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Palabras de Monseñor Camilo Castrellón, Obispo de Barrancabermeja, en la instalación del encuentro nacional por la tierra y la paz de Colombia
Camilo Castrellón / Martes 16 de agosto de 2011
 

En primer lugar, un saludo a la Mesa de Presidencia y a todos los aquí reunidos, que desde diversas regiones del país y con orientaciones ideológicas diversas, se han puesto en camino para consolidar el número de las obreras y los obreros de la paz.

En segundo lugar, una felicitación a quienes han soñado, pensado y organizado este magno evento, con un tema profundo en contenido y consecuencias, profético en horizontes y urgente, como el aire y el agua que necesitamos: el diálogo y éste formulado con el imperativo de la acción y el compromiso, en una frase bella y conmovedora a la vez, por el recuerdo de quienes, por falta de él, partieron violentamente: “el diálogo es la ruta”.

En tercer lugar, estoy aquí no sólo como Obispo de esta hermosa Región del Magdalena Medio, con una Iglesia Diocesana comprometida con la justicia y la paz, sino también para rendir homenaje a mis mayores. A mi Tatarabuelo, en Honda, Tolima, lo llamaban el Negro Castrellón y mi padre, era todo un caballero de piel oscura, ideas libertarias y generosidad sin límites. Agradezco a Dios que por mis venas corre sangre africana, sangre negra de dignidad, con ansias de libertad y fraternidad, sangre noble de quienes orgullosamente somos afrodescendientes, aunque la piel no lo diga, sino lo ratifica nuestra historia común.

Finalmente, quiero hacer unas rápidas reflexiones, desde la Doctrina Social de la Iglesia, que más que una intervención, es la afirmación pública de la Diócesis, de seguir trabajando por la paz.

Son muchas las definiciones y descripciones del diálogo. Simplemente, me limito a decir que el “diálogo es un medio con el que las personas se manifiestan mutuamente y se descubren las esperanzas de bien y las esperanzas de paz que con demasiada frecuencia están ocultas en sus corazones” .

La apertura de un diálogo objetivo y leal, lleva consigo la decisión a favor de una paz libre y honrosa, excluye fingimientos, rivalidades, engaños, traiciones . Pablo VI hacía notar que: “Antes de hablar es necesario no solamente escuchar la voz del hombre, sino también su corazón” .

No creemos que se pueda llegar a una paz estable como fruto de un final con vencedores y vencidos. La paz impuesta por las armas ha de ser desechada con firme decisión, porque quien ha sido vencido y humillado, es, en cierta medida, un daño real inmediato también para el vencedor . La historia está llena de ejemplos de cómo en la firma de la paz de los vencidos, ya está inscrita la continuación de un conflicto más feroz. Sin el diálogo la paz nunca será posible.

El Papa Pablo VI presentaba unas características fundamentales del diálogo, de gran valor para promover encuentros de búsqueda de la paz:
o La claridad: el diálogo supone y exige la inteligibilidad.
o La afabilidad: al estilo de Cristo amable: el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo.
o La confianza: tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor.
o La prudencia pedagógica: busca adaptarse razonablemente (no es pusilanimidad, ni renuncia a la verdad y a las propias convicciones); es inteligencia para saber decir lo que hay que decir, en el momento oportuno y de manera adecuada y la agilidad para modificar las formas de la propia presentación para no arruinar los procesos de diálogo .

Juan Pablo II recordaba que el diálogo excluye la violencia, porque “la violencia destruye lo que pretende crear, tanto cuando pretende mantener los privilegios de algunos como cuando intenta imponer las transformaciones necesarias”

Un problema que suele presentarse, cuando se inician o avanzan diálogos de paz, es el olvidar el dolor de las víctimas y pensar que todo ya está sanado.

Un pueblo humillado, que ha visto y sentido la violación de los derechos humanos, que ha experimentado la tortura y vivido la muerte y el terror, guarda una profunda herida que dificulta cualquier acercamiento con los victimarios y que es necesario sanar.

Aquí tocamos un tema muy delicado, sensible y no siempre bien entendido, es el tema del perdón. Predicar el evangelio del perdón parece absurdo a la política humana porque en la economía natural a veces la justicia no lo consiente y se busca, únicamente, una justicia punitiva, cargada muchas veces, de odio y de venganza.

Hay dos formas de enfrentar las ofensas (violaciones, atrocidades y un gran sinnúmero de barbaries): la primera es la forma conservativa, propia de los niños y de adultos, pues todos tendemos a conservar las cosas, así como están.

La segunda forma es la transformativa con la cual aceptamos cambiar las cosas dada la situación en que nos encontramos. Esto es muy difícil y acontece cuando las formas de conservación ya no ayudan a la superación de una crisis o de una prueba ”.

