En Yavi Chico (Jujuy) la escuela de frontera Rosario Wayar materializa la apertura a la utilización integral del más longevo de los cultivos, el maíz, y sueña con la recuperación de una de las voces más antiguas, el quechua. Historia en un pequeño ojo verde y fértil que florece en los confines de la puna: tierra-no-campo que da vida a múltiples maíces milenarios que no necesitan cotizar en el mercado de Chicago para dar de comer a los hombres.
"La gente, hecha de maíz, hace el maíz. La gente, creada de la carne y los colores del maíz, cava una cuna para el maíz y lo cubre de buena tierra y lo limpia de malas hierbas y lo riega y le habla palabras que lo quieren. Y cuando el maíz está crecido, la gente de maíz lo muele sobre la piedra y lo alza y lo aplaude, y lo acuesta al amor del fuego y se lo come, para que en la gente de maíz siga el maíz caminando sin morir sobre la tierra" (de Eduardo Galeano, en Las palabras andantes).
Lejos de la estridente “oposición” entre gobierno y campo que insiste en querer agotar el debate de la política argentina, y que en realidad sólo involucra a una tercera parte de los productores rurales , los hombres de la tierra profunda hacen germinar los sembrados recuperando y fortaleciendo saberes y prácticas ancestrales.
Atendiendo a estos conocimientos e intereses latentes en la comunidad, desde hace siete años, la Escuela de Frontera Nº 2 Rosario Wayar desarrolla el proyecto “El maíz, ese grano de oro americano”.
Escribe Emiliano Bertoglio (Copenoa)
Leer más: