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La esquizofrenia de los guerreristas: Álvaro Uribe ha reconocido que "es utópico pensar que hay la posibilidad de una victoria militar total” sobre las guerrillas
César Jerez / Viernes 18 de noviembre de 2011
 

Fundador y redactor de la Agencia Prensa Rural. Geólogo de la Academia Estatal Azerbaijana de Petróleos (exURSS). En Bakú obtuvo una maestría en geología industrial de petróleo y gas. Es profesor y traductor de idioma ruso. Realizó estudios de gestión y planificacion del desarrollo urbano y regional en la Escuela Superior de Administración Pública -ESAP de Bogotá. Desde 1998 es miembro de la ACVC. Actualmente coordina el equipo nacional dinamizador de Anzorc. Investiga y escribe para diversos medios de comunicación alternativa.

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El expresidente colombiano Álvaro Uribe aceptó que es utópico pensar en la posibilidad de una victoria militar total de las fuerzas de seguridad colombianas sobre los las FARC y el ELN.

“Los diálogos con los terroristas son inútiles y es utópico pensar que hay la posibilidad de una victoria militar total”, afirmó Uribe (presidente 2002-2010) en una entrevista con la edición de noviembre de la revista Bocas, que circuló ayer con el diario El Tiempo.

Uribe, que gobernó Colombia con una fuerte política de represión y seguridad, contando con la ayuda financiera, técnica y política de los EU, dijo que el camino en el que él ha creído siempre es el de la desarticulación de las guerrillas. Uribe divulgó la estrategia de guerra actual heredada por el presidente Santos: “tiene tres elementos: el combate denodado a los cabecillas, la generosidad con los desertores y la política social para evitar nuevos reclutamientos".

“Para mí ese camino es el fundamental”, continuó Uribe, quien durante sus dos períodos en el poder prometió y le apostó a la derrota militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y, también, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), las dos guerrillas activas del país, sin lograrlo.

Uribe expresó que le parece “grave” que en algunos sectores “muy cercanos” al Gobierno del presidente Juan Manuel Santos y en la prensa se hable “a toda hora de un nuevo diálogo con las FARC”. “Me dicen que el presidente Santos no, por fortuna. Es desorientador para una política eficaz de seguridad que algunos sectores cercanos al Gobierno estén dando la sensación de que se va para un diálogo con las FARC, el Gobierno debería poner mucho cuidado y el Parlamento también”, dijo Uribe.

Tanto Uribe en su momento , como Santos actualmente le imprimen un fuerte elemento de propaganda permanente de guerra a la sociedad colombiana, un aspecto ideológico que finalmente es capitalizado electoralmente: En primer lugar, todos los problemas del país son resumidos en la existencia de las guerrillas, ocultando las causas estructurales del conflicto, se construye así un único enemigo interno que es necesario derrotar; se fabrica un ambiente favorable a la guerra desde los medios de comunicación, se idiotiza la la opinión pública y finalmente se llega al poder político mediante la promesa redentora del fin de la guerra con más guerra. Este es el circulo vicioso en el que nos tienen durante las últimas seis décadas en Colombia.

La esquizofrenia guerrerista, pues los que promueven la guerra finalmente reconocen la imposibilidad de la victoria militar, es sin embargo sostenible, pues claramente beneficia a la élite que ostenta el poder en Colombia. La inyección de dineros para la guerra es multimillonaria en un país atravesado por la corrupción pública, los dineros del narcotráfico y las prácticas mafiosas en el ejercicio del poder. De otro lado, el complejo industrial militar de los Estados Unidos tiene en la guerra colombiana un mercado confiable, garantizado y finalmente, las grandes empresas multinacionales tienen un marco jurídico (TLC) y de seguridad (500.000 hombres en armas) que les garantiza el flujo de materias primas y minero- energéticas hacia el norte contando con una mano de obra barata y con derechos laborales restringidos. La guerra, de tal forma, se convierte en un negocio ideal. Se entiende, entonces, la resistencia empecinada de los beneficiarios de la guerra ante cualquier iniciativa de paz.