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Colombia 2040: Hambre y cambio climático
Frente a la agresiva concentración de la tierra en Colombia, el modelo de acumulación extractivo y el cambio climático, los grupos de productores más vulnerables (campesinos, indígenas, negros) tiene comprometida su seguridad alimentaria, el bienestar y la supervivencia.
Libardo Sarmiento Anzola / Jueves 1ro de agosto de 2013
 

Filósofo y magíster en Teoría Económica de la Universidad Nacional de Colombia, Economista de la Universidad La Gran Colombia. Docente universitario con amplia experiencia profesional en instituciones nacionales (Ministerio de Agricultura, Colciencias, Departamento Nacional de Estadística – DANE, Consejería Presidencial para la Política Social, Ministerio de Desarrollo Económico, entre otros) e internacionales (UNICEF, PNUD, Banco Interamericano de Desarrollo, GTZ, IICA, Programa Mundial de Alimentos, entre otros). Autor de diferentes artículos y libros relacionados con temas de desarrollo rural, economía política, derechos humanos, biopolítica, ecosocialismo, políticas de juventud, políticas públicas y derechos sociales, económicos y culturales en Colombia. Actualmente docente de la Maestría de Derechos Humanos de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia –UPTC

El cambio climático es una realidad inevitable y progresiva. A la especie humana sólo le queda adaptarse y tratar de ralentizar el cambio. En contravía, la combinación de acumulación capitalista y población creciente aceleran la destrucción de la naturaleza, la contaminación ambiental y el calentamiento global.

El capitalismo es una forma de sociedad de clases volcada en la producción perpetua de excedentes y la transformación de todo lo existente en mercancías. El sistema capitalista requiere, para su normal funcionamiento, de una expansión continua a una tasa acumulativa del 3 por ciento anual. Con un crecimiento por debajo de esa cifra los capitalistas consideran que la economía está estancada; cuando el incremento del PIB es inferior a uno por ciento los economistas califican la situación de recesión y crisis. Durante toda la historia del capitalismo la tasa de crecimiento compuesto ha estado en torno al 2,3 por ciento anual. En 1820 el flujo mundial de capital se valoraba en 694.000 millones de dólares; en 1913 la producción aumentó a 2,7 billones de dólares; hacia 1950 era de 5,3 billones de dólares; a principios del siglo alcanzó los 41 billones y en 2010 la cifra llegó a 57 billones de dólares. Para el año 2030 la producción mundial superará los 100 billones de dólares.

En el mundo, la acumulación capitalista y el crecimiento de la población aumentan en proporción geométrica. En 1750 había 791 millones de personas y en 1810 llegaron a 1.000 millones. Los habitantes del globo pasaron a 1.600 millones en 1900 y un siglo después superaron la cifra de 6.000 millones. Actualmente la población mundial es de 7.000 millones; para el año 2030 llegará a 8.000 millones y alcanzará el máximo tamaño de población en 2070 con 9.000 millones. Al año 2100 la población del mundo se reducirá a 8.400 millones (gráfico 1).

El capitalismo y el crecimiento de la población se retroalimentan. El capitalismo no podría haber sobrevivido y prosperado como lo hizo de no haber sido por la continua expansión de la población disponible, ya sea como productores o como consumidores (Harvey, David, El enigma del capital, Akal, 2012, p. 122). La población, sumisa a la cosmovisión capitalista, medra con la producción de mercancías y danza al ritmo de la acumulación.

El planeta es devastado por la expoliación de los recursos naturales en la espiral acumulación-población. La tasa de crecimiento compuesto del 3 por ciento del capital y el aumento geométrico de la población encuentra serias restricciones en la naturaleza. El interrogante del siglo XXI es si el planeta resiste esta doble dinámica. Si la respuesta es positiva, ¿se podrá distribuir la producción equitativamente y en paz? Un desfase entre población, acumulación y naturaleza genera desempleo, hambre, miseria y violencia y, posiblemente, la destrucción de la especie humana.

En Colombia, después del genocidio y el saqueo a que se vio sometida por parte de la invasión europea, los habitantes se habían reducido a 787.000 personas en 1778. A comienzos del siglo XIX, cuando apenas se había iniciado el proceso colonizador, los habitantes superaron la cifra del millón de personas. En los umbrales del siglo XX, recién finalizada la cruenta guerra de los “Mil días”, la población sumaba 4,4 millones. Pasaron cien años y los habitantes se multiplicaron por diez, alcanzando en 2013 la cifra de 47,1 millones de personas. En 2040 la población crecerá hasta sumar 62,2 millones. Y sólo hasta el año 2055 se alcanzará el máximo tamaño de población, para empezar a descender. El modelo económico que acompaña el crecimiento poblacional es inestable y dependiente de los ciclos de la economía mundial; el capitalismo criollo es rentista, depredador, primario y extractivo y la acumulación se fundamenta en el despojo, la exclusión y la barbarie, no obstante el tímido intento de industrialización durante el siglo XX. (Gráfico 2)

La ocupación del territorio históricamente se centra en las regiones Andina y Caribe. En el último medio siglo se ha iniciado una fuerte ocupación de la Amazonía y la Orinoquía, con una tendencia creciente y constante debida a los importantes proyectos económicos alrededor de la biodiversidad, la agroindustria, los biocombustibles, los recursos energéticos y los cultivos ilícitos.

