblos. A casi 180 años de su muerte, la inusitada vigencia que ha cobrado en la última década su ideario esencial de lucha, hace imprescindible rastrear sus huellas para redescubrir sus caminos libertarios y recoger su espada para conquistar la segunda y definitiva Independencia Nuestroamericana.

“En estas asomadas dolorosas al hecho americano, cuando advierto torpezas para las realizaciones, cojeadura de la capacidad, yo me traigo de lejos a nuestro Bolívar, para que me apuntale la confianza en nuestra inteligencia” (Gabriela Mistral).


El vidente primero

Admirador incondicional y más tarde acerbo adversario de Francisco Miranda, Simón Bolívar, habrá de tomar “literalmente”, el lugar del precursor, a quien, en el fragor de amargas discrepancias internas respecto a la conducción de la guerra de independencia, destituirá del mando venezolano y encarcelará, para caer, derrumbado el primer intento patriota, en manos españolas y terminar sus días en las ávidas mazmorras de España.

Puesto al centro mismo de las durísimas experiencias de una guerra de independencia que se “aprendía haciéndola”, Bolívar expresará como ningún otro, el parto del pensamiento propio latinoamericano. Así se lo reconocerán explícitamente, desde antecesores como Juan Bautista Tupac Amaru, único sobreviviente del clan inca que dirigió la epopeya de 1780, hasta herederos de la talla de José Martí, Augusto Sandino, Fidel Castro, Che Guevara, Hugo Chávez y prácticamente casi todos los grandes revolucionarios latinoamericanos.

En el centro de ese atrozmente sacrificado parto, simultáneamente reflexivo y de guerra, de teoría y organización, de destrucción, creación y construcción, Bolívar era –parafraseando el afortunado aforismo del historicista español Ortega y Gasset- la perfecta conjunción del hombre y las circunstancias. Privilegiado conocedor de todo el mundo desarrollado de su época y sus ideas, pero empapado de su propia realidad latinoamericana, heredero directo de esa fuerza telúricamente creativa de Tupac Amaru II, Tupac Yupanqui, Juan Vizcardo y Guzmán y Francisco Miranda, atento y hundido en las exigencias colosales de su presente, violentamente convulsionado en medio de un mundo que se agitaba entero por aceleradas transformaciones de todo tipo, supo elaborar respuestas en todos los ámbitos: militar, político, social y cultural.

Sólo un ejemplo, de entre innumerables, de su genio creativo, en este caso en el terreno militar, es el de su “Caballería nadadora”. Carecía, entre largas otras pobrezas, el artesanal ejército libertador de fuerza naval de combate. “Yo soy el hombre de las dificultades y no más: no estoy bien sino en los peligros combinados con los embarazos” (1825). Contaba, sin embargo, con los jinetes llaneros de Páez, acostumbrados desde antiguo a seis meses de inundaciones todos los años. Bolívar creó entonces la “División de Caballería nadadora”, única en el mundo. “Si se opone la naturaleza a nuestros designios, lucharemos contra ella, y la haremos que nos obedezca” (1812). Los combatientes de ésta se arrojaban a ríos tan caudalosos como el Apure y –como señala el testigo Roberto Cunninghame- “con lanzas en los dientes desafiaban caimanes y abordaban buques y flecheras”, capturando naves enemigas. Así ocurrió en 1818 con dos goletas norteamericanas, la Tigre y la Libertad, que por el río Orinoco llevaban armas y alimentos al ejército colonialista español en la región de Angostura, burlando el bloqueo públicamente decretado por los patriotas. Requisadas las naves, por este procedimiento táctico de Bolívar, recibió las amenazas y chantajes del naciente imperio para la devolución de los pertrechos; ellas incluían la burla hacia su inusitada “unidad militar”. Bolívar contestó: “…es lo mismo para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.

Este ejemplo permite también entender el que, en muchos casos, sus respuestas creadoras han tomado décadas para ser comprendidas o tan siquiera conocidas; ya sea por el silencio caído sobre acciones y reflexiones que, por ser “indianas”, no podían ser “importantes”, menos aún “fundantes”, en la hegemónica matriz cultural euro norteamericana. Ya sea por incomprensión a lo avanzado de sus concepciones y lo audaz de su independencia creativa para “historizar”, de acuerdo a la realidad propia, las respuestas. O por el peso de las desvirtuaciones, al ser sacadas de contexto sus acciones e ideas, o al ser simplemente tergiversadas.

Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de su “Decreto de guerra a muerte”, de 1813: “Españoles, esperad la muerte aunque seáis neutrales; americanos esperad el perdón aunque seáis enemigos”, que ha sido presentado como “prueba” de su supuesta “sed de sangre” y “falta de honor”. Sin embargo, era un instrumento reclamado con urgencia por las circunstancias para imponer, y hasta “crear”, el carácter “nacional” a una guerra que, de hecho, era “civil”, en una compleja trama de clases y castas que actuaba militarmente a favor del bando realista español; y fue derogado, precisamente, cuando dichas graves circunstancias adversas desaparecieron. Todo ello en el contexto de una guerra que para él no era sino una odiosa necesidad. “La guerra se alimenta del despotismo, y no se hace por el amor de Dios” (1824). “Aunque la guerra es el compendio de todos los males, la tiranía es el compendio de todas las guerras” (1814). “La guerra necesaria”, en palabras del apostol José Martí.

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