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Monsanto huele a azufre
Después de fabricar el agente naranja, Monsanto llega a Colombia con glifosato y las semillas “terminator”, tecnología para dominar el mundo
Edgardo Orozco / Miércoles 27 de junio de 2007
 

A Monsanto no la quiere nadie, y es que en cada uno de sus negocios se confunden los deseos de adquirir una gran rentabilidad con el de terminar con algunos procesos claves para la vida y en otras ocasiones, hasta con la vida misma.

Fabricó el agente naranja para que el gobierno norteamericano perpetrara uno de los genocidios más horrendos de la historia. Produce y comercializa el glifosato con que Uribe fumiga nuestros parques nacionales y, por último, manipula la información genética contenida en semillas de algodón, soya y maíz, comercializando los nefastos cultivos transgénicos.

El primer alimento transgénico apareció en China. Era una planta de tabaco resistente a ciertos virus y se empezó a cultivar en 1992. Dos años más tarde, se produce en Estados Unidos el tomate “flav savr” caracterizado por su alta capacidad de conservación.

Monsanto ha logrado penetrar en el mercado criollo comercializando dos de sus semillas, una llamada Yieldad, formada por una combinación genética que mezcla los genes del maíz tradicional con los de una bacteria, el bacillus thuringiensis. De esta forma, la planta adquiere la propiedad de producir una proteína que resulta mortal para el gusano barrenador, principal enemigo de los cultivos de maíz en el mundo. La otra semilla se encuentra “arreglada” genéticamente para ser resistente al glifosato, herbicida que fabrica y distribuye Monsanto en Colombia con el nombre comercial de Roundup.

Monsanto pone las condiciones

De acuerdo a la resolución 0465 de febrero 26 de 2007 del ICA, que autorizó las siembras controladas con esta tecnología en el Caribe húmedo y valle del río Magdalena, establece que “queda prohibido conservar, guardar, intercambiar o vender cualquier semilla con el fin de utilizarla para siembra”. Rafael Aramendis, director de asuntos públicos de Monsanto en Colombia, aseguró que “la semilla de maíz Yieldad tendrá el mismo costo que la semilla convencional, y que Monsanto sólo cobrará un pago adicional por la tecnología incluida en la semilla”. Valor que no ha querido mencionar públicamente.

Aparte de las objeciones políticas y éticas, ¿qué pasará con los pájaros, insectos, hongos y bacterias que la consuman? ¿Tendrán las mismas propiedades nutricionales que las semillas normales? ¿Serán aptas para el consumo humano?

El departamento de ingeniería genética de la Universidad de Caen, Francia, ha elaborado un nuevo estudio, en el que se demuestra que las ratas de laboratorio alimentadas con maíz modificado genéticamente, producido por Monsanto, tiene un alto grado de toxicidad a nivel renal y hepático. Otros estudios recientes son enfáticos en afirmar su capacidad oncogénica. Recomiendan además, que por los efectos nocivos demostrados, el maíz de Monsanto no debería llegar nunca a la cadena alimentaria.

Puede que el más escalofriante de los genocidios perpetrados en la historia de la humanidad, quede como algo anecdótico comparado con lo que se está engendrando a escala mundial como consecuencia de la explotación de la biotecnología. Conocer los genes es desde luego un gran adelanto para la ciencia. No es posible negar por ejemplo, el buen uso que puede hacer la medicina para predecir y prevenir enfermedades. El peligro empieza cuando el conocimiento biotecnológico queda en manos y bajo el dominio de las industrias sin tener en cuenta las repercusiones que ello pueda tener en la salud ni en el medio ambiente.

El tomate de su ensalada puede tener algo de pez. En las granjas norteamericanas ya existen avícolas de gallos que en su “mejoría genética” han perdido el hábito del cortejo y cuando ven una gallina, la atacan y la matan. Pollos con patas rotas por el excesivo peso, es otra de las consecuencias de la “mejoría genética”.

Ciencia al servicio de los opresores

No es difícil creer que las empresas o gobiernos usen la tecnología para imponer su voluntad. Las “semillas traidoras” es una muestra de esto. Esta técnica hace concebible que se produzcan plantas que morirán a menos que reciban dosis de algún antídoto que podría ir convenientemente mezclado con algún agroquímico producido por la misma compañía.

Las semillas de Monsanto son resistentes al glifosato, están programadas genéticamente para destruirse después de cada cosecha. Son las semillas”terminator” castradas genéticamente para esclavizar a los campesinos quienes estarán obligados a comprarle a Monsanto cada vez que quieran cultivar. Aquellos que siembren con semillas tradicionales, sus cultivos no resistirán la aspersión con Roundup, el “perfume de la muerte”.

Los indígenas, mucho más en contacto con la naturaleza, no quieren saber absolutamente nada de las semillas transgénicas. Comprarle a Monsanto sería deshacerse de una de sus tradiciones más importantes como lo es el derecho a conservar o intercambiar las semillas, costumbres que vienen arrastrando desde hace más de diez mil años.

Según la ONU, más de 1.400 millones de personas, esencialmente campesinos pobres, utilizan semillas de la cosecha precedente o intercambian las semillas con sus vecinos más cercanos. En Colombia por ejemplo, tenemos unas 25 variedades de maíces, biodiversidad que Uribe también le quiere entregar al imperio.