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Debate
Iván Cepeda Castro: "Fueron necesarios cien años"
Iván Cepeda Castro / Miércoles 2 de febrero de 2011
 

Las luchas por los derechos democráticos en Colombia se han realizado en medio de la exclusión en todas sus variantes posibles. Así lo testimonia una pertinaz lista de ejemplos que caracterizan la historia contemporánea del país: el intento por restablecer la pena de muerte en 1925, la encarcelación de dirigentes del Partido Socialista Revolucionario en 1927, la masacre de los obreros bananeros el 6 de diciembre de 1928. En los años treinta, la llamada “Revolución en marcha”, como se llamó a las reformas parciales intentadas durante el primer gobierno de López Pumarejo chocó con los intereses de los gremios económicos representados en los dos partidos tradicionales, lo que condujo a la retoma del poder por los conservadores y a derogar aspectos sustanciales de las reformas que intentó aquel gobierno. La violencia que se derivó de estos parciales intentos por crear un fundamento normativo del Estado social de derecho trajo consigo 200.000 muertos, el despojo masivo de tierras y cerca de dos millones de desplazados, en el comienzo de un período de violencia que aún no concluye. A mediados del siglo pasado se expidieron normas (como el Acto Legislativo 06 de 1954 o el decreto 0434 de 1956) que creaban delitos de “índole comunista” que condujeron a ilegalizar partidos de izquierda y a la censura de opinión. El corolario de toda esta persecución infame fue primero el genocidio contra el movimiento gaitanista y luego el genocidio contra la Unión Patriótica. Todos estos hechos dan cuenta de la actitud de los sectores más fanáticos y extremistas del poder por extirpar cualquier intento de lucha por los derechos fundamentales. No han vacilado en ejercer la violencia, la represión, la discriminación abierta y el genocidio cuando han sentido amenazados sus intereses y su hegemonía.

Pero como si esto fuera poco, cuando las estrategias de aniquilación no han surtido el efecto buscado, y cuando los métodos criminales no han sido suficientemente eficaces, se ha apelado a seducir o sobornar a líderes y sectores de la izquierda, convirtiendo a algunas de sus prominentes figuras en defensores del statu quo.

En medio de la adversidad que la ha llevado casi al punto de desaparecer, la izquierda ha resurgido una y otra vez, tras el fuego, como el Ave Fénix de las cenizas. Pareciera que no somos conscientes de ello. Con frecuencia se olvida que la existencia en nuestro país de la oposición política ha tenido un costo inmenso en vidas humanas y que varias generaciones han sido literalmente desaparecidas en el intento de construir un modelo social diferente.

Estos ciclos de violencia y persecución no han pasado sin dejar una dolorosa huella. Se refleja en las deformaciones de la personalidad política de la izquierda desde sus orígenes. Se prefiere el individualismo o la secta al proyecto colectivo. La desconfianza innata y el prejuicio se anticipan como forma privilegiada del debate. Durante un largo período se creyó a ciegas que el uso de la violencia, o cualquier clase de métodos, era justificable ante el uso brutal de la fuerza por las instituciones oficiales y sus grupos paramilitares. En fin, la ausencia manifiesta o la precariedad de verdaderos hábitos democráticos ha sido una de las principales trabas para el ejercicio de la acción transformadora.

Fueron necesarios casi cien años para que los movimientos democráticos se encontraran en una coalición compuesta por múltiples movimientos sociales y por partidos de diversas características ideológicas. Resultado de ello es el joven partido Polo Democrático Alternativo.

