Bloqueo paramilitar, paludismo y niños sin escuela en el nordeste antioqueño

por Alèxia Guilera Madariaga

La periodista catalana Alèxia Guilera de la Agencia Prensa Rural visitó el nordeste antioqueño por invitación de organizaciones nacionales e internacionales que promueven una acción humanitaria en esta región, a realizarse del 24 al 29 de febrero del 2004.

Introducción

En todas las conversaciones mantenidas con los campesinos de las veredas de la región del Nordeste antioqueño visitadas (Puerto Nuevo Ité, Dos Quebradas, Ojos Claros, La Medellín, Campobijao, Caño Tigre, Nacoreto, Carrizal, Paso de la Mula, El Piñal y La Cristalina) es evidente que el principal problema al que se enfrenta esta comunidad es el bloqueo al que los tiene sometido el Estado colombiano, ya sea directamente -sin hacer jamás presencia social en ellas, que consideramos que es una forma clara de bloqueo- o a través de los retenes de grupos paramilitares, ampliamente denunciados por organizaciones de DDHH y, por tanto, bien conocidos por el Gobierno que, a pesar de ello, sigue sin tomar absolutamente ninguna medida para desmantelarlos.

El bloqueo a la entrada en la región de alimentos, de medicinas y de productos imprescindibles para el campesinado empezó como un lento goteo hace ya una década pero se ha acentuado de forma dramática en los últimos tres años, especialmente tras la Operación Bolívar, del Plan Colombia, en enero del año 2001 en la región del Sur de Bolívar y el Valle del Río Cimitarra.

El bloqueo paramilitar se da en los dos puntos principales de entrada a esta región: al oriente por el río Cimitarra -que se forma de la confluencia de los ríos Ité y Tamar- y al accidente por los cascos urbanos de Remedios y Segovia. El retén paramilitar de entrada a la región -que se establece a diario en el sitio conocido como La Rompida, a muy poca distancia del que tiene la Armada Nacional en el Río Magdalena- decomisa sistemáticamente todo lo que los paramilitares consideran que "va" para la guerrilla: panela, aceite, sal, jabón, medicinas, botas, linternas, pilas, toldillos y así un largo etcétera de materiales imprescindibles para la supervivencia de los campesinos en una región ya de por sí con unas precarias condiciones de vida, puesto que la gran mayoría de ranchitos no disponen de electricidad, ni agua corriente, ni mucho menos teléfono. Los campesinos del Nordeste cocinan con leña, se alumbran por la noche con la luz de las velas o las linternas y se bañan en las quebradas o ríos de la zona.

Por otro lado, los impactos del conflicto armado y de la "guerra sucia" son muy graves en el Nordeste antioqueño y, obviamente, las víctimas directas de ello son los campesinos de la región. Los paramilitares ingresan muy frecuentemente en los humildes ranchitos de las veredas para robar gallinas o marranos, los animales con los que el campesinado trata de sobrevivir al férreo bloqueo a la entrada de alimentos. Lo peor es que el hostigamiento, el maltrato y las amenazas a los campesinos son prácticas habituales del Ejército y de los paramilitares cuando tratan de que éstos les den información sobre la guerrilla. También en esta zona de Colombia todos los campesinos sin excepción afirman que soldados y paramilitares suelen ser las mismas personas con el brazalete -de las AUC o del Ejército- cambiado según la ocasión. El batallón Palagua del Ejército es el que mayoritariamente entra a esta zona. En los operativos realizados allí y en el Valle del Río Cimitarra este batallón se ha caracterizado por el escaso interés en disimular su accionar conjunto con los paramilitares de la zona.

La presencia de la guerrilla del ELN y las FARC en el Nordeste es también habitual pero, según afirman los campesinos, los guerrilleros les suelen comprar las gallinas o los productos campesinos que consumen. La queja más habitual del campesinado respecto a estos actores armados es que demasiado a menudo se quedan uno o más días en los caseríos de las veredas, con lo que el riesgo de quedar en mitad de un enfrentamiento entre guerrilla y Ejército es muy alto para la población civil.

Sanidad

En medio de estas condiciones de vida es bastante común que una gripa, una diarrea, una neumonía o una afección en la piel -las cuatro enfermedades más frecuentes en la región junto a la malaria- se compliquen innecesariamente debido a la falta de medicinas tan básicas como un analgésico o un antihistamínico.

