Editorial del Tiempo
Esperanzas de paz
/ Viernes 26 de noviembre de 2010
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Cada año, la entrega de un Premio Nacional de Paz -que va en su edición número 12- trae renovadas esperanzas de un mejor futuro para el país. Se revive la fe en su gente, especialmente en la más golpeada, que no se rinde. En esta ocasión, la distinción -que entregaron el PNUD, Fescol, Caracol Radio, Caracol Televisión, Semana y EL TIEMPO- fue otorgada a dos comunidades distantes y distintas, pero marcadas por la violencia e identificadas en su coraje y sus propósitos altruistas y comunitarios: Fundación Social Macoripaz (Riosucio, Chocó) y Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (Antioquia y sur de Bolívar).
Como telón de fondo, hay muerte, desarraigo y atropellos. Pero hay maravillosas hazañas, como las de un grupo de mujeres que un día llegaron a Riosucio, empujadas por la violencia, sin nada más que su fortaleza y su resolución de que se podía alcanzar una vida digna; de que es posible pasar de despertar lástima a admiración. Lo que comenzó en el 2000 con una humilde venta de arroz con leche y caldo de gallina hoy es una cooperativa de 400 mujeres benefactoras. El dinero recogido es para sus comunidades. Para becas de estudio de niños y jóvenes del pueblo, para estímulos estudiantiles, para entregar un regalo de Navidad a los más pobres. Y sueñan -porque no lograron matarles los sueños- con ahorrar para que varios jóvenes vayan a la ciudad a prepararse en las universidades y que vuelvan a Riosucio y ayuden en su transformación social.
¿Cómo no quitarse el sombrero ante 25.000 campesinos del río Cimitarra, que desde los 90 trabajan unidos en autogestión y defensa del territorio ante los grupos armados? Es ejemplar su trabajo por el desarrollo de una Zona del Magdalena Medio, sobreponiéndose a la muerte de sus líderes, con la cría de búfalos y otros productos, hasta alcanzar bienestar, viviendas y aun un acueducto propio. Desde luego, hay que destacar el reconocimiento a los prelados Nel Beltrán, obispo de Sincelejo; monseñor Luis A. Castro, arzobispo de Tunja, y monseñor Leonardo Gómez Serna, obispo de Magangué. No solo han hecho labor pastoral, sino social y de reconciliación y de desarrollo en zonas apartadas. Son ejemplo de que no se ha perdido la esperanza. Estas experiencias, si no conducen a la paz definitiva, sí sientan bases de reconciliación entre los colombianos.