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Desiertos de color verde
Héctor Hurtatis / Domingo 17 de junio de 2012
 

Toma fuerza el discurso de las responsabilidades ecológicas socializadas en las lógicas del mundo globalizado, pareciera que dentro del desastre ambiental que vive el planeta el campesino empobrecido de Bangladesh produce la misma huella ecológica que un ciudadano habitante de Dubái. Más en medio de toda la destrucción, lo sostenible de la producción y las formas de paliar la crisis comienzan a surgir acomodándose como una burda disculpa que permite mantener los ciclos de sobrexplotación y consumo intensivo sin afectar las bases estructurales que sostienen las realidades económicas globales.

La palma africana ya se abrió paso rampante en la coyuntura, su promesa de convertirse en una fuente alternativa “limpia” a la combustión fósil ha servido como pretexto idóneo para derribar miles de selva tropical en Malasia, Indonesia, Nigeria, Colombia, Costa de Marfil, Papua Nueva Guinea, entre otros. La concepción se profundiza aún más, se abren nuevos nichos de producción y se intensifican los ya existentes, la naturaleza tardía del cultivo y los altos costes que implica sostener la producción convierte necesariamente al negocio en uno dominado por nuevos grupúsculos agroindustriales con el musculo económico necesario que les permita recibir en cerca de 12 años, apoteósicas utilidades de un negocio que ya se tranza en las principales bolsas del mundo financiero.

Para los inversionistas resulta tan benévolo el cultivo de la afamada planta, que poco importa la deforestación resultante de sustituir la vegetación por dicho cultivo, la neo aparcería en que el campesino ha de integrarse al proceso así como la desertificación, los daños al suelo, agua y soberanía alimentaria, son los precios que deben pagar los pobres del mundo para insertarse en esa maravilla que constituye el mercado y la competitividad. El alarde de la opulencia y el despojo se asienta con las hordas violentas con las cuales se expande el negocio, la muerte producida en aras de liberar el campo y la manera como se ha representado esto en varios países de América Latina, formula cual es la esencia expoliadora de este individualismo exacerbado en el que se convive hoy en día.

Por lo menos en Colombia grandes empresarios ahora se disputan el control y la expansión de la frontera palmera en el país, Harold Eder, Luis Carlos Sarmiento, Efromovich y Jaime Liévano dominan desde ahora el paisaje de Meta, Casanare, Santander, Bolivar y demás. Claro es que en este negocio no podían quedarse detrás otros actores, ya Repsol, Unilever, Nestlé, Procter & Gamble; Gargil; ADM entre otras tiene asegurados una porción en el naciente negocio que crece a ritmos acelerados a nivel global con sus inversiones en todas partes.

Pero en fin, salvar al planeta en nombre del “ecologismo” y las “energías verdes” resulta una premisa incuestionable a los ritmos veloces en que se desarrolla en la siempre bienintencionada globalización.

Notícula:

Hace pocos días el Presidente de la Sociedad Agricultora en Colombia (SAC) explicaba el inmejorable ambiente que se tiene para atraer la inversión extranjera en Colombia, pues le resultaba idónea la pretensión de China para comprar 400.000 hectáreas en las que desde la semilla, los insumos, los equipos, la mano de obra y el destino del grano allí producido sería propiedad de dicho país. Se pregunta uno que si así se expresa el dirigente del principal gremio agro nacional, ¿Que futuro les espera a los 12 millones de campesinos colombianos?