Pero realmente, la enfermedad endémica de la zona es el paludismo: los escasos promotores de salud que trabajan en el Valle del Río Cimitarra y el Nordeste antioqueño calculan que sufre esta enfermedad alrededor del 60% de la población. La hembra del mosquito anofeles, que es la transmisora del paludismo, llega masivamente del interior de las cercanas selvas -especialmente en los meses del invierno, que es la época de las lluvias- para encontrarse con una población que no suele tomar todas las medidas de precaución requeridas para la profilaxis de la malaria. Algunas de estas medidas son de fácil aplicación -por ejemplo la eliminación de aguas estancadas, la fumigación periódica de las zonas de vivienda o la utilización de toldillos en las horas más críticas de presencia de este zancudo- pero como prácticamente no se realizan charlas informativas periódicas porque no hay quien pueda darlas, el campesino sigue sin tenerle el respeto necesario a esta enfermedad que puede convertirse en crónica una vez adquirida.

En este sentido es muy habitual que, también por la falta de información, los campesinos se automediquen con hierbas de la zona para, supuestamente, combatir el paludismo. Una vecina de 58 años de Dos Quebradas explicaba que "a mí me ha dado catorce veces paludismo y me lo he tratado aquí con aguas, con lo que se pueda, pero así uno nunca se lo cura: únicamente se lo calma. Me ha dado hepatitis tres veces: también me la he calmado pero una nunca se lo cura por lo mismo, porque no hay un médico, no hay una atención para nadie". Obviamente, esta práctica de usar hierbas está muy desaconsejada por los promotores de salud ya que, aseguran, no sirve para curar la malaria sino únicamente para calmar sus efectos durante un tiempo limitado, para que, posteriormente, la enfermedad aparezca con más fuerza.

Por todo ello, los promotores de salud que conocen la zona se quejan de esta ausencia casi total del Estado y solicitan que haya más puestos de salud fijos en estas áreas con personas capacitadas para realizar tareas sanitarias. Lo cierto es que una de las principales quejas de los campesinos del Nordeste es que la falta de promotores y de puestos de salud hace que ellos tengan que desplazarse en mula o a pie durante horas hasta llegar a las cabeceras de los municipios de Remedios o Segovia. Un ejemplo: los habitantes de la vereda Ojos Claros tienen un trayecto de entre 10 y 12 horas en mula hasta Remedios -que es el núcleo urbano más cercano a esta vereda con personal sanitario permanente- y eso en caso de que haga buen tiempo y el camino no esté del todo impracticable por el barro. Cuando llega una brigada de salud a la vereda vecina de Puerto Nuevo Ité, los habitantes de Ojos Claros se desplazan hasta allí pero la distancia en mula es de seis horas.

En estas condiciones es perfectamente comprensible que los campesinos opten por las hierbas u otros remedios para sanar los síntomas de la malaria lo que hace que, frecuentemente, esta enfermedad se complique con enfermedades mucho más graves como afecciones hepáticas o de las vías urinarias.

Ocasionalmente, la Cruz Roja ha visitado algunas de las veredas del Nordeste antioqueño pero los campesinos se quejan de que tampoco son visitas periódicas ni muy seguidas con lo cual no hay un seguimiento de casos ni ellos tienen nunca una sensación de estar atendidos sanitariamente.

Los promotores de salud estatales todavía visitan las veredas -y no todas- de forma más ocasional; a la de Caño Tigre, por ejemplo, llegan aproximadamente cada seis meses. Y cuando eso sucede, la queja del campesino es que es imposible que lo atiendan adecuadamente o que lo lleguen a atender: muchas veces al personal médico no le queda tiempo para todos. La última vez que un equipo de promotores de salud -integrado por dos médicos, un odontólogo y sus dos auxiliares, dos enfermeras y un bacteriólogo- visitó Caño Tigre tuvo que atender a más de 200 personas de las aledañas Paso de la Mula, Nacoreto, Dos Quebradas, La Caimana y la Congoja. Los campesinos estiman que por lo menos el 50% de las personas que ese día necesitaban atención médica se quedaron sin ella por la enorme desproporción entre pacientes y personal sanitario para atenderlos.

