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Las modernas propuestas de las FARC
Yezid Arteta Dávila / Sábado 9 de febrero de 2013
 

Si las ocho propuestas mínimas sobre desarrollo rural no llevaran las firmas de los delegados de las FARC-EP, se podría pensar que fueron elaboradas por un funcionario de Naciones Unidas. Comida, agua y ambiente sano, tres ideas que tienen con los pelos de punta al presidente de Fedegán y sus seguidores.

En los estrechos callejones que se forman entre los miles de kilómetros de alambradas que encierran el ganado vacuno o los cultivos de palma se ve muchísima gente viviendo en chozas antediluvianas y centenares de perros flacos que salen disparados tras la polvareda que levantan los veloces carros de los patronos. Niños y niñas, en cueros, comiendo guayabas y viendo ordeñar con la boca abierta. Sólo a una mente puñetera se le puede ocurrir que esos colombianos muertos de hambre son felices.

He observado con lupa los ocho mínimos que formulan las FARC sobre el tema agrario y no encontré una sola frase que se oponga al concepto de inversión o negocio privado. En cambio proponen, y en esto coinciden con los programas más adelantados de los partidos políticos modernos, que toda explotación de recursos se haga conforme a una rigurosa legislación que proteja el espectro socio- ambiental. Unos mínimos para sacar el máximo provecho en términos humanos.

En la vieja Europa se dedican potentes recursos a la recuperación de los bosques y las fuentes de agua, y la población es cada vez más exigente en cuanto a la manera de producir la carne y los productos agrícolas que consumen. No creo que el núcleo duro de Fedegán se atreva a tachar de terroristas a los europeos por estas cosas. En cambio, si eso mismo lo proponen las FARC, de plano lo rechazan. ¿Qué proponen a cambio? Nada. Dejar todo como está: que los campesinos vivan como colombianos miserables mientras ellos viven como europeos. ¿Que unos cuantos gocen a todo trapo y la mayoría siga comiendo guayabas? ¿Por eso se oponen al diálogo?

¡Queremos seguir la guerra hasta ganarla! Sí, suena patriótico decirlo cuando no hay que cargar la mochila del soldado o no se corre el riesgo de morir en una emboscada. Eso dijeron hace unos años y costó la vida a 4.985 militares entre el 2002 y el 2010. Por qué indagan por los militares muertos en estos últimos días y sin embargo no se acuerdan de los miles que murieron cuando tenían el sartén por el mango.

Se han preguntado estos patriotas cómo vive la familia del soldado Pulgarín muerto en Antioquia, o del sargento Balaguera caído en Norte de Santander. ¿Por qué no colocan en sus portales de guerra el drama que vive la madre del infante Muñoz fallecido en Nariño o los parientes del capitán Gutiérrez muerto en Cauca?

Nada de eso les importa, salvo sus propios intereses y los votos de los desdichados. La economía de los menos está por encima de la vida de los más, decía un tal Gaitán, y por decirlo lo mataron un 9 de abril en la carrera séptima de Bogotá, cuando iba con su amigo Plinio Mendoza Neira.

Aquí el problema no es entre buenos y malos, como nos lo quieren hacer ver los avivatos. Volver al dilema entre la mano dura y el diálogo es una táctica pueril empleada por los expertos en diseñar listas al Senado y tramar alianzas electorales. Ya estamos cansados de escribir la misma plana. Los cuadernos se nos acabaron y queremos pasar al siguiente curso. Llevamos una década repitiendo el mismo curso y ahora nos vienen con el cuento de que toca hacerlo de nuevo. Nos siguen tratando como majaderos.

Mientras centenares de académicos, jóvenes estudiantes, líderes campesinos, autoridades indígenas, amén de los delegados del Gobierno y la guerrilla en La Habana, se matan la cabeza para hallar el camino de la paz y la reconciliación, otros, en cambio, no saben qué hacer o dónde meterse para conseguir una curul o una candidatura. Unos tratan de calmar su furia mediante el diálogo. Otros calman su furia enviando gente a la guerra. Y los de siempre calman su furia haciendo enredos electorales.