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Diálogo inconcluso con mi hermano
’Cano’, en palabras de Roberto Sáenz
El Espectador / Jueves 10 de noviembre de 2011
 

Me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Bueno hermano, nos vimos... Siga su camino que ya sabe que yo no tengo reversa”. Nos dimos un abrazo fraterno, largo y sentido. Fue la última vez que estuvimos juntos físicamente. Justo el día en que se interrumpieron las conversaciones entre Gobierno y guerrillas en Caracas, a mediados de 1991.

Habían sido diálogos muy fuertes y complejos. Durante semanas, a puerta cerrada, las partes pusieron sobre la mesa los temas claves de sus propuestas con miras a entablar un posible proceso de paz. Tanto Gobierno como insurgencia se detuvieron en el punto en el que consideraban que no se podía ceder. Ante la imposibilidad de continuar sin que lo dicho hasta ese momento fuese evaluado detalladamente por las partes, se acordó cerrar ese capítulo y continuar las conversaciones más adelante.

En el trascurso de las semanas que compartimos enCaracas tuvimos tiempo para conversar de muchas cosas. De la familia, de los niños, de los viejos, de fútbol, de salsa y de los sitios que frecuentábamos para rumbear. Y, claro, de política. En medio de tanta tensión sacó tiempo para ser como era antes de la vida guerrillera. Estaba, como siempre lo recordaré, cálido para hablar, alegre para compartir remembranzas de infancia y juventud, ameno para conversar de cualquier tema. Tomamos buen ron venezolano, oímos y cantamos en voz baja boleros hasta el amanecer en varias ocasiones.

Pero cuando hablamos de política no nos pusimos de acuerdo. Sin perder la calma ni el respeto del uno por el otro, nos distanciamos. Allí sus convicciones profundas no dejaban campo para sopesar opción distinta a la que había elegido. No consideraba posible hacer un acercamiento con el establecimiento si no era a partir de una disolución casi total de lasestructuras democráticas. No creía en ellas en las condiciones en que estaban. Y una reforma más o menos profunda como la que, según él, se necesitaba, no la dejarían hacer los dueños del poder. “Si no es para lograr transformaciones de fondo, no vale la pena pensar en conversaciones”.

Y siguiendo esa misma reflexión, decía: “Entonces nosotros también tenemos que ser serios. Si no es para llegar a acuerdos y respetarlos, no vale la pena perder tiempo entreguas y diálogos que no conducen a nada. Si nos sentamos es para llegar a un arreglo de fondo. De lo contrario, no sirve este manoseo”. Y remató con una frase que todavía me resuena en la cabeza: “Nosotros tenemos que dar ejemplo de respeto por la palabra. Si no vamos a cumplir, le toca a otro poner la cara y jugarse su respetabilidad. Yo no me presto para eso”, sentenció, muy al estilo de mi papá. Así lo entendía él. No sé si toda la guerrillapensaba lo mismo.

Tal vez por eso no quiso participar con mayor protagonismo en los diálogos del Caguán.Me cuentan que ni siquiera salía de su casa y sólo recibió a pocas personas. A los más cercanos y de confianza les repitió ese mensaje. Redactó y leyó la declaración final cuando el propio Marulanda le dio la orden. Fue consecuente con su pensamiento hasta el final.

Yo le expuse mi opinión con sinceridad. Le reiteré mi convicción de que esta guerra, como casi todas, se había convertido en un holocausto inútil, para utilizar las palabras de Fidelen su momento. Le insistí en mi convicción, hoy más profunda que nunca, de que sólo laacción democrática abierta y participativa, para ganar el favor de los ciudadanos, es la ruta correcta.

“No creo en la violencia”, le reiteré. “No creo en la guerra. Míreme. Yo soy concejal de la UP y, a pesar de todas las limitaciones, aquí sigo, peleando por avanzar paso a paso en la profundización de reformas democráticas”.

Pero me contraargumentó con mirada adusta: “¿Y ha visto a cuántos de la UP han matado?”. Callé por un rato. Luego sólo atiné a decirle: “Tendremos que encontrar las fuerzas para que la sociedad nos rodee y nos acompañe a sacar adelante un país mas ecuánime”.

A los pocos meses, las conversaciones continuaron en Tlaxcala. Con el secuestro y muerte del doctor Argelino Durán Quintero sobrevino la ruptura de ese intento de paz. Guillermo, fiel a su palabra, no se volvió a comprometer en negociación alguna. Se afincó más en su postura de no dialogar si no era para “una cosa seria” y dejó, en mi sentir, pasar la oportunidad de contribuir en la construcción de una sociedad mas justa.

Atascado en un discurso cada vez menos comprensible para las amplias masas populares a las que quiso defender y reivindicar, Guillermo murió honrando sus principios, con los ojos muy abiertos, como queriendo mirar más allá de lo que sus ojos físicos le permitían.

No pude terminar ese diálogo con mi hermano. Yo también, terco, me reafirmo en que sólo la acción ciudadana, pacífica, NO violenta, podrá traer los cambios que todos soñamos. No creo que todo esté perdido. Yo también “vengo a ofrecer mi corazón”.