Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra
:: Magdalena Medio, Colombia ::
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De Valle a Valle: del Lozoya al del río Cimitarra
Ana Martínez / Lunes 15 de octubre de 2007
 

Por fin llegamos a Barrancabermeja (Colombia), la entrada al Valle del río Cimitarra, 40º a la sombra (atrás quedaron las fresquitas noches de veranos en el Valle del Lozoya). Aquí ahora es invierno, menos mal, si no, no se cómo hubiéremos aguantado. Zona roja, no sólo por el calor o por tintes ideológicos. Zona roja de máxima actividad de conflicto armado en Colombia. Guerrilla, paramilitares, ejército y otras fuerzas legales e ilegales se disputan el rango de las barbaridades más atroces.

Aquí todo el mundo tiene una historia triste que contar. Hay personas que han sido víctimas de paramilitares, del ejército o de la guerrilla. Te quedas helada cuando te cuentan con una naturalidad pasmosa, cómo una noche tuvieron que coger a los niños y tirar para el monte porque llegaban los paramilitares a masacrar el pueblo.

Es difícil entender éste conflicto que no es de hoy. A finales de los años cuarenta comenzaron las tensiones, muertes, amenazas y desplazamientos forzados por la lucha por el poder, la conquista del territorio y la explotación de los recursos naturales.

En todo este desaguisado, la gente campesina es la más golpeada. Después de los primeros desplazamientos, no les quedó otra que colonizar la selva, ese lugar donde vivir no es nada fácil y poco provechoso para muchos. Allí consiguieron establecerse y generar fuentes de trabajo autónomo como la ganadería, la agricultura, la extracción de madera y la minería de metales preciosos, concretamente oro que se continúa extrayendo, como nos mostraban las películas del oeste. La familia que encuentra una beta de oro, la extrae y con eso le da para sobrevivir un tiempo.

Los problemas empiezan cuando las distintas organizaciones armadas de este conflicto eligen también la selva para perseguirse unos a otros. La guerrilla se esconde en la selva, donde está acostumbrada a moverse como hábil culebrilla, el ejército se instala en los pueblos de los campesinos que viven en la selva para perseguir a la guerrilla, y los paramilitares intentan sacar tajada de todo lo que se mueva por allí cobrando impuestos y haciendo y deshaciendo a su antojo. Si la guerrilla llega al pueblo a comprar alimentos y los campesinos se los venden, se convierten en sospechosos de ser auxiliadores de la guerrilla, pero si es el ejército el que llega a comprarles una marrana, entonces pueden ser considerados confidentes de éste. Pero ¿cómo no vas a vender un marrano a una persona que te lo solicita con una ametralladora cargada y unas cuantas granadas de mano colgadas en el cinturón? Si fuera yo se la regalaba para que se fuera de allí lo antes posible. Los paramilitares no compran directamente, te requisan lo que necesitan.

Es impactante comprobar cómo son las propias comunidades campesinas las que piden a las distintas organizaciones armadas que por favor no se instalen en el pueblo, porque al hacerlo, los campesinos se convierten también en objetivo militar de unos y otros. Ya se ha derramado demasiada sangre por ese motivo.

Por si fuera poco, en la selva hay últimamente nuevos intereses económicos. Se demandan latifundios para el cultivo de palma aceitera para elaboración de biocombustible. Solución ecológica para el problema de la escasez de petróleo. Parece que el nuevo negocio de las energías alternativas no empieza con buen pie. Además, multinacionales europeas de extracción de oro llegan ofreciendo prosperidad y desarrollo a cambio de derechos de explotación de minas actualmente autónomas y autogestionadas.

Sin embargo, son miles de personas las que habitan ésta zona y no está siendo tan fácil desalojarlas. Es más fácil abandonarlas a su suerte para que ellas mismas terminen largándose a otro lugar, como hicieron también sus padres a mediados del siglo pasado. No hay servicios, no hay transportes, no hay asistencia sanitaria. A mi me recuerda un poco algunas historias que nos cuentan los abuelos sobre cómo era la situación en la Sierra Norte antes y durante la guerra: "tenías que tener un cuidaooo... porque si saludabas con el puño cerrado y eran de los otros, te metían un tiro y al revés". O cuando tenían que recorrer jornadas enteras caminando para llevar el centeno a moler o para vender el ganado.

En el Valle del río Cimitarra el único medio de transporte para ir de un pueblo a otro son las piernas de cada uno o las mulas en el mejor de los casos. Los caminos son intransitables en época de lluvia y los carros no pueden atravesar los inmensos charcos de barro, surcos y socavones. Tienen mejor suerte las veredas que se encuentran en la orilla del río que por medio de frágiles embarcaciones, las "chalupas", te comunican con la ciudad en sólo tres horas, con el único inconveniente de los retenes militares y paramilitares que requisan o cobran un impuesto por la mercancía que transportas.

