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¿Quién dijo que había que bailar bolero?
Felipe Tascón Recio / Miércoles 24 de abril de 2013
 

Pablo Catatumbo, el nuevo vocero de las FARC en las negociaciones de La Habana, ha dicho este lunes: "Nosotros estamos comprometidos con el proceso, no con la relección del presidente". Esta frase viene -entre otras cosas- a poner los puntos sobre las íes, ante ciertos llamados a prolongarle el periodo a Santos, que brotaron a la izquierda del espectro político justo después de semana santa, y que fueron malinterpretados como si vinieran de la insurgencia.

Ambos comentarios –el anti-releccionista y el pro-prorroga- traen a la memoria un episodio de hace 2 meses, y dos libros clásicos de hace siglo y medio. Lo cercano es el lanzamiento nacional del proceso de "Constituyentes por la Paz con Justicia Social", realizado en el antiguo teatro Mogador de Bogotá; los libros son dos de los textos con los que Marx convirtió en ciencia, al análisis político: El 18 Brumario de Luis Bonaparte y La Guerra Civil en Francia.

En el acto del 20 de febrero pasado, ante un espacio repleto de delegaciones de luchadores y luchadoras del campo y las ciudades de toda Colombia, un artista devenido funcional operador político, hacia grandes esfuerzos, para conseguir conformar un panel de exparlamentaria/os, parlamentaria/os y futuros parlamentaria/os, a quienes finalmente les circuló la palabra en exclusiva, mientras se la negaba a los y las representantes populares que llenaban el teatro. Un esfuerzo creativo o de acatamiento de ordenes, que parafraseando a Marx, podemos llamar de cretinismo pre-parlamentario.
El grotesco episodio mas parecido al viejo ejercicio cerrado del “bolígrafo”, con que tradicionalmente conservadores y liberales, conformaban sus listas electorales, en este caso no se escenificaba en oscuras oficinas de un “directorio” de arrieros y arreados, sino en un teatro elegido para hacer brillar y exaltar el poder constituyente de las y los representantes populares, quienes sin embargo y gracias al cambiazo del guion, quedaban reducidos al papel de extras de la película, al rol de montoneras silentes.

Por definición, poder constituyente es el pueblo movilizado, su característica es un proceso político y social en que los de abajo se mantienen organizados, y por ello mismo conservan su capacidad de presión constituyente. Entonces el guion que ponía enfrente de ese pueblo en marcha, a unas figuras esgrimidas como “sus” guías, como “su” representación, es todo lo contrario, no pasa de ser un calco coloreado de rojo, de los métodos tradicionales del poder constituido.

Hace 14 años, a la semana de la silla vacía, un columnista escribía que para el establecimiento se daba “la imposibilidad de encontrar la fórmula de “jubilación” de Tirofijo y compañía, esto es la imposibilidad de pagarle el retiro con un taxi, o incluso que ni siquiera lo atraiga un gran pantallazo de televisión”, ¿será que ahora si los herederos de Marulanda, se jubilan por 4, 14 o 15 curules?, ¿será que una guerra de medio siglo, se tranza recuperando una curul defenestrada por el inquisidor?, ¿será que 55 años de conflicto, se dieron solo para recuperar las 14 curules asesinadas?, la contundente respuesta negativa a estas preguntas, la acaba de dar Catatumbo, el mismo muchacho que hace 36 años se enmonto porque su opción política nunca fue hacer cola, para que un “directorio” vallecaucano lo metiera en sus listas.

Desde el siglo XIX, la posibilidad de participar en parlamentos fue siempre esgrimida por el poder constituido como el sumun de la democracia, pero ante la evidencia contraria, en 1852 Marx acuñó el término cretinismo parlamentario, concretamente lo hizo analizando la coyuntura previa al golpe de estado de Luis Bonaparte, así cuando expresaba: “el cretinismo parlamentario, enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior”, estaba describiendo al parlamento francés como convidado de piedra, mientras el poder constituido fraguaba el golpe con que remplazo la república por el imperio. Dos décadas después, en los borradores del manifiesto de la Internacional sobre la Comuna de Paris, Marx calificaba al típico parlamento, entonces refugiado en Versalles: “como juguete en las manos de las clases dominantes y del cual el pueblo no se sirve sino para… escoger los instrumentos de la dominación…”.

La salida pacifica de la guerra colombiana, no puede ser para recargar el “bolígrafo” politiquero. La salida política, no puede promover el cretinismo parlamentario, ni puede reditar la elección de los juguetes, que ahora lo son del neoliberalismo, sino que tiene que servir para impulsar un poder constituyente que elimine las barreras para el ejercicio de la política, que consiga la participación en igualdad de condiciones para los movimientos sociales. La salida pacifica no pasa por la eliminación de la lucha de clases, sino por la eliminación de la guerra en la lucha de clases, que permita al pueblo constituyente mantenerse movilizado, para así manifestarse sin que lo maten. La negativa rotunda dada a la peregrina propuesta de prorroga presidencial, muestra que el poder constituyente popular, no confunde la necesaria negociación de paz, con una supuesta obligación de tranzar con el neoliberalismo, la respuesta de Catatumbo muestra que tampoco se confunde la insurgencia.

Ambas partes del conflicto han llegado a la conclusión, que la única forma de superarlo es la negociación política, y una negociación de paz es como un concierto, donde dos componen una música que les permita bailar a todas y todos los colombianos, pero ¿Quién dijo que -con Santos- había que bailar bolero?