En la primera forma, la conservativa, la víctima o los familiares de ella, quedan atrapados en el hecho doloroso y dependiendo del victimario. No pueden liberarse de él y él continúa orientando sus vidas, de manera invisible, pero real. De alguna manera, el victimario logra introyectarse en la víctima y continuar sus deseos de destrucción en ella.

En la segunda forma, la transformativa, quienes han padecido las formas de violencia y humillación de los victimarios, se liberan de ellos y libremente deciden cambiar las relaciones están en capacidad de perdonar.

El perdón no se refiere en realidad al hecho que ha provocado el trauma, sino a la relación que la víctima guarda con los efectos todavía presentes del mismo. Que la víctima sea capaz de perdonar es un signo de que conseguido liberarse del poder que tiene el hecho traumatizante para dominar y dirigir la vida de quien lo sufre.

Perdonar significa que el control de la situación, antes dominada por el acontecimiento traumatizante, corresponde ahora a la víctima (ha logrado liberarse de las garras invisibles del victimario). La víctima elige mirar hacia el futuro, negándose a seguir la ruta impuesta por los victimarios. Ella de ser víctima y se convierte en superviviente. Sobrevivir significa que sigue habiendo vida después de aquella experiencia. La decisión de perdonar es un acto ritual que proclama que el superviviente ya es libre de tener un futuro distinto .

El perdón no elimina ni disminuye la exigencia de reparación, que es propia de la justicia, sino que trata de reintegrar tanto a las personas, como a los grupos, en la sociedad.

El tema del perdón, como lo presenta la Doctrina Social de la Iglesia, sólo puede ser comprendido desde una visión cristiana, donde el punto de intersección del perdón de Dios y del perdón humano; es la decisión de perdonar, posible gracias a que el poder Dios restaura a la humanidad.

Las víctimas, al dejarse abrazar por el perdón de Dios, se hacen libres para perdonar y nace una nueva criatura que se halla en situación de imaginar un futuro diferente. La víctima, podrá con toda sinceridad decir:”perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido”.

Es necesario, sin renunciar a la verdad, a la justicia y a la reparación, adentrarse, también, por los caminos de la reconciliación y tener la grandeza de vislumbrar caminos nuevos para la sociedad.

Deepak Chopra, uno de los médicos con mayor fama mundial por el éxito de sus terapias, ha llevado a occidente los principios de la medicina oriental: la salud es el resultado del equilibrio entre el cuerpo, la mente y el espíritu y afirma que el cuerpo en estado de paz no es lo mismo que el cuerpo en estado de guerra.

“Cuando obramos desde nuestro cuerpo en estado de guerra, el mundo no es el mismo que cuando obramos en un cuerpo en estado de paz. En el primer caso (cuerpo en estado de guerra) encontramos por todas partes peligros y amenazas. Las hormonas del estrés son catabólicas, es decir, interrumpen el metabolismo y destruyen los tejidos en lugar de construirlos. Brotes de miedo, acompañados por un aumento de adrenalina, producen un efecto degenerativo” .

Por el contrario, el cuerpo en estado de paz es mucho más fuerte, resistente y creativo que el cuerpo en estado de guerra. Cuando usted puede liberarse del estrés, del odio, del deseo de venganza, su cuerpo comenzará a estar en paz. En estado de paz, hay una benevolencia y se comienzan a anidar sensaciones de bondad y de amor y se abren los horizontes de un clima de comunidad reconciliadora, “donde se puede avanzar en la búsqueda de la solución al gran problema de los conflictos humanos. Es un clima donde se tiene la disponibilidad a considerar desde diversos ángulos las soluciones habituales, donde se está dispuesto a arriesgar nuevas formas de solución, donde se tiene la disponibilidad a una apertura diversa a la habitual” .

En este clima favorable, debe haber los espacios suficientes, serios y respetuosos, para colocar la debida atención al dolor de las víctimas y sus familias, favorecer la elaboración del duelo, que evita la represión hacia niveles profundos del ser humano (subconsciente) o el aislamiento y la huída, todas formas letales para el ser humano.

Por el contrario, el clima favorable ha de permitir a las víctimas y a sus seres queridos la posibilidad de restablecer nuevas alianzas y sanas relaciones humanas que orienten hacia la reconciliación, anuncio, este, del final de una tragedia, donde las víctimas, sin negar su pasado, son capaces de mirar sin odio y son creativas en la orientación de sus vidas y de la sociedad.

Es necesario, es fundamental, serenarnos, colocar nuestro cuerpo en paz para poder encontrar caminos nuevos. Es necesario soñar rutas distintas a las de la guerra y aquí está la intuición maravillosa de este encuentro: “el diálogo, como ruta de la paz”.

Barrancabermeja, agosto 12 de 2011