Lo sorprendente es que a pesar de esta situación absolutamente absurda y desoladora, la gente sigue sobreviviendo a base de trabajo, mucho ánimo y organización. Muchas son las asociaciones que luchan por los derechos humanos y que ponen en marcha proyectos alternativos que ayudan a los campesinos a resistir esta situación de abandono, de agresión y persecución, con el fin de evitar un nuevo desplazamiento.

En la Zona de Reserva Campesina del Valle del río Cimitarra, cientos de miles de campesinos y campesinas, distribuidos en veredas de ciento y pico de habitantes (algo así como la Sierra Norte pero a lo bestia), se resisten a abandonar nuevamente la tierra donde residen, rica en recursos naturales y que han sabido conservar gracias a una explotación respetuosa y sostenible. Sustituir plantaciones de coca por cacao y arroz o por la cría de búfalos son algunos de los proyectos que mueve la Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra (ACVC), proyectos que no tienen efectos secundarios como las fumigaciones con glifosato promovidas por el gobierno con el apoyo de los Estados Unidos para la erradicación de las plantaciones de cultivos de coca, que como el propio gobierno ha reconocido, no están ofreciendo los resultados esperados, pues el número de plantaciones desde que comenzaron las fumigaciones ha aumentado.

La falta de servicios públicos se intenta suplir con autogestión e independencia. Allí pusimos nosotros nuestro granito de arena, gracias a la colaboración de media Sierra Norte que ha estado ahí aguantando nuestras charlas, comidas populares y conciertos, y a la que intentamos transmitir a qué montaña ha ido a parar nuestro pequeño granito. Un mes para formar 22 agentes de salud pertenecientes a distintas veredas del Valle del río Cimitarra que han aprendido a solucionar pequeños problemas sanitarios, a reconocer y tratar enfermedades comunes y sobre todo a saber diferenciar cuando un caso necesita asistencia médica y no hay más remedio que trasladarlo en las mejores condiciones a un hospital en la ciudad.

Un mes intenso, agotador. Mañana, tarde y noche no eran suficientes para saciar las ganas de aprender de tanta gente. Angelina vino al curso con sus tres hijos, el menor de ellos de ocho meses, caminando cuatro horas por medio de la selva, atravesando ríos y abriéndose paso a machetazos para intentar hacer visibles las culebras venenosas que se esconden entre la maleza. Un mes intenso donde cabría preguntarse quién ha aprendido más, ellos de salud, o nosotros de humanidad y valores que aquí perdimos hace tiempo, o que si no están perdidos, cada vez es más difícil encontrar sin que hayan sido previamente legislados: solidaridad, cooperación, participación, tolerancia, parecen ser valores innatos en estas personas que aplauden cada vez que alguien interviene, reforzando y motivando al orador a volver a participar la próxima vez. Y todo esto sin discursos, sin mítines ni fancines. Únicamente respuestas sociales a necesidades reales. Cosa que parecen haber olvidado muchos gobiernos que se empeñan en seguir invirtiendo en la industria de la guerra para dar respuestas militares a problemas sociales.

Ya hemos regresado, allí quedó la gente campesina con su realidad, haciendo frente a las dificultades. El viaje habría sido perfecto de no ser porque a la misma hora que nosotros volábamos de vuelta a España, un efectivo de 50 militares armados allanaron el apartamento (piso) y la oficina de la asociación que nos acogió durante todo el mes y gracias a la cual se pudo llevar a cabo este proyecto en el que tanta gente ha colaborado: la Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra.

Resultado: cuatro personas en prisión, tres ordenadores confiscados y 18 personas con orden de búsqueda y captura. De no haber sido porque hemos estado allí, hemos conocido sus proyectos, su trabajo, hemos convivido con ellos y nos han mostrado la realidad de aquella región, nos hubiéramos creído la información de los medios de comunicación: "cuatro rebeldes más dejarán de hacer de las suyas". Y es que ya solo nos queda eso, legislar la rebeldía o quizá sería mejor estrategia inventarnos una carrera universitaria nueva: "diplomado en rebeldía". ¿Hay mejor forma de control que la institucionalización de lo humano?

Así que no hemos hecho más que volver y ya estamos liados otra vez intentando contar la verdad para que deje de criminalizarse a los más pobres y a los que buscan alternativas a la violencia para solucionar un conflicto que las armas jamás resolverán.

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* Nota de Prensa Rural: Ana Martínez es sicóloga en uno de los ayuntamientos de la Sierra Norte. Junto con Jota, el médico, que trabaja en el servicio de urgencias de otro ayuntamiento, estuvo durante el mes de septiembre en las veredas de Puerto Matilde y Aguas Lindas – Virgencita, en el Magdalena Medio, formando a un grupo de hombres y mujeres en salud comunitaria y atención sicosocial. Ellos, junto a un grupo de personas de la Sierra Norte y de la Asociación cultural Las Primas, a punta de fiestas, conciertos y cenas lograron recaudar fondos para, además, llevar medicamentos y material de salud al campesinado del Magdalena Medio. Ana y Jota, así como todos los que han estado detrás de esta iniciativa en la Sierra Norte de Madrid, han logrado inyectar un poco de esperanza a nuestra gente.