Para el Polo los últimos dos años han sido especialmente difíciles. El partido ha estado sometido a duras pruebas. Tres de ellas presentan una enorme dificultad. La gestión de la Alcaldía de Bogotá ha estado en el ojo del huracán debido, de una parte, al cuestionamiento por el procedimiento a través del cual han sido otorgados numerosos contratos de obras públicas y, de otra, por los costosos retrasos que ha tenido la administración en la ejecución de las obras que ha emprendido. Además de esto, están las diferencias internas que existen dentro del partido y que no le han permitido avanzar en la consolidación de posiciones que permitan mediar entre la autonomía de tendencias y los intereses generales del partido. Estas diferencias que se han ventilado sin tener reglas claras en el debate público e interno, han sido instrumentalizadas para tratar de menoscabar el significativo respaldo que ha alcanzado el Polo en sus muy cortos años de vida; tiempo dentro del cual ha derrotado consecutivamente en dos períodos a los partidos tradicionales en varias administraciones u órganos de decisión locales. Otra dura prueba ha sido la persecución de que ha sido víctima el partido a través del espionaje, campañas sistemáticas de desprestigio de toda índole y el asesinato político. Tan solo en 2010 fueron asesinados 13 líderes del Polo.

Muchos han tratado de que no existamos, pero hemos sobrevivido. A pesar de todos los embates y de los sectarismos propios, la izquierda democrática ha sido generosa con sus detractores y victimarios. Ha hecho ingentes esfuerzos por dialogar con todos los sectores, ha buscado la salida definitiva del conflicto armado interno, ha participado obstinadamente en los procesos electorales, participó en 1991 hombro a hombro con múltiples corrientes políticas en la creación de la Constitución y su carta de derechos, etcétera. Pero, al mismo tiempo, pareciese que a la izquierda le falta generosidad consigo misma para tratar sus propias dificultades. Se debe ser generosos con el otro, pero también consigo mismo, pues, inmersos en discusiones internas y toda suerte de antagonismos, la izquierda no puede asumir una actitud autodestructiva.

Pedimos ser generosos con nosotros mismos y sensatos, pero que al mismo tiempo no seamos ciegos y afrontemos con responsabilidad política nuestras deficiencias. Ha llegado el tiempo de hacer una profunda reflexión sobre quiénes somos y hacia dónde vamos. El partido puede, por su esencia y talante democráticos, cambiar el país, participar en la movilización social civil y suprapartidista que ya señala un camino hacia la lucha por los derechos fundamentales de todos y puede, atraer a los sectores desencantados de la política. Con este objetivo el Polo debe trazar directrices precisas en este período sobre su agenda política:
Necesita ejercer la oposición a este gobierno y, al mismo tiempo, desarrollar una férrea lucha contra los sectores que integran el bloque criminal ligado a la parapolítica y al poder terrateniente; exigir que sus actuaciones no queden en la impunidad y que se desmantelen definitivamente las estructuras paramilitares.

Acompañar las movilizaciones sociales de las víctimas de crímenes contra la humanidad en su reivindicación de Verdad, Justicia y Reparación, así como en los procesos de restitución de tierras.

Acompañar a los sectores campesinos, indígenas, afrodescendientes y a los trabajadores de las grandes empresas que explotan recursos naturales estratégicos, en su resistencia a los megaproyectos y a la minería industrial.

Acompañar a las personas y comunidades víctimas de los desastres naturales y velar por salidas reales y transparentes a su actual situación de desamparo.

Tener la iniciativa en la búsqueda de la Paz y en la creación de un escenario de diálogo directo entre las partes del conflicto armado.

Para poder hacer esto es necesario aprender de nuestros errores. Contrarrestar todo vicio ligado a prácticas corruptas o clientelistas, así como profundizar las prácticas democráticas y derrotar toda forma de caudillismo. Evitar los debates abstractos sobre la definición teórica del régimen y prestar toda la atención posible al desarrollo de estrategias concretas que nos pongan en la iniciativa del debate público. No olvidar que el Polo Democrático Alternativo está llamado a defender los derechos de todos los colombianos y colombianas. Se lo debemos no sólo a las generaciones venideras, sino, además, a cerca de diez mil líderes que en las últimas décadas han sido asesinados o desaparecidos en la lucha por la conquista de los derechos fundamentales, por una sociedad democrática y por una nación en la que tengan un lugar digno todos sus habitantes.