Los cambios climáticos que vienen afectando al país amenazan en mayor grado la seguridad alimentaria, teniendo en cuenta que ésta es el resultado del funcionamiento del sistema alimentario, el cual depende de los servicios del ecosistema forestal y agrícola. El cambio climático es definido por la Organización para las Naciones Unidas (ONU) como un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial, y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables.

En Colombia el incremento de temperatura, alteraciones en la precipitación e incremento del nivel del mar son factores de cambio climático que está afectando la seguridad alimentaria del país. La oferta de los suelos para agricultura intensiva afectados por procesos de desertificación aumentan en el área del ecosistema seco en 1.4% anual. Las áreas de los cultivos de banano, caña de azúcar, palma de aceite sobre suelos susceptibles a la degradación por desertificación aumentan en 3%. Cada año desaparece 3,2% del área en bosques y el 11,5% del total de especies se encuentran amenazadas. El agotamiento de los recursos naturales se valora en 7,8% del PIB anual, según el Informe sobre de Desarrollo Humano de Naciones Unidas 2013. Actualmente, 2 por ciento de la población habita en tierras totalmente degradadas.

Otras afectaciones asociadas con el cambio climático son: i) los aumentos en la incidencia y vectores de diferentes tipos de plagas y enfermedades, que principalmente se desarrollan en temperaturas del 24°C y 28 °C, y corresponde al 38% de la población rural de Colombia; ii) pérdida de la biodiversidad y del funcionamiento del ecosistema en los hábitats naturales; iii) cambios en la distribución de agua de buena calidad para los cultivos, el ganado y la producción pesquera continental; iv) pérdida de tierras arables debido a la creciente aridez y a la salinidad asociada, disminución del agua subterránea y aumento del nivel del mar; y v) cambios en las oportunidades para obtener medios de subsistencia.

A este hecho se agregan los eventos climáticos extremos; estos han incrementado el número de personas que se han visto afectadas por desastres vinculados con el clima como sequías e inundaciones, remociones en masa y colapso de vías, afectando de forma negativa la seguridad alimentaria y nutricional (SAN). Este conjunto de fenómenos, unido a un modelo de desarrollo centrado en la ganadería extensiva, cultivos ilícitos, explotación minera, recursos energéticos y biocombustibles, tiene una incidencia directa en la disponibilidad de alimentos, tanto por la disminución de la oferta como por restricciones socioeconómicos y físicos al acceso, lo que se ha visto reflejado en el incremento de los precios de los alimentos desde principios del siglo XXI por encima del IPC promedio.

Las dos próximas generaciones de colombianos sufrirán con mayor rigor estas transformaciones adversas. Las zonas rojas del mapa adjunto muestran las áreas del país donde será más severo el cambio climático en los próximos treinta años. En la proyección realizada para 2040 ya no existe el clima superhúmedo; el clima húmedo es relictual en la Sierra Nevada de Santa Marta; en todo el territorio colombiano el clima es dominantemente semihúmedo y seco. En la Orinoquía, en área del límite de clima húmedo y superhúmedo, se tornará más seco, de la misma forma que en un sector importante del departamento del Meta. En la región andina predomina el clima seco; en Caribe el clima cambia de semiárido a más seco. En el departamento de la Guajira, por lo contrario el clima se torna más húmedo y cambia de semiárido, árido y desértico a semihúmedo y más seco.

Frente a la agresiva concentración de la tierra en Colombia, el modelo de acumulación extractivo y el cambio climático, los grupos de productores más vulnerables (campesinos, indígenas, negros) tiene comprometida su seguridad alimentaria, el bienestar y la supervivencia. Además, el aumento en los costos de producción, previsibles por los efectos de riesgos y cambio climático, acelerará la subida vertiginosa de los precios de los productos alimenticios reduciendo el ya de por sí bajo poder adquisitivo de los hogares más vulnerables, aumentando el número de personas expuestas al hambre. El mapa adjunto muestra los 18 departamentos que se verán más afectados (55% del total): Arauca, Atlántico, Bogotá D.C., Boyacá, Casanare, Cauca, Cesar, Chocó, Córdoba, Cundinamarca, Huila, La Guajira, Magdalena, Meta, Quindío, Sucre, Tolima y Valle del Cauca.

La lógica del beneficio privado y de reproducción de la especie es de horizontes temporales cortos y de infravaloración de las necesidades futuras. El marxista ecológico James O´Connor ha enseñado que la expansión capitalista menoscaba sus propias condiciones de producción. La alternativa, el ecosocialismo libertario está definido por la igualdad, la libertad, la democracia, los derechos humanos, la cosmovisión holística y mundialista, por el control comunal de los medios de producción y por el marchitamiento efectivo de los Estados y del sistema capitalista (Joan Martínez Alier, Ecología Política). En resumen, la revolución de las conciencias y del intelecto colectivo de la humanidad debe fundamentarse en la armonía cuerpo, espíritu, comunidad, sociedad y naturaleza.