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Desde Córdoba: el desarrollo agrario integral, ¿realidad o quimera?
El foro de la sociedad civil reunido en diciembre constató el gran cúmulo de información, de propuestas y de experiencias exitosas en torno al desarrollo agrario integral, piedra angular de las conversaciones en La Habana.
Víctor Negrete Barrera / Martes 8 de enero de 2013
 

El foro de la sociedad civil

El Foro Política de desarrollo agrario integral con enfoque territorial, celebrado en Bogotá del 17 al 19 de diciembre en el marco de las conversaciones de La Habana, dejó en claro algunos aspectos que considero necesario compartir y destacar:

La asistencia fue numerosa y diversa. Sobresalieron por su número y participación en las distintas mesas instaladas las delegaciones de comunidades negras, afros, campesinas y mujeres. Una auténtica representación de la Colombia explotada, olvidada, silenciada y desconocida para muchos de la Colombia urbana.

Fue fácil advertir la presencia de distintas posiciones políticas, ideológicas, culturales y religiosas; algo lógico, propio de esta clase de eventos. Lo novedoso de verdad fue la extraordinaria alineación en los planteamientos sobre el modelo de desarrollo del país de parte de grupos políticos, de gremios económicos, de la fuerza pública y del gobierno actual.

En especial, se observó una clara convergencia sobre los grandes temas del campo colombiano, como uso y tenencia de la tierra, minería, energía eléctrica, medio ambiente, conflicto social y armado, pobreza, exclusión, despojo, inseguridad alimentaria, entre otros. Una caracterización común, que al parecer ha permitido a unos y otros identificar las causas que han originado semejante situación, quiénes la han propiciado, con qué aliados y medios y cómo han logrado mantenerla durante tanto tiempo.

Me quedó la impresión de que el proceso de acercamiento que se percibe en estas delegaciones es producto de la reacción natural y legítima a rechazar o criticar las políticas y programas de los diferentes gobiernos, que han deteriorado aún más las condiciones de vida de las comunidades campesinas. Sin desconocer, obviamente, el trabajo que llevan a cabo algunas organizaciones opositoras o con una vision diferente sobre el modelo de desarrollo.

Este proceso de acercamiento entre grupos tradicionalmente separados — campesinos, indígenas y afros — parece ir más allá de criticar las políticas del gobierno y de la obvia necesidad de coordinarse para enfrentarlas en mejores condiciones. Con frecuencia escuchamos peticiones y recomendaciones de miembros de las distintas delegaciones solicitando relaciones permanentes y convivencia inter-étnica.

El conocimiento que estas delegaciones tienen sobre sus poblaciones y territorios quedó plasmado en centenares de propuestas y recomendaciones que abarcan buena parte de la realidad rural colombiana. Es una fuente monumental de información de primera mano, que no solo debe servir de insumo a la Mesa de Conversaciones entre el gobierno y las Farc que sesiona en la Habana, sino al propio gobierno, al Congreso, a los gremios, la academia, las iglesias, los organismos de cooperación internacional, los medios, los gobiernos amigos y las organizaciones sociales y comunitarias en general.
Aunque el gobierno ha dicho en la Mesa y fuera de ella que el modelo de desarrollo no está en discusión, lo cierto fue que la mayoría de las intervenciones se refirieron precisamente a este tema para poder explicar las causas de la desigualdad y la exclusión en que se encuentran.

En consecuencia, algunos opinaron que mientras no se produzcan cambios significativos en el modelo de desarrollo, la transformación del campo seguirá siendo una ilusión.

Otro grupo planteó que si bien las condiciones no son las mejores, existe cierta apertura que permite adelantar procesos parciales de desarrollo agrario en los distintos departamentos y regiones del país, siempre y cuando la decisión y el compromiso lo tomen y ejecuten los grupos y sectores sociales y productivos, acompañados por la institucionalidad y por los organismos de cooperación internacional

¿Qué sigue ahora?

Nunca como ahora habíamos tenido tanta información de calidad sobre la situación del campo y el desarrollo agrario integral. Son numerosas las publicaciones elaboradas por el gobierno, los gremios, las universidades y los centros de investigación.

