Agencia Prensa Rural
Mapa del sitio
Suscríbete a servicioprensarural

Crónica de una desaparición forzada, como muchas que ocurren en Colombia
La desaparición de dos menores Wayuu, un acto de búsqueda y dolor colectivo
Ismael Paredes / Martes 13 de agosto de 2013
 

Sucedió el 17 de febrero de 2013, cuando dos humildes padres de familia empezaban su día normal de trabajo; él salió a las 5 de la mañana a labrar la tierra, como lo ha hecho desde hace 10 años en la finca Marinka, ella salió al municipio de Ciénega en el Magdalena -tierra marcada por la memoria dolorosa de la masacre de las bananeras hace 85 años- a realizar una diligencia de unos papeles. Ese día Katty Julieth Uriana Ipuana de 9 años y su hermano Diego José Uriana Ipuana de sólo 5 años esperaban el regreso de sus padres para compartir la alegría y la comida diaria, pero ni hubo comida ni hubo paz porque cuando Servando Uriana y su esposa regresaron los niños no estaban en casa.

Inimaginable la preocupación de dos padres indígenas que rodean como los 40 años de edad al ver con extrañeza que llamaban y buscaban a sus dos pequeños sin obtener respuesta alguna, sobre todo porque siempre sus hijos al primer llamado estaban ahí respondiendo la voz de sus viejos; lo cierto es que Servando alterado se fue al monte aprovechando los últimos rayos de luz del día, pensando en que de pronto sus hijos habían ido a traer leña u otros menesteres, pero la sorpresa fue mayor cuando después de horas de gritar y buscar no ha vuelto a escuchar, hasta hoy, la voz de sus hijos.

Los que sí escucharon la voz, esa misma noche, fueron sus vecinos que se sumaron a la búsqueda, pero tampoco fue fructífera, y amaneció el nuevo día sin el reposo diario y sin la presencia de los menores wayuu. Al día siguiente el destino de los acongojados padres, fue el municipio de Ciénega donde pusieron en conocimiento de todas las ías (personería, fiscalía, policía…) el caso de sus hijos, sin que el 9 de agosto de 2013, Día Internacional de los Pueblos Indígenas -declarado así por la ONU hace 19 años- hayan tenido resultado esperanzador alguno.

Han pasado casi seis meses y el dolor reprimido salió a flote ayer en Bogotá, donde no solo llegaron los padres de los pequeños, sino un selecto grupo de wayuu solidarios con el dolor de estos viejos, llegaron para haber si esta sociedad y este gobierno indiferente les escucha y se ponen la mano en el corazón y ayudan al rescate de los niños. El gobierno de Juan Manuel Santos muy lambón a la hora de atender casos de extranjeros, no se duele de estos pequeños hijos de nuestro territorio y nuestro ser ancestral, ni mucho menos ha pensado en el dolor colectivo de estos viejos y esta comunidad wayuu que más allá de un búsqueda nos ha dado una verdadera lección de magnifica solidaridad.

Así el principal cuestionamiento de los wayuu se lo lleva Santos por mentecato y mezquino, quien invirtió millones de pesos y esfuerzos de Estado en rescatar a Ángel Sánchez Fernández y María Marlaska Sedano, dos españoles secuestrados recientemente en la costa norte del país (eso está bien porque toda persona tiene derecho a su libertad y a no caer en desgracia máxime cuando un Estado como el colombiano es “garante” de los derechos de su pueblo, o debe serlo), pero no se mosquea por centrar esfuerzos en buscar estos pequeños y salvaguardar su vida e integridad como principios inherentes e invaluables de la dignidad y condición humana de todos ser.

En este sentido los padres de los pequeños y unos 15 miembros de la comunidad wayuu con llanto que baña sus curtidos rostros y el corazón deshecho insisten en que el gobierno debe apropiarse del rescate de los niños y la sociedad colombiana no puede ser indiferente a su desgracia; el pueblo colombiano tan noble y sufrido y que ha vivido los estragos de la violencia debemos abrazar estos viejos y esta comunidad (por fortuna este servidor lo hizo durante el acto de conmemoración del día internacional de pueblos indígenas organizado en Bogotá por la OPIAC y la ONIC, organizaciones representativas a nivel nacional) y no permitir que estos venerables ancianos mueran de dolor.

***

Uno como comunicador a veces tiene que tragarse sus propias angustias, pero esta vez tengo que expresar mi comprensible rabia y en este sentido me uno al inmenso dolor de Servando y la seño’a Delva, quienes no han tenido reposo en los últimos seis meses; he aprendido cosas en la vida pero cuando uno ve un wayuu o un llanero llorando es porque su dolor sobrepasa toda dimensión de sufrir una desgracia. Ayer nueve de agosto fue un llanto colectivo, un dolor áspero y un llamado franco a que este gobierno, literalmente deje de hablar mierda, deje de ufanarse de sus delirios de “Santos” y actué no como político miserable que busca una reelección anunciada, sino como ser humano y padre “que pueda ocurrirle también a él una desgracia como la nuestra” reiteran los padres de Katty y Diego, y que a su vez evite crónicas como esta de una desaparición forzada, que por demás son más de 100.000 en Colombia.

***

Hasta hoy los padres de Katty y Diego no tienen pista alguna de su paradero (algunos avezados líderes wayuu se atreven a señalar, tímidamente, como responsables a grupos de ‘seguridad’ privada de la minera Cerrejón, que controlan este territorio), después de seis meses no han tenido consuelo, tampoco han tenido sosiego los vecinos de la vereda Jolonura de Ciénega y muchos otros miembros del pueblo wayuu; veteranos luchadores como la vieja Shayo, respetable y querida Rosario Epiayu, luchadora de muchas lunas, pero que este caso la tiene sumida en un desgarrador dolor y que su angustia y partida podría acelerarse si Katty y Diego no aparecieran pronto, “nuestra esperanza está en que aparezcan vivos, pero que aparezcan de alguna forma”, dice por último una abuela de esta comunidad, quien como los padres de los menores y muchos wayuu viven este drama es agobiante.

El último temor de los padres, amigos y familiares de los menores wayuu, es que fueran vendidos, pues saben que esto puede ocurrir en un país como el nuestro… La denuncia de este episodio de dolor se conoció durante el Acto de conmemoración del Día Internacional de los Pueblos Indígenas en la ciudad de Bogotá.