Por todas estas razones, la comunidad del Nordeste antioqueño insiste en solicitar que la Acción Humanitaria no sirva únicamente para llevar unas brigadas de salud unos días: para ellos es supremamente importante que el grito de alerta que tiene que significar la Acción Humanitaria sea de efecto permanente.

Los campesinos también solicitan que, además de entrar medicinas, durante la Acción Humanitaria o después de ésta se capacite a personas que aprendan a llevar a cabo el tratamiento preventivo de la malaria, es decir, tomar muestras de sangre y luego analizarlas en el microscopio para establecer si el paciente tiene o no la enfermedad.

También solicitan que se capacite a personas de la zona para que puedan dar charlas periódicas informativas sobre educación sexual, prevención de la malaria, tratamiento adecuado del agua para evitar las diarreas y, en general, temas de salud doméstica.

El presidente de la Junta de Acción Comunal de Campobijao estuvo gestionando en Barrancabermeja la capacitación de líderes comunitarios para que aprendiesen a leer placas con muestras de sangre y a formular. Las Autoridades, asegura, le prometieron que iban a brindar unas capacitaciones pero, finalmente, nunca llegaron esas personas a la región. Como cuenta este señor "siempre nos argumentaron lo mismo: que por el orden público no podían venir acá. Por eso yo digo -añade- que la principal ayuda que se nos puede brindar es tratar de separar al campesino de los involucrados en la guerra (...). Nosotros estamos en mitad de una guerra: de un lado están los guerrilleros, del otro los paramilitares y lo grave del caso es que los muertos, los huérfanos y los desplazados los ponemos nosotros los campesinos (...) Yo me pongo a pensar y veo que, al paso que vamos, la población campesina no va a ser desplazada sino exterminada".

Finalmente, hay una queja muy extendida entre los campesinos dirigida al inexistente Gobierno colombiano: que haga que los paramilitares respeten a los promotores de salud para que éstos puedan desplazarse a las veredas sin temor a que les roben su material y sus medicinas, como ha sucedido innumerables veces. Los mismos promotores afirman que muchas veces ellos son despojados por los paramilitares de todo este material porque los acusan de ir a atender a la guerrilla.

Educación


La escuela de Puerto Nuevo Ité, destruida por los paramilitares

La totalidad de escuelas de las veredas mencionadas y del resto de veredas del Nordeste antioqueño -es decir, de las que dependen de los municipios de Remedios y Segovia- están en condiciones que podemos calificar claramente de cuartomundistas. La mayoría de escuelas son de madera, lo que hace que en pocos años el insecto conocido como jejé haya devorado las paredes de ese material (y el techo, cuando es también de madera). El resultado es que, actualmente, la mayoría de escuelas apenas se sostienen en pie, los suelos son de tierra aplanada pero muy desnivelada y muchos techos tienen goteras: cuando llueve duro (algo muy frecuente en esta época del año, por ejemplo) no hay más remedio que suspender la clase y esperar a que cese el aguacero.

En veredas como Puerto Nuevo Ité, la Cruz Roja donó fondos para construir una escuela de ladrillo pero, según contaron los habitantes de allí, la plata no fue suficiente o no llegó en su totalidad porque la escuelita está actualmente a medio construir, esperando que llegue más plata. El bloqueo estatal-paramilitar también impide la entrada de materiales como el cemento a la zona, así que aunque llegase la plata, seguiría faltando el material para construir.

En materia de educación, las carencias también son enormes: más allá del deplorable estado de la práctica totalidad de escuelas, falta material didáctico y hasta material escolar como libretas o lapiceros. Unas pocas veredas disponen de biblioteca escolar pero están en un estado tan lamentable, como muestran algunas de las fotos, que nadie las utiliza. La biblioteca de Puerto Nuevo Ité fue quemada por los paramilitares, que usaron las hojas de los libros para limpiarse después de defecar en ella.

Pero lo más grave es que en la mayoría de veredas los niños no asisten a clase porque, sencillamente, no hay maestro. Esto ocurre por varias razones: algunos profesores, como el que trabajaba en la vereda Puerto Nuevo Ité, huyeron de la zona aterrorizados por la violencia que ejercen contra la población el Ejército y los paramilitares. Otros -según nos contaron los propios padres y madres- se pasan el curso realizando cursillos de capacitación y no pueden asistir a las escuelas a dictar clase. Sería el ejemplo de la profesora de Campobijao: durante el pasado mes de noviembre sólo dictó clase dos semanas porque tuvo que asistir el resto del mes a un taller de capacitación. El presidente de la Junta de Acción Comunal de esta vereda explicaba que "el mayor problema de todo esto es que se produce un falta de continuidad: ese es el problema fundamental".

