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Cuento corto
Ha escaseado el maíz
Macario Martínez / Jueves 14 de febrero de 2013
 

Estoy acostado mirando la oscuridad. Arriba está el techo pero no lo veo. Está cerca el amanecer, lo presiento en el olor del aire. He despertado de un sueño con desconocidos en lugares desconocidos. Ya no duermo. Espero la luz por las rendijas de la puerta, siempre entra puntual, a veces con pereza pero igual viene. Desde que no hay gallos, esa mi señal para levantarme a hurgar los tizones del fogón. Cuando todos se fueron se terminaron los gallos. Hasta mi papá se fue. Se oyen los ronquidos de mi abuela. Qué soñará ella. Se queda dormida con la camándula en la mano y nadie se la puede quitar. Las pepas de la camándula son redondas como los ojos de mi abuela. Hoy no tenemos tortillas, ha escaseado el maíz y a mi abuela no le gusta el que no es cosechado aquí. Le lastima las manos dice. Hoy debo ir a saber noticias de mi papá, mi abuela vive para esperarlo. De vez en cuando nos envía dólares y unas cuantas líneas. Casi siempre escribe lo mismo. Yo se las leo silaba por silaba como a mí me enseñaron. Mi abuela guarda esas líneas como si fueran cartas de verdad. Yo sé que no lo son. En la escuela nos enseñan cómo son las cartas de verdad con muchas palabras y ortografía. Mi papá no sabe ortografía. Algún día haré una carta para mi abuela. Debo irme primero. ¿Allá donde está mi papá cómo será? Cuando mi abuela se levanta y encuentra el fogón encendido se pone contenta y me da un beso. Después me manda a traer leña, cada día voy más lejos por ella, a mí no me molesta, me gusta ir. Hay ramas que parece que ya están para leña, pero no, se dejan ganar de otras que se secan primero. ¡Cómo suena la leña seca y cómo huele¡ Toda mi ropa huele así. Que escoja la leña dice mi abuela. No hay que traer palos que guardan secretos porque con la candela estallan. A mí me gusta cuando un secreto estalla, me salgo de las imaginaciones. Mi abuela dice que tiene muchos secretos pero no me los puede contar. No se cómo es un secreto, cuando vea a mi papá se lo preguntaré. Quiero hacerme a uno para contarles a todos en la escuela. Casi no recuerdo a mi papá, a veces lo pienso igual a mí por las historias que cuenta mi abuela o ella me confunde con él, no lo sé.
Mi papá le escribe promesas, a ella le gusta repetirlas mientras atiza el fogón. No creo que las diga para que yo las sepa porque ya las sé, desde que leo las cartas soy el primero en saberlas. O será que ella las sabe de antes, a veces creo que mi abuela ve más allá. A su comadre le adivinó cuantos nietos tendría. Ella siempre le pide consejos a mi abuela. Los hijos de la comadre conocen a mi papá, cuando me ven, dicen que me parezco a él. Yo me miró en el rabo de las cucharas para conocerlo bien. A veces la abuela habla sola o sabe que la estoy oyendo y por eso dice lo que dice. Qué me va a hacer la comunión y voy a estrenar zapatos. Cuenta las semanas para la venida del cura. Es como cada año. Hay procesión y uno cuenta los pecados. Las cosas malas son. No sé qué voy a contar cuando me toque. Siempre me levanto con el sol y me quedo junto al fogón soplando los rescoldos hasta que sale la llama. Mi abuela dice que porque nací en la madrugada me pasa eso. Cuando mi abuela para de roncar hay silencio como en un pensamiento, después llega el bullicio. Cuando voy por el camino a la escuela canto las canciones que sé de mi abuela, a veces solo la música, como un arrullo que se enrolla con el viento. No conozco la risa de mi abuela. Pero sé que se ríe. Le gusta buscarme descosidos en la ropa, si no los encuentra se pone a hacer remiendos, con un pedazo de tela y otros hace una cobija. Cuando viene el frío cose más.

Hace una cobija grande para cuando venga mi papá. Se peina y le veo las manos arrugadas sin uñas. No sé si mira que la estoy mirando y suspira. Después me peina y habla que dios también se peina, que se lo dijo el padrecito cuando era pequeña. Lo más terrible en la vida es no poder peinarse como don Ambrosio, que tiene tanto dinero. Mi papá trabajó para él, si lo conozco algún día me voy a reír en su cara y tal vez le diga qué por ser como fue con mi papá no tiene pelo. Cuando vengo de la escuela adivino animales con la forma de las nubes, me gusta formar gatos. Si escucho uno me imagino su color. Ahora no hay muchos, cuando escasea el maíz escasean los ratones. A mi abuela no le gusta que vaya sin desayunar a la escuela. Es un pecado dice. Ya sé qué le contaré al cura en mi confesión. Quiero que llegue ese día rápido para estrenar mis zapatos blancos. Después voy con ellos a la escuela. Si aprendo a andar con zapatos tal vez mi papá me lleva donde él está habla mi abuela. Que no vaya a patear piedras me habla. No. Los voy a cuidar bastante como el escapulario que me dejó mi mamá cuando se fue a buscar a mi papá. Mi abuela la vio irse, yo estaba muy pequeño, no había crecido ni para soplar los rescoldos.

Con el escapulario la recuerdo. Noticias malas de ella le trajeron a mi abuela al poco tiempo. Han de ser como pecados por eso no me cuenta. Mi mamá no escribe ni una línea, debió ser que no aprendió, como la abuela que no sabe firmar. Yo firmo por la abuela, por eso me manda a saber las noticias de mi papá. Ojala hoy haya alguna, mejor sería que viniera a sembrar y estuviera en mi comunión. Quizá me traería un secreto y hasta se arroparía la cobija que mi abuela le hace.

Ahora mismo que he venido de saber noticias de mi papá y que me han dicho que no ha enviado ni una línea, mi abuela me ha mandado a traer maíz con los tres nietos de la comadre.

Les digo que a este paso no vamos a llegar a ningún lado. Nos hemos perdido del camino tres veces y ahora no estamos seguros de a dónde vamos. Todos los senderos se parecen tanto, árboles descansando a lado y lado del camino, mariposas bailando entre las flores, y uno que otro campesino rasguñando la tierra.

Los domingos van con su mula al mercado. Si no fuera por ellos sería más fácil perderse en estos caminos.

Vamos al rancho de la familia de la comadre. Somos cuatro, el flaco que de lo flaco parece un fantasma y por eso se viene atrás para no asustar cuando lleguemos, Irma que va adelante porque tiene las piernas más largas, le sigue Tacho y después voy yo. Vamos en silencio, quien sabe que irá pensando cada uno.

Es raro que Tacho no recuerde el camino, dice que cada vez que viene se confunde más, como si el camino se moviera.

Ahí viene alguien. Nos dice que vamos bien. Uno cree que el camino lo lleva, pero no es el camino sino los que vienen.

Tacho ya está acostumbrado.

Los ranchos por acá son parecidos y desde lejos son iguales.
Ya nos hemos detenido tres veces a preguntar lo mismo. Tacho no sabe dónde está parado.

En esto viene alguien Tacho le pregunta señalando ¿es allá?