Contamos, por ejemplo, con el Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011, Colombia rural. Razones para la esperanza del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

La experiencia del propio Foro — organizado por el PNUD y la Universidad Nacional— y el proyecto que llevan a cabo el PNUD y el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (INCODER) en municipios del sur de Córdoba y el bajo Cauca antioqueño para el diseño de un modelo de desarrollo agrario integral con enfoque territorial, constituyen herramientas teóricas y prácticas valiosas que nos permiten avanzar en la comprensión de nuestras realidades y en los cambios que deben efectuarse para ayudar a transformar el campo.

Con lo que sabemos y tenemos ahora podemos acelerar la reflexión sobre el desarrollo agrario integral. Creo necesario, de acuerdo con mi propia experiencia en el departamento de Córdoba, tener en cuenta lo siguiente:

Es necesario profundizar en el origen, el desenvolvimiento y las repercusiones de las diferentes organizaciones armadas ilegales que han operado en el territorio antes, durante y después de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia. La presencia de los actores armados — tanto paramilitares, como guerrilleros — ha modificado en profundidad al territorio rural colombiano y ha trastornado la vida de las comunidades campesinas y de la sociedad en general.

Pero en el país contamos con gran número de experiencias exitosas. A manera de ejemplo cito unas pocas: los Programas de Desarrollo y Paz, los territorios colectivos afros del bajo Atrato, las reservas campesinas y la Asociación de productores y pescadores del bajo Sinú. Debemos aprender de ellas, tenerlas como referencias. Incluso, hay experiencias negativas que han dejado también grandes enseñanzas.

Existen valiosas experiencias locales en veredas, corregimientos y municipios que sorprenden por sus resultados, eficiencia y largo tiempo de vida. Llama la atención que muchas de ellas, por una u otra razón, no trascienden y no se divulgan las lecciones aprendidas.

La mayoría de las organizaciones ya poseen suficientes conocimientos sobre su propio territorio, suelos, variedades de semillas, recursos naturales, actividades económicas, periodos de lluvia y sequía, entre otras variables, pero muchas de ellas no consideran importante tener presente la cultura, la psicología, la mentalidad e idiosincrasia de los diferentes sectores y grupos que habitan su territorio.

A la hora de formar organizaciones y adelantar proyectos y programas pasan desapercibidos o no son tenidos en cuenta valores, principios, identidad, creencias, compromiso, concepción de la vida y el trabajo, responsabilidad, trabajo comunitario, deseo de superación, sacrificio y capacidad de innovación. No olvidemos que la pobreza, la exclusión, la subordinación social, la violencia y la corrupción pueden inducir comportamientos y concepciones lesivas o alterar modalidades de vida solidarias, éticas, creativas y comunitarias, capaces de proteger eficazmente los derechos y el medio ambiente, respetuosas, alejadas de los vicios.

Los proyectos y programas que adelanten las comunidades y las organizaciones deben ajustarse estrechamente a las condiciones reales de cada sector o grupo social, su historia y la fase de desarrollo en que se encuentran, programar su avance, asegurar su sostenibilidad, medir su impacto, hacerles seguimiento y evaluación permanentes.

Es fundamental contar con organizaciones fuertes, coordinadas, democráticas, con renovación de liderazgos y movimientos ciudadanos amplios, participativos, innovadores, que ejerzan control social.

Las autoridades, la academia, los gremios económicos, las iglesias, las organizaciones no gubernamentales, los organismos de cooperación internacional, los grupos políticos y las asociaciones comunitarias pueden trabajar en forma coordinada.

Es indispensable conocer mejor la situación y las perspectivas reales de mejoramiento económico y social para los grupos vulnerables como los desplazados, las victimas, los afros, las indígenas, las mujeres, los niños y los jóvenes del campo colombiano.

Es urgente estudiar y comprender los efectos ocasionados por fenómenos más o menos recientes como la ganadería extensiva y la cría de búfalos, la gran minería legal e ilegal, los cultivos transgénicos, forestales, agroindustriales y de uso ilícito, las hidroeléctricas y las carboeléctricas, las inundaciones y el cambio climático.

En los territorios conviven sectores y grupos sociales y de productores que determinan el grado de desarrollo que pueden alcanzar las diferentes comunidades: pequeños, medianos y grandes productores, empresarios, campesinos, jornaleros y minifundistas, comerciantes, artesanos, educadores, pescadores, mineros, mujeres, jóvenes. Todos y cada uno de ellos tiene un papel que cumplir en el desarrollo agrario.