En otros casos (ejemplo: las veredas de Caño Tigre y Dos Quebradas) los maestros no han sido contratados o han empezado a trabajar casi a final del curso porque el Gobierno no tenía presupuesto para pagarles. Resultado: los niños y niñas de esas y otras veredas sólo podrán asistir a clase a lo sumo un par de meses en todo el curso. Una vecina de Puerto Nuevo Ité comentaba amargamente que "nosotros somos campesinos pero necesitamos un profesor porque si no nuestros hijos se van a quedar brutos. ¿Por qué dicen que los campesinos somos brutos? Porque, casualmente, el Estado nunca nos ha apoyado. Le pedimos al Gobierno que, así como nos manda operativos militares, también nos mande un profesor para que nuestros niños no se queden brutos".

Actualmente, en Puerto Nuevo Ité hay alrededor de 60 niños en edad escolar que no han tenido profesor este curso que ahora termina ni lo tienen desde hace ya tres años. En la vereda de Caño Tigre son 32 niños y niñas quienes han carecido de maestro durante todo el curso. Uno de los campesinos de esta vereda calcula que, al tener escolarizados a sus tres hijos en Yondó, gasta alrededor de 200 mil pesos mensuales en su manutención, pagada con su bajo ingreso de campesino. En la vereda El Piñal son 38 los niños en edad escolar que no han recibido clase este año escolar. En la vereda La Cristalina la cifra de niños en edad escolar que no tienen clase por falta de maestro es también de 38.

El maestro de la escuela de Caño Tigre (que fue contratado hace sólo un mes, es decir, ya a final del curso escolar), cuenta que a una escuela legalizada le llegan entre cinco y seis millones de pesos de dotación pero, por ejemplo a la de Caño Tigre, que sí tiene dotación de material didáctico, hasta hace muy pocos días todavía no había llegado la plata para pagarle a él. El maestro añade que es gracias a la voluntad y a los aportes de los padres y madres que muchas escuelas funcionan en algún momento. A él, por ejemplo, al no tener un lugar decente donde alojarse en la escuela, le da hospedaje el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda. A este maestro lo contrata una cooperativa, El Jardín, de Medellín. Tal vez sería recomendable investigar qué se hace de la plata que el Ministerio de Educación debe de destinar a estas cooperativas subcontratadas.

Cuando los campesinos se dirigen a la Administración con esta queja, ésta les responde que los padres y madres que solicitan un maestro tienen que estar inscritos en la cabecera municipal respectiva, con su número de cédula y que, entonces, se les asignará uno. Esta es también la respuesta que dan cuando se les pide afiliarse al Sisbén. Pero al hecho de tener que dejar sus datos, muchos campesinos responden que la situación de amenazas y hostigamientos del Ejército y los paramilitares contra ellos no les permite anotar sus datos en ninguna parte por motivos de seguridad.

El presidente de la Junta de Acción Comunal de Ojos Claros añade otro motivo: "nos da miedo salir a las cabeceras municipales a hablar con el jefe de núcleo o el alcalde. Algunas épocas en que trabajábamos con los municipios, mandábamos a delegados y nos los amenazaban. Debido a eso, todo se quedó atrás". La acusación de los paramilitares y el Ejército a los campesinos de Ojos Claros, donde nunca ha habido profesor, es que son auxiliadores de la guerrilla.

Hay casos en los que los profesores han llegado a entrar a la zona y a instalarse en el caserío o vereda, pero las condiciones tan duras de vida tampoco ponen las cosas fáciles para que permanezcan en la región, así hayan firmado un contrato.

No existe mucha unanimidad entre los campesinos cuando se ponen a pensar en lo que le piden a la Acción Humanitaria que se realizará en febrero en relación a la educación: algunos piden que se entre material escolar y didáctico, otros que, directamente, entren maestros, así sean internacionales, para que sus niñas y niños puedan por fin asistir a clase.

(NOTA: Por deseo expreso de la mayoría de personas entrevistadas, se han omitido sus nombres en el informe).

Bogotá, 2 de diciembre de 2003.

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